Maguire, el músico irlandés que reforesta el bosque vasco
Hijos de la Tierra (VII) ·
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Hijos de la Tierra (VII) ·
¿Qué tiene que ver un irlandés de Dublín que vive hoy en un caserío en los montes cercanos al pueblecito vizcaíno de Arrieta con un fraile gallego que marchó a Australia y que en 1860 envió a su familia un pequeño souvenir desde aquel lado del mundo? El religioso benedictino con barba que tocaba el piano y se hizo querer por los aborígenes se llamaba Rosendo Salvado, y dio allí con una especie forestal desconocida en España que lo deslumbró por sus características. Y decidió enviar unas semillas a su familia en Tuy, Pontevedra. Olía parecido a la menta y su madera era muy apreciada para la obtención de papel y la construcción. Sí, el bueno de fray Rosendo, pues eso decían de él, sin quererlo, se convirtió en el introductor en nuestro país del eucaliptus que siglo y medio después campa a sus anchas por gran parte de España despertando odios entre los ecologistas. Cómo no, también rodea el caserío perdido en el monte de John Maguire, irlandés de 59 años preocupado por la marcha del planeta que no puede ni ver –ni oler– en pintura estos especímenes que machacan con sus hojas el suelo donde crecen. Y lo hacen rápido.
En la entrada de su caserío, adonde llegó en 2004 cuando solo era ruinas, hay plantada una señal de circulación que marca el camino para llegar a Ráth Domhnaigh, traducido del gaélico al inglés como Rathdowney. «Es el pueblo de mi padre», explica Maguire, con pinta y acento de ser muy, pero que muy irlandés. ¡Y queda solo a 7 kilómetros de aquí! En su país, en los años 80, conoció a Idoia, una de aquellas primeras vascas que marcharon allá a estudiar inglés. Pues le acompaña desde entonces. En Irlanda regentaron varios pubs y también un negocio de construcción, pero cuando tuvieron a su hijo, Seán, ahora 17 años, pensaron que preferían criarlo en Euskadi. Así que vendieron todo y se vinieron aquí, buscando un entorno rural como el que habían habitado hasta ese momento.
Rehabilitaron la casona ellos mismos y hoy, 14 años después, es una vivienda magnífica con muebles de madera que él mismo construye, autoabastecida con dos tanques de 80.000 litros para recoger el agua de lluvia, un pequeño invernadero donde frutas y verduras crecen en una especie de camas elevadas sin ningún tipo de sustancias añadidas, una cabaña que es el estudio de música donde Maguire, que empezó siendo profesor de guitarra española en su tierra, graba sus propios discos (tiene un CD recién salido, 'Foreign Shores') y, sobre todo, un enorme y precioso jardín botánico que parece un oasis, más bien un hermoso espejismo, rodeado por laderas repletas de eucaliptus. «Y eso que estamos en Urdaibai, un paraje supuestamente protegido», se queja. Cuatro hectáreas, la mitad dedicadas a especies autóctonas (roble, espino blanco y negro, avellano, acebo, fresno, sauce, abedul...) y en la otra, 300 árboles de todo el mundo (secuoyas, 200 tipos de magnolio, ejemplares de Canadá, el Cáucaso, Japón... ). Poco a poco, comprando a través de internet, se fue haciendo con semillas y retoños de lo que hoy crece aquí impecablemente colocado para conformar un hermoso espacio a recorrer.
Ahora bien, la joya de la corona ecológicamente hablando, lo verdaderamente importante es el terreno que Maguire ha ido comprando para dejarlo ahí, sin más, sin tocar, con la esperanza de que crezca el bosque atlántico que antaño tapizaba estas tierras hasta que a fray Rosendo se le ocurrió mandar para acá aquellas bolitas que tan bien olían. Siete hectáreas de las que eliminó pinos insignis, acacias, los dichosos eucaliptus... para repoblarlo con las especies autóctonas antes citadas. «Es la única explotación de este tipo en el País Vasco. Y lo cercamos utilizando una valla cinegética, con un pequeño espacio por debajo que permite el paso de los animales, pero impidiendo que los humanos puedan entrar. De esa manera, el bosque se recupera poco a poco. Porque la gente quiere pasar por todas partes cuando va al monte y coger las setas que se encuentra a su paso, y pegar tiros a su antojo... Pero somos muchos. Así que aquí dentro, el bosque atlántico puede regresar en paz». Por ejemplo, la Global Forest Biodiversity Iniciative, una red de científicos preocupados por el ámbito forestal, acaba de hacer público un estudio para denunciar los efectos de las hordas de recolectores que los domingos se lanzan al bosque con cuchillo y cesto, en un expolio indiscriminado de setas y hongos, valiosos aliados contra el CO2, ya que actúan almacenando y manteniendo este gas de efecto invernadero en el suelo. Lo que faltaba.
Hay varias maneras de reforestar un bosque, explica; dejando que crezca solo, plantando semillas o retoños o una mezcla de ambos, opción elegida por Maguire. «Suelen decirme que esto es un pasatiempo de ricos, pero cualquiera con una parcela puede hacerlo. Y no se hace. Nosotros estamos dando valor a este terreno, cuanto más tiempo pasa más valor adquiere el bosque que va creciendo allí y que es cobijo de especies vegetales y animales que huyen de otros sitios sin proteger. Aquí saben que nadie les va a molestar, ni siquiera entramos nosotros más que para seguir reforestando. Si yo pudiera seguir aquí otros cinco siglos podría ver crecer todo esto, podría ver aquí el mismo bosque que había hace 200 años». Le ayuda en la tarea, codo con codo, un joven colega de la zona, Asel Irazabal.
Porque esto es en realidad, como ambos dicen, una reserva de Naturaleza, «un coto privado pero no de caza, como suele ser habitual. Aquí no fumigarán, no cogerán setas, no cazarán, no habrá turismo, no se masificará como el Gorbea o Urkiola... Hay sitios que están sufriendo una enorme presión; estamos ante la sexta extinción masiva y si no hacemos algo...». En su cabeza está –además de frenar las emisiones de carbono y de limitar el consumo de carne que tantos recursos necesita– la repoblación masiva de los bosques, plantar millones de árboles en las tierras del mundo desarrollado, deforestadas hace siglos para la agricultura y la ganadería, pero con especies de aquí. «Alguno se me van a enfadar, pero ahí tienes el árbol de Gernika, un símbolo de los vascos, un palo medio muerto que sin intervención humana no sobreviviría... Pues es el único roble de la zona, porque a 40 metros tiene dos ejemplares de eucaliptus de 40 metros de alto y dos de diámetro, y no hay más robles cerca. ¿Es en serio o en broma que el roble es el símbolo de los vascos? Seguimos inmersos en la masiva repoblación con eucaliptus de Nueva Gales del Sur con la excusa de que crecen más rápido para madera. Mira estos ejemplares autóctonos, diez metros en diez años, también crecen rápido. Pedimos a los africanos que sigan viviendo en chozas junto a los leones para hacer safaris y nosotros aquí hacemos lo que queremos, consumiendo lo de cuatro o cinco Españas cuando solo tenemos una».
Paseando por su jardín botánico, se acerca a un ejemplar de pino de Moctezuma tumbado por los fuertes vientos. En lo alto, un nido de procesionaria. «Mira lo tupido que es, aquí no entra el veneno con el que fumigan, que resbala y afecta a otras especies –esgrime, dudando de la efectividad de esta medida para acabar con la plaga que afecta a los pinos–. No mata a estas orugas, pero sí a las mariposas y otros bichos. ¡Pero si ya no quedan insectos, no hay!», se enfada.
No es vegetariano porque no le resulta fácil: «En un sitio como el País Vasco donde la comida supone tanto, es complicado, especialmente si vives en el campo, porque en la ciudad encuentras de todo, pero vete aquí a pedir unas alubias sin carne». En el salón de su acogedor caserío, coge un CD de una estantería que él mismo construyó y lo pincha; las melodías y los instrumentos los pone él, acompañado de las gargantas de dos mujeres del pueblo. Y suena muy bien, la voz de Maguire como músico es suave, poco que ver con la pasión que le enciende cuando habla como ecologista. Y si fray Rosendo levantara la cabeza, seguro que le entendería.
Noticia Relacionada
Hijos de la Tierra
Isabel Ibáñez
Isabel Ibáñez
Noticias Relacionadas
Isabel Ibáñez
Isabel Ibáñez
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.