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ander cisneros
Cuarteto de piedra en do nostálgico
Certamen de Relato Breve

Cuarteto de piedra en do nostálgico

Este es uno de los relatos breves seleccionados para su publicación de entre los presentados al concurso, inspirados en una noticia publicada en la edición de Álava de este periódico a lo largo de sus 75 años de historia. El plazo termina el 4 de mayo

nanalia

Martes, 4 de mayo 2021, 00:38

–Esto no puede seguir así, tenemos que intervenir ya –exclamó el impulsivo.

–Llevas razón, la situación está llegando a lo intolerable –replicó el seguidista.

–Pero debemos sopesar las consecuencias de nuestra reaparición. Acumulamos experiencia y dotes de gobierno –adujo el precavido.

–Necesitamos un nuevo orden y nosotros sabemos mucho de eso –remachó el absolutista.

El día era uno de los que invitaba a silbar con las manos en los bolsillos de la despreocupación. Tras demasiados martes gris marengo la primavera había roto a sonreír en Vitoria, y sus habitantes colonizaban el empedrado de sus calles y lo mullido de sus parques con el atrevimiento de la manga corta, sin atisbo alguno de preocupación, por desconocimiento, de esa conspiración que parecía estar fraguándose en algún espacio de la ciudad.

Las cuatro personalidades dispuestas a hacerse con algún tipo de hegemonía sobre lo público mantenían un hieratismo que no parecía corresponderse con su estado de agitación interior. Ajenos a los transeúntes, continuaban departiendo, más bien confabulando, para imponer ese pretendido nuevo ordenamiento en lo que ellos juzgaban como caos.

–Habrá que llamar al recato en la vestimenta.

–Y a restringir las libertades de los niños.

–Y la de las mujeres, por descontado.

–Y a autorizar que los hombres resuelvan sus conflictos con las armas.

Un acudir desordenado de humanos uniformados de ambos géneros comenzó a tomar posiciones en el islote central al que tenían acceso visual los cuatro interlocutores sumidos ya en un crescendo autoritarista que incluso contemplaba, de la boca de los dos más intempestivos, la purga sangrienta de los líderes de aquella sociedad timbrada con el vicio del igualitarismo.

A aquel islote lo llamaban los vitorianos kiosko. Lo caracterizaba una cubierta armoniosa, ligera, blanquecina, voladiza sostenida por ocho pilares leves. Y ahora una cuarentena de sillas que fueron ocupadas por esos seres trajeados de negro que se habían acabado ordenando y que comenzaron a ensordecer con los sones musicales que emergían de sus instrumentos el diálogo entre Ataúlfo, Liuva, Sigerico y Teudis, quienes un año más desde hacía casi un siglo, cada catorce de abril promovían una retroversión visigoda de una sociedad intolerantemente aperturista que no entendían desde su rol de estatuas condenadas a embellecer un parque desde el estatismo formidable de la piedra.

Con el debut de la primera nota, los cuatro reyes godos depusieron su conversación críptica, entendible y audible solo para ellos y se devolvieron a su silencio de moldes constreñidos. Los acordes de La Comparsita concedieron a la tarde un extra de nostalgia. Una pequeña muchedumbre se agolpaba en los alrededores del templete y también de las estatuas que resultaban como invisibles en aquel contexto de esplendor urbanístico de naturaleza domesticada.

Una niña de no más de seis años preguntó al propietario de la mano que la sujetaba que quiénes eran esos señores tan quietos, tan pálidos.

Papá se limitó a decir que creía que reyes godos, pero que hasta la historia los había olvidado.

–Escucha la música –recomendó.

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