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David, en el bosquecillo cercano a su casa en Barrika. Pankra Nieto | Vídeo: Marta Madruga | Pablo del Caño

El ecologista que siempre va descalzo

Hijos de la Tierra (V) ·

David Bustamante arranca eucaliptos, acacias y plumeros para repoblar con encinas y robles autóctonos, incluso con un retoño del árbol de Gernika

Martes, 26 de noviembre 2019, 07:11

Que siempre vaya descalzo es una mera anécdota, una nota de adorno en la llamativa historia de este surfista de Barrika. Nada que ver con estar en contacto con la Madre Tierra... Bueno, quizá en parte sí, admite, pero es lo que acostumbra a hacer desde pequeño. Así bajaba a la playa y poco a poco empezó a encaminarse sin zapatos allá donde iba. «En la escuela no, claro, pero cuando fui a la Universidad en Portsmouth (Gran Bretaña) empezaron a poner anuncios de que no se permitía ir descalzo. Iba por mí, pero nunca me dijeron nada personalmente». Así que no se dio por aludido, terminó –sin calzarse– su carrera de Ingeniería Mecánica, además de un máster en Medio Ambiente, y hoy es posible verlo en contacto directo con el firme por su pueblo, por Sopela, por el bosque... y sí, hasta por Bilbao. «Tengo zapatos, me gustan mucho, pero...». Vamos, que todos le oprimen. No le gusta ser un 'personaje', pero acepta salir en este reportaje, ser el protagonista, porque con ello puede ayudar a crear conciencia.

Se nota su amor por el mar en la pinta del surfista que es, moreno de piel y moreno de pelo, revuelto y con mechones dorados aclarados por el sol y el salitre. Es muy fácil pillarlo en la zona de playas y la línea de costa de Sopela que no limpian los servicios de la Diputación –centrados en los arenales que visitan los bañistas en verano–, bolsa en mano recogiendo lo que la mar escupe a la tierra, todo eso que no le pertenece y que cada vez se le atraganta más y más. Tiene 44 años, casi todos surfeando y muchos de ellos dando clase de esta disciplina y también de taichi, aparte de gestionar su pequeña empresa de importación desde India de piezas para la metalurgia. Las primeras limpiezas las hizo de chaval, recogiendo lo que se encontraba desde su casa a la playa. Tiempos en los que «o lo limpiaba yo o nadie». Y ya lleva 30 años así. En esta ocasión bajamos a Iturralde Oste, una playita a la derecha de la de Sopela que desaparece con marea alta. Cuando vuelve a bajar siempre hay 'cosecha', y hace falta meterle mano, también a los acantilados que la rodean, en ocasiones a pie, otras con paddle surf para llegar a los sitios más inaccesibles. Dos veces al año organiza una limpieza a lo grande, en grupos de entre 30 y 50 personas –la mayor parte del club y escuela de surf Peña Txuri–, al margen de las que él improvisa en cualquier momento, implicando a los críos que se encuentran en la arena, a los que entreteniene con las cosas que se va encontrando antes de echarlas a la bolsa: una chancleta con la que bromea a modo de teléfono, botellas de plástico, mucho poliespán desmigado (el típico corcho blanco), redes, alguna cagada de perro, un anzuelo... Se acuerda ahora de las movidas que tuvieron más de una vez en esta playa con los clientes «pastilleros» de un local de la zona, «que bajaban a beber aquí y lo dejaban todo tirado».

Lamenta David, al que también llaman Zuku o Zumosol, que los análisis de aguas que se realizan en las playas solo persiguen detectar la Escherichia coli, es decir, saber si llegan restos de excrementos, «pero no se analiza si hay gasóleo u otros elementos químicos». Recuerda la recogida que hicieron cuando el chapapote del 'Prestige': «Cerramos la escuela de surf y nos dedicamos a limpiar y concienciar. Porque nosotros no vamos a resolver el problema, pero sí a hacer pensar, y la conciencia es lo que hace que el mundo cambie, no la de una persona, sino la de la masa. Es lo que ha pasado con el MeToo de las mujeres. Si tú ves a alguien limpiando la playa te dará más vergüenza tirar algo, ensuciar. Al medio ambiente no le afecta que la playa esté llena de plástico, solo a la vista del bañista, lo que hay que hacer es limpiar el mar. Nos encanta comer pescado, pero si eso supone que hay un montón de redes en el agua que se quedan por ahí... A partir de 12 millas puedes arrojar por la borda lo que quieras, menos mal que parece que ahora están cambiando la ley. Pero si se te engancha una red en las rocas la cortas y ya está», denuncia.

David entorna los ojos y parece mirar al mar donde amenazan nubes de tormenta, pero señala a los tamarindos que descienden por la ladera hasta la playa de Sopela: «Los plantamos nosotros hace 20 años». También organizaron un concurso de jardines por equipos, con la intención de repoblar la zona con encinas y que al verlo todo tan cuidado la gente respetara más este entorno. Tiene un nombre, la 'teoría de las ventanas rotas' la llaman. Viene a decir que la sensación de abandono que transmiten determinadas imágenes o situaciones, como unas ventanas rotas, genera un impulso en determinados individuos que creen que pueden continuar con esa destrucción. Cuanto más descuidamos el entorno más piensan algunos que pueden seguir haciéndolo. Una playa sucia y llena de basuras hace que muchos no sientan vergüenza de tirar allí sus latas, botellas, colillas... Y al contrario. «Nos costó mucho que pusieran aquí papeleras... Llegamos a acumular toda la basura que habíamos recogido y la plantamos en mitad de la carretera para parar el tráfico, y como no hicieron nada, otro día la amontonamos delante del Ayuntamiento. Entonces sí tuvimos nuestras papeleras». Sonríe acordándose de aquellos tiempos «más punkies».

Sin perder tiempo, no vaya a llover, nos encaminamos a su casa de Barrika, y en concreto al bosquecillo que tiene detrás. Y puede decirse que es el bosque de David no porque el terreno sea suyo, sino porque lleva muchos años cuidándolo, manteniéndolo limpio, repoblándolo con las especies que siempre hubo en nuestros montes costeros, encinas y robles, y eliminando a golpe de hacha esos eucaliptos que los profanos en la materia tanto celebran por su olor pero que machacan con sus hojas todo lo que crece bajo ellos. «Los plantan para hacer papel y lo que hace es secar y desnutrir la tierra, aparte de que no sirve de alimento o cobijo para ningún animal. Y crece muy rápido, dando sombra e impidiendo que crezcan las demás especies». Los eucaliptos en Euskadi aumentan su superficie año tras año, alcanzan una extensión de 18.194 hectáreas a y se estima que su aumento anual ronda las 500 hectáreas, según el Mapa Forestal del País Vasco (2017). En 2011 eran 15.197 y en 2005 se situaban en 13.023.

En el objetivo de David también están las acacias, además de los dichosos plumeros de la Pampa y el pittosporum, dos plantas invasoras muy difíciles de eliminar. Antes tuvo cuidado de informarse bien: «Estuvo por aquí un ingeniero de la Diputación para decirme qué especies había que dejar o cortar», dice acariciando una encina rescatada: «La había golpeado un coche y la arrancó de cuajo, con el cepellón y todo. Llevaba dos días junto a la carretera sin que nadie hiciera nada, y me la traje con el coche; no veas lo que costó meterla». Hace tres años de aquello y hoy el ejemplar sobrepasa con creces nuestras cabezas.

Dos retoños del árbol de Gernika

El otro día le regalaron dos retoños del árbol de Gernika. «Mira, aquí he plantado uno y estoy buscando un lugar para el otro», dice señalando un pequeño roble que sube buscando la luz y al que ha rodeado de palos para proteger su crecimiento. Sus tres perros le siguen bosque adentro (al día siguiente de quedar con él para este reportaje, un jabalí atacó a la boxer Greta, la más vieja pero la más brava, y la hizo un gran desgarro en el vientre del que se está recuperando: «la naturaleza es muy buena, pero tiene estas cosas», dice él apenado). Según avanzamos, los árboles que David empezó a plantar hace 20 años presumen cargados de bellotas. «Cada niño de la familia ha sembrado aquí su árbol –entre ellos su hija de 7 años, Maddi–. Y a los pies de algunos hemos enterrado a la tortuga, el pez, un pájaro...»

Habla de cuando toda esta zona ardió, hace unos años... Y si no se quemó todo fue gracias a los cortafuegos que David y los suyos habían previsto, y a que se preocupaban de mantener la zona limpio. «En otro bosque, al lado de la ermita de San Andrés, empezaron a quitar los arboles con el argumento de protegerlo de incendios, aunque fuera para construir, y cortaron todos los árboles con un tronco de diámetro inferior a 10 centímetros, independientemente de la especie que fuera, entre ellos encinas y robles de más de 30 años. Pues se cargaron parte del ecosistema, que daba cobijo a muchas aves... Fíjate qué hermoso está este roble a pesar de que su tronco es más estrecho que eso. ¡Cómo vas a cortarlo! Aquí no tenemos cultura de respetar nuestros bosques como hay en otros países».

Ha hecho crecer también una pequeña huerta con tomates, calabazas, calabacines... de la que se surte para su propio consumo. «Siempre hemos sido una familia de reciclar, de utilizar y reutilizar». Aunque reconoce que respecto a la huella ecológica que todos dejamos, él necesita mejorar, como dicen las notas de la escuela: «No soy totalmente coherente, me gusta mucho viajar, he ido de aquí para allá intentando encontrar la ola perfecta, volando en avión, y eso es algo que en realidad no necesitas para vivir, pero...». Bueno, lo compensa con creces con este bosque que ayuda a regenerar y con la playa que libera de basuras, dos entornos que recorre con sus endurecidos pies esperando que algún día otras generaciones, quizá sus propios nietos, puedan seguir disfrutando.

En datos

  • El informe 'El bosque vasco en cifras 2017' recoge que la superficie forestal supone el 68% del total de la superficie de Euskadi, y está dividida en arbolada, el 54,9%, y desarbolada –pastizales, matorrales y roquedos–, un 13%.

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