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Mikel, con un panal de sus colmenas. Iñigo Royo | Vídeo: Marta Madruga | Pablo del Caño

Un bombero apicultor contra la avispa asiática

Hijos de la tierra (IV) ·

Acompañamos a Mikel Zubeldia a desactivar un nido de la especie invasora, que ataca sus colmenares para devorar las abejas

Martes, 19 de noviembre 2019, 00:22

Cuando llegamos a la ladera con vistas al valle de Tolosaldea donde Mikel Zubeldia tiene colocado uno de sus tres colmenares, una avispa asiática (Vespa velutina) acaba de 'raptar' a una de sus abejas negras (Apis mellifera) esperándola a la entrada, a que llegue cansada de volar en busca del polen. Así resulta más fácil la cacería. La lleva a una rama cercana y allí colgada le arranca cabeza y abdomen para desecharlos, quedándose solo con el tórax, que tiene la proteína y la glucosa necesaria para alimentar las larvas que aguardan en el avispero. No es un proceder diferente al de las avispas autóctonas del País Vasco, como la Vespa crabro, incluso más grande que la asiática aunque no tan agresiva, pero es que estas viven en equilibrio con nuestro ecosistema y las otras no. En 2010 la invasora asiática entró en Gipuzkoa por la frontera de Irún, se cree que introducida por un carguero de madera procedente de China que llegó al puerto de Burdeos. Y para 2012 ya estaba llegando a toda la cornisa cantábrica. Los primeros en darse cuenta fueron los apicultores como Mikel, y la casualidad hizo que también fuera de los primeros en actuar contra ellas, como bombero de la Diputación que es desde 1999.

«Al principio, cuando la avispa asiática apareció, hubo mucha confusión, alarma, en los medios de comunicación, entre la gente, todo se confundía y nos llamaban siempre, daba lo mismo avispas que abejas, asiáticas que crabro, incluso se mataba también a estas últimas por no saber distinguirlas... Fue caótico. El primer año, en 2011, toda la responsabilidad de la retirada cayó en los bomberos. Confiaron en mí y en otros compañeros que también tienen abejas para la retirada de los avisperos, porque al principio no sabían cómo hacer. En 2018 se quitaron más de 1.500 nidos en nuestra provincia, y de ellos, 170 fueron eliminados por los bomberos. Al principio no dábamos abasto, y al final durante la temporada no hacíamos otra cosa, así que ahora son varios los implicados en esta labor. Entre todos, acabamos neutralizando el 90% de los avisperos que se divisan».

Acudimos con Mikel, ahora como bombero, a desactivar uno instalado en la copa de un árbol y orientado hacia un barranco. No es fácil de ver, hay que ponerse en la posición adecuada, pero ahí está, colgando como una pesada mochila gris. Hace dos días estuvieron envenenando otro y entonces Mikel divisó este. Es como la gente que sabe de pájaros, que no solo son capaces de vislumbrar uno de lejos entre las ramas sino que además saben si es petirrojo, jilguero o verderón. «Uno acaba haciendo la vista y detectas los nidos desde lejos». Mikel y su compañero Urko Olaiz se visten para la ocasión, un traje protector más resistente que el que utilizan los apicultores pues la picadura de la avispa es más fuerte. Ensamblan las partes de una pértiga que alcanza los 19 metros de largo y por cuyo interior harán fluir el veneno que impulsa una bomba manual. El extremo de la pértiga empieza a acariciar el nido. En lo alto, las avispas se huelen algo y salen para inspeccionar el avispero sin saber lo que se les viene encima. El pincho encuentra su sitio y el veneno empieza a fluir. Un par de minutos y ya está hecho; en 24 horas, todas muertas. De hecho, al poco, Mikel tiene una bastante atontada entre sus manos.

A sus 44 años, nunca ha recibido un picotazo de avispa asiática y mira que ha tenido contacto con ellas. Sin embargo, un compañero suyo que desbrozaba el monte con una máquina se topó con un nido oculto entre la maleza «y justo justo pudo llegar a urgencias, porque era alérgico. Estaría bien si se pudiera hacer un registro sobre las picaduras de avispa asiática, porque esto no es únicamente un problema de los apicultores, sino de salud pública». Explica que la abeja solo pica «cuando va a morir, para defender algo que necesita. Si no le tocas su colmenar, no te hará nada, porque si pica se muere. No es como la avispa, que pica tantas veces como quiera. Metemos todos los insectos en el mismo saco, la abeja no es peligrosa ni agresiva, antes de picar se lo piensa».

Iñigo Royo
Imagen principal - Un bombero apicultor contra la avispa asiática
Imagen secundaria 1 - Un bombero apicultor contra la avispa asiática
Imagen secundaria 2 - Un bombero apicultor contra la avispa asiática

Como apicultor y como bombero, Mikel lucha por preservar la biodiversidad, por que las abejas no desaparezcan para siempre; de no ser por personas como él no quedaría ninguna. Gracias a esta pelea, a su defensa de estos insectos, ha conocido de forma más profunda la necesidad de luchar contra el cambio climático, de fomentar una conciencia ecológica para preservar el planeta que los humanos utilizamos como hábitat sin ningún cuidado. «El otro día, un conocido me recordó que antes teníamos que limpiar el parabrisas cuando terminábamos un viaje, y que ahora no es necesario porque casi no hay insectos, de toda la porquería que vamos echando», lamenta.

30 colmenas

Su enamoramiento por las abejas empezó de casualidad, más allá de que, como a todos, le encantaran los dibujos de 'La abeja Maya'. «Acababa de empezar con mis colmenas, en 2010, cuando al año siguiente llegó la avispa asiática. Siempre había tenido interés, cuando eres joven y vas en familia al monte, pero al enterarme de que un compañero bombero tenía abejas, le consulté cómo empezar. Hoy tengo 30 colmenas en 3 colmenares diferentes. Cuando conoces cómo funcionan estos insectos te sorprendes; cómo tienen a su reina pero las decisiones las toma el pueblo, cómo se anticipan al clima, si va a hacer bueno o no, cómo en invierno se organizan para la subsistencia, en ese momento en cada colmenar hay unos 5.000 o 10.000 ejemplares, pero al llegar la primavera aumentan hasta los 80.000...». Lo suyo es por pura afición, para autoconsumo de su familia, que incluye dos hijos: la miel, la jalea, el propóleo, el pan de abejas, que es proteína vegetal... Y su mujer, Bidatz, ha creado una línea cosmética que vende en ferias.

Señala que cuando entras a trabajar con las abejas te das cuenta de la importancia que tienen. «Desde fuera, mucha gente las teme, y tienen mala fama porque creen que pican... Pero cada noticia que sale la relaciono con las abejas, como la cosecha de manzana, la sidra... pues parte de culpa de la buena cosecha se debe a las abejas y nadie se acuerda. Todo tiene relación en el medio ambiente».

Dice que, como ecologista, cuesta hablar de eliminar a una especie, de matarla para defender a otra, «pero es la única solución. Aun así, la avispa asiática no es el mayor problema de la abeja, sino el ácaro varroa, que les chupa la linfa y las debilita, «a la avispa se la ve, pero a la varroa no, y el ácaro se ha ido haciendo resistente. Y luego está el hombre, como los que se dedican a la manzana que necesitan abejas para la polinización, pero que son los mismos que rocían los árboles con plaguicidas que también afectan a las abejas... Los plaguicidas, pesticidas, la polución, el calentamiento del planeta... Todo afecta, y afecta para lo malo... Por todo esto, la apicultura hoy nada tiene que ver con la de hace 30 años. Ya no hay abejas silvestres, solo las nuestras». Mikel pertenece a la Asociación de Apicultores Guipuzcoanos (Gipuzkoako erlezain elkartea, GEE) y a la Asociación de criadores de abeja Erle Beltza (Erbel), en defensa de la abeja negra, de esa Apis mellifera originaria: «Se trata de un programa para la recuperación y mejora de la abeja local que contiene unas características muy particulares, y hay que recordar que si la abeja local es así será por algo». Por eso trabaja también en la selección genética, aparte de los experimentos, los test que hace por interés personal, para intentar ayudar a su supervivencia.

«La avispa asiática la hemos sacado de su medio y aquí se ha desmadrado, no encuentra rivales y se sigue expandiendo, va creciendo según su instinto, y una especie fuera de su entorno empieza a ser problema no solo para la abeja, aunque básicamente cace abejas, pero también otro tipo de insectos como las mariposas, que cada vez vemos menos. Es un problema y hay que neutralizarlo, no completamente porque no podemos, pero controlarlo sí, y en eso estamos». Hoy el nido estaba en lo alto del árbol, otras veces los hacen crecer en casas, en buzones, bajo tierra, e, incluso, en nichos de cementerios. «Gracias a las abejas, hoy soy más consciente de lo que estamos haciendo al planeta y de todos movimientos sociales que van surgiendo en torno a la conservación del medio ambiente. Dicen que sin las abejas, responsables del 70% de la polinización total, el mundo duraría tres días. Pues igual no serán tres días, pero imagínate lo que pasaría con la alimentación, con los cultivos. Iríamos a peor, de eso no hay duda».

En datos

  • El 41% de los insectos de la Tierra se halla en declive en población y en distribución, y una tercera parte está amenazada y en peligro de extinción, según una comparativa de 73 estudios realizados en los últimos 30 años

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