El comienzo de una amistad

Estaba en el jardín de casa dando una vuelta y vi un dron sobrevolando la parcela que se detuvo sobre mí, un extraño artilugio rojo brillante que sonaba como un abejorro y que empezó a realizar extraños quiebros a baja altura y a muy corta distancia de donde me encontraba, como si estuviera tratando de identificarme. No sé mucho sobre esos aparatos, pero sí que suelen llevar incorporada una cámara con la que toman imágenes con mucha precisión, así que me sentí incómodo, entré en casa, agarré la escopeta y lo derribé. Me hice un selfi con uno de mis pies sobre el dron derribado, o sobre lo que quedaba del dron derribado, y la escopeta apoyada por la culata en el suelo. Y enseguida empezó todo, porque el dueño del dron, que resultó ser un vecino de la urbanización al que no conocía, me denunció por agresión contra la propiedad privada. Yo lo acusé de violación de la intimidad. Los abogados iniciaron el procedimiento; el mío basó su estrategia en el argumento de la legítima defensa, pero el suyo contraatacó señalando la desproporción de la respuesta en relación al riesgo.Y ahí siguen los juristas, abriendo camino como dos exploradores árticos, mientras nosotros nos hemos hecho amigos inseparables, compañeros de cacería, algo que él nunca había practicado y que le encanta y se le da muy bien. Yo he empezado a interesarme por el mundo de las aeronaves no tripuladas, me ha enseñado a manejarlas y las vuelo como si fueran perros adiestrados para dirigir las presas hasta mi nuevo amigo, que espera en el puesto con la escopeta cargada. A los abogados les hemos dicho muchas veces que se olviden del asunto, que retiramos las denuncias, pero no nos hacen ni caso, están enloquecidos con un proceso que alargan sine die como si les fuera la vida en ello.