ANDER CISNEROS
Certamen de Relato Breve

Veteranos

Este es uno de los relatos breves seleccionados para su publicación de entre los presentados al concurso, inspirados en una noticia publicada en la edición de Álava de este periódico a lo largo de sus 75 años de historia

Yerri

Sábado, 8 de mayo 2021, 00:59

El día que cumplí los 65 salí tan temprano de casa que hasta alcanzar la calle Duque de Wellington lo único que circulaba por la ciudad era un coche de la Ertzaintza haciendo trompos alrededor de una rotonda cercana al edificio de la Tesorería. No tenía cita, así que consideré que una buena alternativa sería plantarme en la cola con el termo lleno y un par de madalenas que dieran cuerpo al café con leche, cuidando en cada ingesta de despojarme de la mascarilla y volviéndomela a poner mientras esperaba mi turno. Los años desinhiben y donde antes hubo timidez ya solo quedan urgencias y carreras.

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¡Menudo panorama!

La fila era inabarcable y los termos de los que allí se hallaban, junto a los envoltorios de las madalenas -ambos biodegradables-rodaban por el suelo formando un río de basura que daba la vuelta a la manzana. Las palomas picoteándose las unas a las otras, trataban de apresar las pocas migas comestibles entre tanto residuo compostable.

Quién me iba a decir a mí que al llegar al retiro tendría que acudir puntualmente cada mes a pagar la cuota de la Seguridad Social usando la tarjeta que recibí en el buzón colectivo de mi edificio, con mi nombre en letras marrones, como corresponde a mi edad. Los expertos lo habían decidido así y los profanos lo habíamos asumido. Cuando eres joven, no piensas en estas cosas, no lo anticipas todo, no reparas en que hay un mañana.

- Del confinamiento a lo mejor se sale -me grita desde su balcón mi vecina del quinto, que es de mi edad- pero de lo que no nos libramos es de las colas en el súper, en la farmacia, en las terrazas de los bares, en el ayuntamiento, en la dársena del tranvía, en la entrada de las librerías, en los tanatorios y, por supuesto, ahora ya, querida, en la Tesorería, para apoquinar cada mes la parte contingente de jubilación que nos corresponde.

Cuando llego de vuelta a casa ya se me han pasado las ganas de comer. Noto un olor pestilente y, antes de caer a plomo en el sofá -tantas horas de píe me matan- me doy cuenta de que el hedor sale de mi propio aliento al despojarme de la mascarilla.

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