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Caronte
Domingo, 2 de mayo 2021, 23:41
Me hubiera gustado estar acompañado de mi hermano gemelo, fallecido víctima de los huracanes de septiembre en la travesía trasatlántica, pero tuve suerte, yo iba en otro barco: El Ranger
Cuando arribamos a sus costas, el 26 del mes de octubre de 1785, a los llamados Estados Unidos Orientales, era un país con dientes de leche, pero aun así bullicioso, activo y emprendedor. Me desembarcaron en el puerto de Gloucester el 26 de octubre de 1785, donde empecé a causar sensación; era el mandinga de mi estirpe: alto, de pelo hirsuto, muy musculado, fuerte, muy fuerte, por encima de mis congéneres. Los parroquianos nunca habían visto nada igual.
Después de pasar por Boston, mi destino estaba lejos, y por mis circunstancias, se realizó el camino andando. Cuando llegamos a la granja, dos meses más tarde, en diciembre de 1785, y en presencia de mi nuevo amo, en Mount Vernon, Virginia, ya me habían bautizado las gentes semanas antes. Pronto empecé a ser admirado, no solo por los hombres, también por las hembras, pues se supone que los de mi raza poseen, además de esa fortaleza física, grandes atributos sexuales, que los hacen apetecibles para este género.
Mi nuevo amo, un hombre con dientes de madera, no conservaba ninguno de los suyos, me estuvo inspeccionando en el establo: la dentadura, mi altura, mi pelo, mi impresionante presencia; el mejor de mi raza. Se le veía contento con el regalo. Mi destino estaba en sus manos.
Al día siguiente me paseó por la ciudad y me enseñó a sus amigos, vecinos, y a un tal Lafayette, que enseguida ofrecieron las hembras de sus plantaciones. Dos días más tarde ya estaba copulando. Empecé con las «yeguas» de mi amo, y cuando terminé con ellas pasé por el resto de las plantaciones del condado.
Pasé gran parte de mi vida con estas dedicaciones, pues mi fama recorrió gran parte de los estados de la costa este americana.
Con los años, los resultados fueron inmejorables para las granjas del país, ya que permitió la mejora de la «mano de obra» dedicada al cultivo del algodón y el tabaco.
El Conde de Floridablanca, amigo del presidente Washington, y a solicitud de éste al rey Carlos III, me envió en un barco propiedad de Don Diego María Gardoqui, bilbaíno, a los Estados Unidos de América, para la mejora de la ganadería mular del país. Recuerdo a Pedro Téllez, el soldado que inició aquella aventura conmigo desde los establos reales de Aranjuez, y que me frotaba las patas con brandy en mi singladura atlántica, y al que Washington regaló unos zapatos después de recorrer más de 500 millas a pie desde Boston a Mount Vernon.
Fui bautizado en Filadelfia por el padre franciscano José Ruiz. Soy un asno garañón de raza zamorano leonesa, y soy el mayor contribuyente de la historia al desarrollo de los Estados Unidos de América. Mi nombre es Royal Gift.
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