Se miró las manos. Aún temblaban. La cabeza le daba vueltas y una arcada sobrevino de lo más profundo de sus alcantarillas para recordarle que, al fin y al cabo, se había convertido en un asesino.
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Apesadumbrado, se preguntaba por qué el dueño de la tienda de la esquina le negó el dinero para pagar una deuda. «Ya sé que somos familia pero no puedo ayudarte. Lo siento, le explicó aquel hombre con cara de circunstancias. Él asintió en silencio aunque sabía que su tío, el hermano menor de su padre, no decía la verdad. «Mentiroso», rezongó, y buscó en la billetera. Estaba vacía. Se había gastado el último billete en una corbata que necesitaba para presentarse a un anuncio de empleo; ahora no tenía ni una moneda para subirse al autobús de regreso a casa.
«Casa». La sola evocación de su hogar le estremeció. Para el jugador no era sinónimo de «lugar seguro». Ya no. Sabía que allí, en la misma puerta, lo esperaban sus acreedores para ajustar cuentas. Admitió, asustado ante las posibles consecuencias, que la única alternativa era coger el dinero. Esperó a que anocheciera y entró en la casa del tendero. «Ya te dije que no puedo ayudarte» dijo éste molesto. «Dame todo lo que tienes. Prometo que te lo devolveré», insistió suplicante el apostador. «Eso no existe. No confío ni en mi camisa. Anda, vuelve a casa», sentenció con cierta ironía aquel hombre que siempre recordaba orgulloso que se había hecho a sí mismo sin ayuda de nadie.
Entonces sucedió.
-No sé en qué estaba pensando. Simplemente agarré con fuerza la lámpara y lo golpeé.
-Hasta matarlo…
-Se agitó un par de veces y murió.
-Y, por supuesto, usted lo sentó en aquel sillón ¿verdad?
-Era su favorito.
-Ya. Entiendo-dijo el detective sin despegarse de su cuaderno de apuntes-Hasta aquí vamos bien. Pero, dígame. ¿Y la señora? Supongo que es su tía…
Un buen jugador siempre tiene un as bajo la manga. Pero él no lo era.
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-Ella es la mujer de mi tío-balbució-Era una mujer de pueblo, usted ya sabe.
-Esto es un pueblo, amigo.
-Sí, claro. Pero ella jamás salió de Vallejo. Soñaba con viajar, pero tenía miedo a separarse de mi tío.
-Y por eso la mató.
-Fue para que ella no se quedara sola.
El detective dibujó una mueca sardónica en su rostro. Aquella era la mejor excusa homicida que había escuchado jamás.
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