«Mira, ahí sale Rojo!», me avisó mi padre con entusiasmo la primera vez que me llevó a San Mamés, mientras me ayudaba a empinarme para que lo viera bien. Allí estábamos los dos de pie entre la afición apelotonada en la vieja grada central. ... Para los que nacimos el mismo año en que Txetxu debutó con el Athletic, el extremo zurdo fue una de nuestras más tempranas pasiones infantiles. En mi estreno en La Catedral me entró el mismo cosquilleo nervioso que él nunca dejó de sentir antes de cada partido. En Bilbao, en 1965, nuestras madres nos parían hinchas del Athletic y nos criaban devotos de Iribar. Pero Rojo era mucho Rojo. Admirable como futbolista, además era alto, guapo, armónico, un moreno atractivo y carismático. Tuvo mi lealtad perruna como la tuvo después Dani, que heredó su brazalete de capitán, uno de mis objetos más codiciados.
Rojo I vuelve a ser joven ahora que se va con la parte de nuestra niñez que le pertenece. Nos quedan los cromos, donde sigue con esa mirada limpia, distante y profunda, de ojos anchos muy pegados a las cejas. Si alguna vez parecieron chulescas sus maneras, no eran sino el escudo propio de un tímido con carácter. El campo de juego era su terreno natural, pero fuera de él se sentía indefenso entre la gente. «Me daba mucho apuro pasar por la Gran Vía y que me pidieran un autógrafo. Sudaba y me ponía colorado», confesó, cumplidos los 68 años, en una entrevista de Iván Orio para EL CORREO. Rojo, rojo. De frío y engreído, en realidad, poco.
El extremo izquierdo bilbaíno cosechó fama de conflictivo por su propensión a las broncas sobre el césped. Para mí la culpa era del árbitro o de los contrarios, cegada como estaba por esa fidelidad canina. Vale. Era un poco pendenciero, incluso bastante, pero tampoco tanto. Vio ocho tarjetas rojas con el Athletic, el mismo número que los colegiados mostraron a Aduriz y a Goiko, otros dos peleones con mi afecto incondicional. Ni siquiera es de ellos el récord de expulsiones, sino de Amorebieta con doce.
De Rojo se ha elogiado su elegancia y su clase en el juego, su habilidad instintiva para driblar y poner la pelota donde le daba la gana. Han merecido alabanzas sus regates, internadas y desmarques, pero, sobre todo, sus pases y centros. En los 541 partidos jugados con el Athletic, cifra sólo superada por El Chopo, marcó 68 goles, 17 de ellos en saques directos de falta que hablan de su precisión. No era muy rematador, pero ahí deja sus 120 asistencias de gol. Jugar a su lado era un chollo para cualquier aspirante a pichichi. Dani, el pequeño gran capitán de la gabarra, tercer máximo goleador de la historia del Athletic después de Zarra y Bata, con 199 tantos, dijo de él: «Txetxu mandaba el balón como nadie. Siempre sabía encontrarme».
El capitán Rojo I pudo leer en vida todo lo bueno que los periodistas escribieron sobre él. Eso se ganó sin necesidad de estar muerto. «Era el jugador que todos queremos ser: elegante, fino, zurdo además, lo que le añade más atractivo», afirma Santiago Segurola en 'Conversaciones en La Catedral'. Rojo es capaz de inspirar «una admiración sin límites». Para Eduardo Rodrigálvarez, «era artesanía pura, un zurdo clásico que jugaba con el mismo talento bailando sobre la raya de cal que actuando como interior con más amplitud de miras». En 'Cien razones para ser del Athletic', lo define como «un genio, un artista del balón, habilidoso y listo, preciso como un disparo con mira telescópica». Y Enrique Terrachet rememora en su 'Historia del Athletic' aquel partido de 1975 contra el Málaga en el que el zurdo de Begoña ejecutó «uno de los goles más bonitos que jamás hayamos visto».
Txetxu Rojo formó parte del equipo que a punto estuvo de levantar el trofeo de la UEFA y debió conformarse con el subcampeonato en 1977. Conquistó las Copas de 1969 y 1973, pero nunca conoció la sensación de ganar una Liga. Colgó las botas justo la temporada previa a las dos gloriosas salidas de la gabarra por el Nervión, la de la Liga de 1983 y la del doblete de Liga y Copa de 1984. Le quedó esa espina, que comparto, pero disfrutó del triunfal recorrido por la ría «como el que más».
El león del dorsal número 11 pertenece a un linaje de jugadores que eran del Athletic o no eran de nada, canteranos que nunca abandonaron el equipo de su vida y de las nuestras. Lástima que se haya agotado su tiempo para ver zarpar de nuevo la gabarra. La barcaza portuaria, 38 años varada, volverá a surcar la ría detrás del remolcador, aunque Rojo ya no pueda navegar en esa euforia. Quizá nosotros tampoco, quién lo sabe. Adiós, Polvorilla.
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