Urgente Grandes retenciones en la A-8, el Txorierri y la Avanzada, sentido Cantabria, por la avería de un camión
Rojo dispara a puerta en presencia del Glaria, del Español, en un duelo en el viejo Sarriá. EFE

Txetxu Rojo, un puente entre dos generaciones campeonas del Athletic

Muere Txetxu Rojo (1947-2022) ·

Rojo fue clave en los títulos de Copa del 66 y del 73 y tuteló antes de su retirada al equipo que brilló a inicios de los 80

Viernes, 23 de diciembre 2022, 18:38

Txetxu Rojo estaba igual de fino con 18 años, cuando debutó en el Athletic a las órdenes de su admirado Piru Gainza, que con 35, cuando colgó las botas con Javier Clemente en el banquillo después de diecisiete temporadas, en 1982. Y también ... durante las cuatro décadas posteriores, en sus diferentes etapas como formador y entrenador. Había algo genético en aquel caballero de la triste figura que convertía el fútbol en alegría y gracilidad cuando corría por la banda izquierda con el balón pegado a su zurda. Sus frenadas en seco en pleno sprint y los cambios de ritmo desorientaban de tal manera a los defensas que seguían corriendo detrás de una pelota que se había vuelto invisible. La conducción era soberbia, con la cabeza siempre en alto para no perder nunca la panorámica y la perspectiva. Un galán del fútbol.

Publicidad

Su realzado estilismo, sin embargo, no sólo estaba escrito en el ADN. Lo trabajó como nadie con una disciplina férrea en la cuidada nutrición y en las horas dedicadas al descanso. «A mí algo a la plancha», se adelantaba casi sin sentarse a la mesa antes de que los camareros le entregasen la carta o cantaran el menú. Lo hizo toda su vida, como jugador y como el mejor amigo de sus amigos en todo tipo de reuniones. Comidas limpias y nada de trasnochar. Una copita de vino si se terciaba. Ni una más. Profesional intachable, a todas horas. Por eso era igual de bueno en el campo con 18, con 25 y con 35 años. Fue, de hecho, el nexo de unión entre la generación campeona de las Copas de 1969 y 1973 y el embrión de la que brilló a principios de los años 80. Catalizador de lujo. Tutor impecable.

A la leyenda rojiblanca no le hicieron falta una legión de nutricionistas ni de expertos en big data persiguiéndole para saber que la salud era fundamental si quería mantenerse en la élite con un rendimiento sobresaliente. Su talento y clase eran naturales -aunque hubo un sector de San Mamés que nunca llegó a entenderle-, pero siempre tuvo claro que sólo explotaban cuando estaba bien físicamente y había dormido lo necesario. Era un cartujo moderno. Recogido para mejorar e impulsar al colectivo en el terreno de juego y, al mismo tiempo, extrovertido, socarrón e irónico cuando hablaba, y lo hacía mucho, de fútbol fuera de los estadios. Su mordacidad solía ir acompañada de una media sonrisa que apuntalaba sus palabras.

Rojo creció como un futbolista callejero en las campas de Begoña antes de recalar en el Firestone, histórico equipo juvenil que llegó a levantar una Copa de España. El Athletic fijó sus ojos en él en 1964 y poco más de un año después ya debutó con el primer equipo tras un paso fugaz por el filial. Fue ante el Córdoba y compartió la zona de ataque con Argoitia, Arieta I y Uriarte.

Publicidad

Gainza apadrinó de inmediato a ese chaval espigado de mirada tímida y le dio en propiedad la banda izquierda. Maestro y alumno comenzaron a forjar una amistad que creció con el tiempo. El '11' rojiblanco hablaba de él con fascinación. Fue su mentor y la persona que le reveló todos los entresijos técnicos y tácticos: movimientos, desmarques, combinaciones, las pausas... Los ingredientes para 'macerar' su calidad.

Los laterales derechos de los equipos rivales se quedaban lívidos cuando Rojo I aparecía en las alineaciones -figuraba siempre el último por el número de su dorsal-. Sabían que les tocaba sufrir ante aquel joven exquisito que hacía con el balón lo que le daba la gana. Nada por aquí, nada por allá, y allí estaba el bilbaíno a punto de dar otro pase de la muerte o meter un centro templado y ventajoso para el goleador.

Publicidad

Largas charlas

Su genialidad no sirvió para levantar el trofeo de Copa en 1966 y 1967, con sendas derrotas en las finales ante el Zaragoza y el Valencia, pero fue determinante para lograr los títulos del torneo del k.o. ante el Elche y el Castellón, en 1969 y 1973. Después llegaría el fatídico 1977. Adiós al sueño de la Copa de la UEFA ante la Juventus tras someterle a una tortura futbolística en el duelo de vuelta en La Catedral. Y depresión por perder aquella tanda de penaltis no apta para cardíacos frente al Betis.

Eran años de horas y horas de carretera, de largas concentraciones en hoteles cercanos -y no tan cercanos- a las ciudades en las que se disputaban los partidos. Desayunos, comidas, cenas, partidas de cartas... Los futbolistas charlaban largo y tendido y construían casi sin darse cuenta una complicidad y una camaradería impensables hoy en día. Los viajes fugaces, los auriculares y la obsesión por las redes sociales no ayudan a crear grupo en este fútbol en el que el nombre de un jugador tiene más valor que los colores que representa.

Publicidad

Rojo, Iribar, Beltzuen, Iñaki Sáez, Aranguren, Dani -«el pequeño», como le llamaba cariñosamente el extremo de Begoña- formaron una familia que perduró cuando dejaron el fútbol profesional. Se veían habitualmente, compartían mesa y mantel, recordaban juntos los momentos felices y tristes de su carrera en común... Crecieron en el Athletic y el fútbol unió sus vidas para siempre. Rojo solía mencionar a Johan Cruyff, una de sus referencias. Eran bastante cercanos. De hecho, se juntaron para hablar de San Mamés en los reportajes televisivos que se emitieron con motivo del adiós a la vieja Catedral.

Dos hermanos con corazón rojiblanco

En el Athletic han jugado varias parejas de hermanos a lo largo de su historia. Y los Rojo fueron una de ellas. Los futbolistas del barrio bilbaíno de Begoña coincidieron en el primer equipo entre 1971 y 1977 y sumaron un total de 727 partidos entre ambos con la camiseta rojiblanca.

Su posición y su cometido en el campo eran muy distintos. José Ángel era el hermano menor y actuaba como centrocampista de contención. Llegó al Athletic desde el Indautxu, previo paso por el juvenil rojiblanco, y también prestó sus servicios en el Racing de Santander. Txetxu convirtió la banda izquierda en su segunda casa.

Se llevaban poco más de un año y ya desde la infancia convirtieron el balón en su 'compañero' favorito por las campas cercanas a su hogar. Hay un dato curioso. Disputaron un partido juntos con la selección frente a Turquía, el único en el que José Ángel fue llamado por España. Ambos fueron titulares.

Antes que ellos también compartieron vestuario en el Athletic los hermanos Arieta, los delanteros Eneko y Antón. Hicieron 253 goles entre 1964 y 1966. Les precedieron los Gainza en el último lustro de los años 40. Miguel era defensa. Agustín Piru Gainza, después entrenador del equipo bilbaíno, fue uno de los mejores delanteros de la historia del Athletic. Ha habido más hermanos con el corazón rojiblanco. Los más recientes los Salinas, Patxi y Julio, y los Williams, Iñaki y Nico.

Su última campaña fue la 1981-1982, en la que jugó 27 partidos. El entrenador era Clemente. Técnico y futbolista mantuvieron una conversación en la que consensuaron la retirada del bilbaíno al final de ese año para ceder el protagonismo a las nuevas generaciones. Rojo sólo puso una condición. Quería marcharse en activo. En marzo del 82 se le rindió un homenaje con un partido frente a Inglaterra. Fue sustituido en el minuto 59 con los aficionados rendidos a sus pies. En el césped, Zubizarreta, Urkiaga, De la Fuente, Liceranzu, Goikoetxea, Gallego, Noriega, Sola, Sarabia y Argote. El germen de la Liga de 1983 y del doblete de un año después.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad