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Txetxu para siempre

Muere Txetxu Rojo ·

La admiración que sentíamos por él era absoluta. Porque Txetxu lo tenía todo para que nos rindiéramos a él y muchos nos pasáramos la infancia y la adolescencia intentando imitarle

Viernes, 23 de diciembre 2022

Txetxu Rojo me acarició la cabeza en Lezama hace casi cincuenta años. Un amigo de mi padre me lo presentó y recuerdo que sólo acerté a mirarle brevemente mientras él me sonreía y yo, sintiéndome inmensamente pequeño, apartaba la vista de inmediato, deslumbrado. Y ... entonces me acarició y el efecto de su mano en mi cabeza perduró durante días, al menos en mi imaginación, hasta el punto de que inventé tretas y argucias para no lavarme el pelo durante más de una semana por si con el agua y el champú desaparecía también la maravillosa sensación de haber sido bendecido por mi ídolo. El mío y el de miles de niños vizcaínos de mi generación.

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La admiración que sentíamos por él era absoluta. Porque Txetxu lo tenía todo para que nos rindiéramos a él y muchos nos pasáramos la infancia y la adolescencia intentando imitarle, incluso bromeando con nuestra inmensa torpeza cada vez que, inocentes como éramos, nos esforzábamos por parecernos a él incluso en la forma de correr.

Txetxu era guapo, rebelde y un dechado de talento. Lo más importante, sin embargo, era su clase. Miles de hinchas del Athletic descubrimos el significado de esa palabra aplicada al fútbol viéndole jugar. Lo descubrimos en su forma de moverse, de perfilarse para centrar, de controlar el balón, de tocarlo, de driblar, de mirar a su alrededor… Incluso de llorar la derrota, sentado sobre el césped, inconsolable, como le vimos en aquella foto histórica de Claudio hijo tras perder la final de la Copa de la UEFA ante la Juventus. Verle en el campo, lo entendí con el tiempo, era como ver a Cary Grant moviéndose por un lujoso salón en una fiesta y pidiendo una copa a un camarero. Era imposible hacerlo con mejor estilo.

Tomás Ondarra

Para muchos de nosotros en aquella época, hablo de los años setenta, ir a San Mamés siempre era un acontecimiento. No importaba el rival. Pero sí la presencia de Txetxu en el campo. La razón es bien sencilla. Se trata, sin más, de un atributo propio de los genios: con él casi todo era bello, pero también impredecible. De ahí que tuviera sus detractores. Siempre los hay. Le acusaban de jugar sólo cuando quería y de no esforzarse lo suficiente. No hace falta decir que esos 'antis' eran para nosotros una despreciable oposición de señores agrios y amantes de la fabricación en serie de tornillos y los trabajos de zanja. Pues bien, todavía hoy recordamos nuestro gran día de la venganza. Yo al menos así lo viví porque coincidió que aquella tarde estaba en la vieja Tribuna Sur cuando Txetxu marcó aquel maravilloso gol al Málaga plantándose solo ante Deusto tras driblar a una comunidad entera de defensas después de recibir un córner en corto. Aquella obra maestra nos hizo sentirnos vencedores para siempre. Ya no cabía discusión. Con Txetxu pasaba lo mismo que con su amigo Iribar. Como él no había ninguno.

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La vida da muchas vueltas, tantas que muchos años después mi trabajo me llevó a conocerle y acabamos siendo amigos. Por supuesto, le conté la anécdota del día que me acarició el pelo. Mi relación con él cambió, como es lógico. Descubrí a la persona, un hombre cordial, perfeccionista, todavía rebelde, tímido, inquieto, muy amigo de sus amigos. Y por supuesto, un amante del buen fútbol que llevaba al Athletic en el corazón. O en la médula. En los dos sitios a la vez seguramente. Descubrir a la gran persona que nos acaba de dejar, sin embargo, no impidió que Txetxu siguiera siendo hasta el final el ídolo que siempre fue para mí. Y es que hay cosas que son demasiado grandes para desvanecerse. En esta mala hora pienso, por ejemplo, en Joseba Betzuen, que era como un hermano para Txetxu. Le quería y admiraba tanto que decidió ser tan servicial con su amigo el resto de su vida como lo fue en el campo. Y bien que se reían de ello los dos. Hoy quiero pensar en esas risas. No se me ocurre nada mejor.

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