![Dieta para adelgazar con EL CORREO: 14 días a dieta o cómo perder unos cuantos kilos](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202107/04/media/dieta-1296x800.gif)
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Me han propuesto un reto y lo he aceptado sin ser muy consciente de lo que hacía. Se trata de una de esas propuestas que empiezan con un 'a que no hay...' Bueno, en este caso huevos sí hay (pochados, cocidos...), pero del pan y ... del vino vete olvidándote. Se trata de seguir durante 14 días (o lo que se pueda) una dieta diseñada por una endocrina y tuneada por un chef estrellado como Dani García (Zortziko). Michelin contra el michelín. Este es el diario secreto de dos semanas para el olvido donde casi he perdido... La sorpresa, al final
El primer día de dieta es un tanto pendular. Manda la euforia por ver factible completar los menús de los próximos 14 días, que sobre el papel parece hasta fácil. Desayuno un vaso de leche (que no me gusta y se convierte en el café solo de todos los días) y una rebanada de pan (integral) con una loncha de pechuga de pavo. ¿Qué les habrá hecho el Jabugo para que nos castiguen así? La manzana de media mañana, ni me acuerdo de ella.
Y para comer, vainas y rodaballo. Vale. Empiezan los problemas. Rodaballo. Rico. A ver qué dicen en la pescadería cuando lleguemos. Dicen que 29 euros el kilo. Una pieza preciosa, eso sí. Por tamaño da para que coma una familia. Tú estás solo en esto. Así que será chicharro. No es lo mismo, pero tampoco es fletán. La verdad es que la comida ha estado buena. En serio. 35 minutos de tranquilidad y disfrute completados con la manzana que quedó olvidada a media mañana.
La cena, bien. Escasa. Ensalada Caprese. Tomate con mozzarella, vamos. ¡'Light'!, alertaban en las tablas. La euforia se va apagando. Mañana será otro día.
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EL CORREO
Bajarse de la cama, con un lejanísimo recuerdo de la ensalada Caprese ingerida hace once horas, ha sido como saltar a la cubierta de un barco. Ese ligero mareo que no sabes si está ahí realmente o te lo imaginas. La confirmación llegaba poco después. En la piscina. En la misma rutina que tres veces por semana completo sin problema desde hace casi dos años. Esos 40 minutos de largo arriba, largo abajo, que se han ido convirtiendo en el momento más agradable del día durante el postconfinamiento y que en esta ocasión han resultado una tortura de calambres y tirones. Me tragué el sufrimiento (con tal de comer algo…), pero voy a tener que renunciar al ejercicio.
Por suerte, con el desayuno mejoró la cosa. Sí, soy de los que les gusta hacer ejercicio en ayunas. A los dos yogures desnatados (asquerosos) se les unió un plátano que no figuraba en el programa. Había que terminar con los calambres como fuera. Está claro que hay que consultar siempre a un endocrino para que adapte la dieta.
La comida ha sido disfrutona. Treinta gramos de espaguetis con pollo y verduras. Seguimos la receta de Dani García. Gran truco el de bañar en agua caliente la cebolleta para quitarle el sabor a crudo. La cena, mejor no mencionarla. A la cama, que el que duerme no peca.
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No pensaba que iba a llegar a estos extremos. El hambre, es más ansiedad, se lleva bien. Molesta, pero es tan sencillo como mantenerse ocupado. Lo malo es la tristeza que siento, al menos hoy. Cuando a una máquina dejas de suministrarle combustible… Y por más cochambroso que sea mi cuerpo… Con una tasa metabólica cercana a las 2.000 kcal, tratar de hacer nada con solo 1.200 es poco realista.
Estoy muy triste. El pan con aceite y tomate del desayuno te transporta a las vacaciones que asoman al final de este reto. Comer lentejas (40 gramos, que parece broma) con romanesco, pues no. Ahí no hay alegría. La alegría la dan las gambas. Eso sí, el menú da cultura general. Romanesco, tú. He tenido que ir a mirar qué era. Menudo susto. No puede haber una verdura más fea. Luego no está tan mala, todo sea dicho. La receta también lleva soja texturizada. Textura de soja (al cuello). No lloro porque en la cena he leído huevos con calabacín. Se abre un claro entre las nubes.
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Ya me quedó claro que no es posible seguir el ritmo habitual mientras dure esta dieta, pero pese al sedentarismo que se está imponiendo las dos últimas jornadas, las sensaciones no mejoran. Y eso genera ansiedad. Incluso miedo por si una reducción repentina y tan drástica de energía puede afectar a mi salud. Esta semana se ha convertido en un reto tanto físico como mental. La vigilancia médica es importante si quieres hacer una dieta.
El menú de hoy no ayuda. Irónicamente, el que para la mayoría será seguro el mejor día de todo el programa, a mí no me motiva. Toca solomillo. El último que comí fue en mi boda. Hace más de una década de aquello. A todo el mundo no le gusta la vaca.
Por suerte, la cena ha sido pescado. Boquerones en vinagre. Hoy me acuesto un poco menos débil. Si mañana desaparece el pequeño pero constante mareo, si el cuerpo reacciona de una vez, igual entramos en otra fase.
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Me levanto con otro ánimo. La debilidad de otras mañanas ya no es la misma. La báscula no tengo intención de pisarla hasta el último día, pero sí llevo otro tipo de control. La cinta métrica. Mucho más útil en esta batalla. Ella asegura que he perdido tres centímetros de perímetro en la cintura. El tensiómetro, en cambio, anuncia una subida de tensión respecto a lo que es habitual. Nada alarmante, aunque habrá que vigilarlo. Por cierto, no os fieis de las lecturas de los relojes supuestamente inteligentes. Tienden a dar un dato significativamente más bajo del real. Un 108-69 en la muñeca es fácil un 134-88 en una máquina de verdad.
Otra novedad es que al dejar de estar apático me he vuelto iracundo. Muerdo. A un hola le respondo con un gruñido. La supuesta actividad retomada no ha evitado una preciosa siesta del carnero a eso de las 11.30.
Respecto al menú… bien. El arroz con verduritas de la huerta es digno de los mejores hospitales. Ejecutado por Dani García está exquisito, por supuesto, pero en mis manos... Suficiente con escribir regular como para encima ser bueno en la cocina.
La merluza, eso sí, de primera. El mérito, no obstante, es de mi pescatera. La cena solo propone una duda. ¿Levadura de cerveza y no una cerveza? ¿Qué sadismo es este?
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He tenido que apretar la correa del reloj. No es lo único que ha cambiado. La sensación de malestar, ese ansia viva del primer y segundo día ya son solo un recuerdo lejano. Tampoco hay hambre. Nunca la ha habido realmente. Ahora ingiero menos comida, pero los hábitos alimenticios son parecidos a los habituales. Lo que cuesta en una dieta asumir que no hay opción al 'voy a picar algo'. El comer porque me aburro, estoy nervioso o me han puesto de mala leche.
Lógicamente las fuerzas no son las mismas que antes. Eso no vuelve. Pero la sensación general sí. He retomado el deporte. Muy suave. Una sesión de yoga. Sí, yoga, el confinamiento nos ha llevado a todos a descubrir cosas que jamás imaginamos. Además, hoy casi he comido como una personas. Garbanzos y conejo.
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Atiende: quinoa integral, germinados, cebollino, tofu… Ahí he dejado de leer el menú. Que me lo como, venga, pero no voy a hablar de ello. No estoy para charlas desagradables ahora que llega el ecuador de la dieta. Los resultados hasta ahora tampoco me interesan demasiado. No entré en esto por perder peso (jamás me ha preocupado algo tan superficial), pero sí para saber qué se siente, cómo es la experiencia.
He aprendido algo. Los errores. Muchos. Algunos que ni me lo parecían y en los que caía antes con la alimentación. Tengo la sensación de que esta experiencia tiene su cruz, pero me ha demostrado algo: las cenas, pronto y ligeras. No descubro nada que no se sepa, pero sí tengo la evidencia de que merece la pena terminar el día de mala manera, picando lo que sea en el sofá, casi sin fuerzas para hacerlo. Llegar con hambre a las siete de la tarde (y con un intenso dolor de cabeza casi todos los días) hace que desees ponerte a cocinar como lo harías a mediodía.
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Con pan y vino se hace el camino. ¿Os suena? Vale que yo no tengo dónde ir y que soy reo de esta dieta infernal durante otra semana, pero ¿pan y agua aunque sea? Que nunca le ha faltado a un pobre preso.
En fin, os comento que os he mentido un poco. Sí que me he pesado. Aunque no os diré aún el resultado. El malestar no lo compensa. Y como apruebo con nota aunque no sea suficiente para lo estudiado, me he dado un premio. He leído en alguna parte de las instrucciones del reto que se puede tomar una copa (¿solo una?) «de vez en cuando» y me he tomado una caña. ¡Herejía! A media mañana. A lo loco.
Luego brócoli con patata. De segundo, salmón. Una fiesta. La justa, eh, que la ensalada de la cena no da para más fastos. Al menos, se podía comer pan. Pan, amigo, cuánto te necesito y te echo de menos.
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Es irónico comprobar que para no comer hay que pasarse el día pensando en comida. Algunos irán una vez a la semana al súper. Yo prefiero el día a día, el mercado, el barrio, la carnicería, charlar con la pescatera, con la frutera… Todas ellas me dicen que estoy loco cuando les cuento la dieta que estoy realizando.
Resulta muy complicado aplicar en la vida real el manojo de platos apuntados en el papel. Primero porque en una casa normal no come una sola persona y hay que hacer malabares para que todos coman, sano, sin tener que cocinar menús completamente diferentes. Después viene el agobio por la variedad de frutas que han incluido en la lista. Hoy, de postre, melocotón. ¿Por qué no pavía o albaricoque o manzana? Supongo que son los problemas de enfrentarse a una dieta tipo, genérica, en la que dietista y adietado (creo que hasta la RAE lo acepta) no se conocen. Ah, la crema de calabacines está espectacular. Platazo a tener en cuenta.
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El deporte me reclama. No puedo seguir reprimiendo la actividad física solo porque no como lo suficiente. Por suerte me aficioné al yoga. Descargas, relajas y aligeras el cuerpo sin tener que machacarlo. Comienza a notarse que son más fáciles las transiciones entre asanas. Esas son las cosas buenas de adelgazar y no la imagen externa que alguien pueda tener de ti. Qué sabe nadie.
Respecto a la dieta, ya no sé si es que me he acostumbrado, o si esta semana no es tan dura. Lentejas (los ridículos 40 gramos de rigor) y merluza de segundo. Las raciones son escasas, sí, pero la comida es buena. Lo de la cena, mejor mirar las fotos. Nunca pensé que 'hamburguesa de espinacas' significaba exactamente eso: hamburguesa de espinacas. Tonto yo pensando que se refería a las de pollo y verdura que les ponemos a los niños para que coman verde. Qué va… Esto es espinaca con espinaca y un poco de espinaca. La he cocinado (van fotos como prueba). Popeye, eres mi ídolo.
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He entrado ya en una dinámica que mirar lo que he comido, lo que abulto (que es más llamativo que el peso) o cómo me siento empieza a aburrir. Solo puedo pensar en el ¿y luego? En tres días vamos a abandonar la dieta (o la vida) y aunque mi alimentación habitual es muy equilibrada, la reducción de peso lógicamente se parará. Y eso genera preguntas. ¿Hay que seguir adelgazando aunque eso te haga inmensamente infeliz? ¿Hasta cuándo? ¿Cuánto tardará en llegar el temido efecto rebote? ¿Ha sido esto una gran equivocación? Un buen profesional puede aclarar dudas y ayudarnos durante todo el proceso.
P.D: Eso de que me he levantado medio sonámbulo a las dos de la mañana a la nevera son falaces inquinas; fake news. ¿Qué será lo próximo? ¿Insinuar que la Tierra no es plana?
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A lo largo de la aventura he respetado el menú pero no siempre lo he cocinado como recomienda Dani García. A veces por premura, pereza, llámalo como quieras; la mayoría por falta de pericia. Hoy, no. Hoy hacemos el pisto manchego como manda el chef. Paso a paso y en fotografía. La receta, excelente. Gracias, Dani. Esta me la apunto para el día a día.
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Me han pinchado. Esta mañana. A 25 kilómetros de mi pueblo. Hace semanas que cerró el punto de vacunación donde yo vivo. En la obsesión de cada día, antes de presentarme a la inoculación he repasado qué tocaba para comer. Lubina. ¡Con patatas panadera! El subidón. Encima, crucemos los dedos, no hay reacción al pinchazo. Me han asegurado que el atracón de paracetamol no suma calorías.
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Hemos completado el reto. Echando la vista atrás no parece tan malo como ha sido el camino. Tampoco lo repetiría. Me quedo con lo mucho que disfruté el rape al horno con boniato y verduras de la cena del fin de fiesta. Eso en realidad fue anoche. Esta mañana tocaba báscula. Ahí van las fotos: la del inicio, la de después de siete días y la de esta de misma mañana.
Esto es lo que yo he sentido y pensado en estos 14 días. Tú, seguro, lo vivirás diferente (o no). Cada uno somos un mundo. Mi recomendación, piénsatelo, insensato. La dieta es la mejor experiencia para no querer (ni necesitar) volver a hacer dieta. Hay que aprender a comer sano y equilibrado, ese es el camino. Y yo empiezo esta nueva etapa con seis kilos menos que hace dos semanas.
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Por eso insistimos en el mensaje que nos deja la endocrino Nerea Gil: hay que acudir a un profesional para que valore el estado de salud de cada uno. Esto sí te lo recomiendo.
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