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Jueves, 22 de abril 2021, 02:19
Para mi abuela, Concepción Echevarría.
Papá llegaba a mediodía, con sus botas verdes, altas, su pantalón azul marino y su camisa de cuadros. Oliendo a sal. Traía la pesca en un carpancho. Mamá y yo escogíamos quisquillas, las cocíamos y poníamos a enfriar sobre una ... sábana en el suelo. Luego las llevábamos a vender a bares de la Puebla Vieja o a la Plaza de Abastos.
En el bar de Petra, no me gustaba cómo le hablaba su marido: burlándose de ella. A veces, delante de todos, le gritaba «cállate, que tú no sabes» y ella se ponía a recoger las mesas o se metía en la cocina a preparar las raciones de mejillones. Sus hijos jugaban entre las mesas. Uno tenía una mancha marrón en la frente y siempre parecía enfadado. El otro seguía al mayor a todos lados. Yo no jugaba con ellos porque eran unos pegones. Pero mamá les trataba con cariño.
En la plaza, Lalia nos compartía la mesa de piedra donde vendía pescado, porque nosotros no teníamos para alquilar un puesto. Pasábamos mucho frío allí de pie, durante horas. Rodeadas de turistas franceses, Lalia y mamá hablaban de cosas importantes.
- He tenido cuatro hijos y un aborto.
- A mí la pequeñuca se me murió a los pocos días. Don Ricardo no la pudo salvar.
Yo no entendía todo pero escuchaba atenta, disimulando.
- A Petra, Luis le dio una paliza… que le dejó las piernas moradas. En la cara no la toca para que la gente no sepa.
- ¿Y ella no se puede marchar?
- No, cariño, ¿a dónde va a ir?
Pensé en los hijos de Petra: el pegón de la mancha en la frente y el otro pequeñajo. Y me dieron ganas de ser mayor, para agarrarle del cuello al marido de Petra, aunque luego me llevaran al cuartel de la guardia civil.
Durante un tiempo, me pareció que mamá y Lalia tramaban algo. Hablaban de un pueblo de Palencia, al que se llegaba en tren desde Santander. Y juntaban duros en una botella: vi cómo varias vecinas les daban. Luego escuché que Petra se había ido. Y que el marido había salido a buscarla con la escopeta. A los pegones se los había llevado con ella.
Un día, cuando escogíamos quisquillas, papá le preguntó a mamá si tenía algo que ver con lo de Petra. Mamá no le miró, pero dijo muy seria:
- ¿Yo? ¡Qué cosas tienes!
Papá sonrió de costado y me guiñó un ojo. Nosotras seguimos trabajando.
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