En esos momentos en la vida en que uno no sabe para dónde tirar, hacer el Camino es un buen comienzo para tu renacer. Porque en la vida hay que empezar de cero mil veces: después de un divorcio, tras la pérdida
de un ser querido, al cambiar de trabajo... Yo he renacido. El atentado fue la primera vez. Luego ha habido otros, aunque ninguno como el día en que nació mi primer hijo. Él y sus dos hermanos han dado todo el sentido a mi vida».
«Desde hace 15 años participo en los recorridos que organiza la Fundación También, una ONG de deporte adaptado que lleva a personas con diferentes grados de discapacidad a hacer el Camino. Fui por última vezen octubre del año pasado, tras un largo paréntesis por mi maternidad y la pandemia. Me acompañaron mis tres hijos y mis sobrinos. Fue increíble ver cómo ayudaban empujando las sillas en las etapas difíciles. Es importante que aprendan desde niños el valor de una sociedad inclusiva».
«Es un viaje revelador, mágico. Para mí, la vida es sacrificio, pero también recompensa. Hay que trabajar y currárselo, y la peregrinación a Santiago es una metáfora increíble. También en el sentido religioso. Creo que la fe la tenemos muy olvidada, pero es el origen de muchas cosas buenas que nos pasan. ¡Y ocurren milagros en el Camino! Yo he pedido cosas en el Santo Milagro, en O Cebreiro, y se han cumplido».
«El momento más emocionante el año pasado fue la llegada a Santiago: ¡se caía la plaza del Obradoiro de los aplausos al vernos llegar! Algunos en handbike, como yo; otros, en silla de ruedas... Y todos llorando, los que aplaudían y los que recibían el aplauso».
«Este año nos volvimos todos con la misma concha. Y mis hijos estaban alucinados con la historia De Santiago. A nivel emocional me he traído amor, aventura y mucha gratitud. Llevábamos dos años de pandemia y, aunque con mascarilla y PCR, pudimos hacerlo y abrazarnos. También me ha dado, como siempre, fe y esperanza».
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