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sansón carrasco
Sábado, 1 de mayo 2021
Debía ser la noche más cálida para esas veinte parejas, pero fue el día más frío para todos los vecinos. Una nevada sin precedentes, que caía insensible desde la noche anterior, había enterrado todo bajo un manto blanco, dejándolos aislados. La ciudad sitiada por el ... temporal no era una excusa para suspender estas bodas multitudinarias, puesto que los casaderos vivían en ese flamante vecindario. Distinta suerte corrieron los familiares de los novios, migrantes éstos en busca de trabajo, aunque ya no extraños para el poblado. Padres, hermanos o amigos de ellos no pudieron estar presentes debido a que las carreteras estaban cerradas. Como las novias eran nacidas allí, se encargaron de redoblar la presencia con vecinos y curiosos: nadie quería dejar de aparecer, aunque más no fuera como extras de una gran puesta. Porque estuvo presente la televisión capitalina, interesada por registrar esa ceremonia extraordinaria. Los periodistas habían viajado unos días antes para recabar los testimonios de una nota de color.
A pesar de los contratiempos del clima, los casamenteros de la Asociación de Cabezas de Familia, principal promotora de este maridaje plural, se movilizaron para trasladar a los novios hasta la iglesia bajo la nevada inclemente. El padre Primitivo (por su santo o por primogénito) alineó las cuarenta alianzas y arras matrimoniales en una mesita frente al púlpito de aquella recién estrenada iglesia de San Pablo.
Los fotógrafos visitantes aguardaban para gatillar sus flashes hacia la caravana de casaderos que iba desfilando lentamente por la nave central, cuando imprevistamente ocurrió esto: en plena entronización... se cortó la luz en toda la ciudad. Con el templo a oscuras, el cura mandó a sus monaguillos a buscar bujías a la sacristía para iluminar al menos el presbiterio. Quienes más se inquietaron ante el apagón, obviamente, fueron las novias, sumándole nerviosismo al ya esperable por el mismo rito. Se soltaron del brazo de sus prometidos y rompieron filas, tal vez buscando de manera inconsciente la protección de sus padres entre la concurrencia. Entonces reinó el aquelarre en ese sitio sagrado. En la oscuridad tumultuosa ellas lloriqueaban, estrujando sus níveos vestidos, mientras ellos tanteaban la tiniebla, reclamándolas.
Gracioso fue cuando los candelabros trajeron algo de luz a esas parejas desconcertadas. En la mezcolanza de vestidos y trajes idénticos, algunas novias se habían aferrado a las manos sudorosas de ciertos novios... que no eran sus futuros maridos, sino futuros vecinos del barrio obrero en donde vivirían. Entonces reinó una tensa búsqueda, hecha de risitas nerviosas y disculpas forzadas, mientras las cuarenta fichas blancas y negras se reacomodaban en el tablero nupcial ayudadas por la penumbra de las velas. Los amantes reencontrados se miraban a sus caras bien de cerca, como para asegurarse de que eran los elegidos, no fuera cosa que se arrepintieran hasta que la muerte los separase...
«Poco faltó», comentaría el cura al día siguiente, mientras paleaba nieve de la puerta de la parroquia, «para que cometiera el sacrilegio de unir en sagrado matrimonio a dos desconocidos».
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