De necesitar la 'mili' y EGB a una plantilla de licenciados

A aquellas primeras personas que estaban interesadas en entrar en la Ertzaintza se les exigía, por ejemplo, acreditar su presencia en Euskadi durante al menos los últimos tres años y tener la nacionalidad española. Ahora solo lo segundo. También se reclamaba de forma explícita «haber observado buena conducta pública y privada en todos los órdenes». Hoy se miran los antecedentes penales.

Pero quizás la más relevante aunque ahora pueda parecer anecdótica era que debían tener cumplido el servicio militar o estar exento por ser «sostén de familia». ¿Y por qué era clave? Porque eso impedía la entrada de mujeres. Esa era la España de 1982. Ese condicionante duró poco. Para la segunda promoción ya no existía. La de 1983 se abrió a un millar de agentes y se reservaron un centenar de plazas para mujeres. Las primeras ertzainas. Hoy suponen el 16% de la plantilla y el objetivo es que esa cifra vaya en aumento.

También han cambiado las exigencias educativas. No hay datos de qué nivel de estudios tenían aquellos primeros agentes. Solo que se les exigía tener al menos la «primera etapa» de la EGB, lo que equivalía a quinto curso. Ahora deben tener al menos Bachillerato. En estos momentos, el 44% de los agentes que van a entrar en la nueva promoción son graduados o licenciados.

La formación académica en Arkaute se ha modernizado. Y alargado, antes eran seis meses, ahora nueve. Y cuarenta años después juega un papel fundamental el euskera. Es otra demostración de cómo la Ertzaintza ha ido cambiando a medida que lo ha hecho la sociedad vasca. En 1982 solo se consideraba un mérito. Incluso los que conocían el idioma recibían un plus económico. Hoy es necesario para cubrir la mayoría de las plazas. De hecho, un 87% de los agentes actuales tienen un perfil suficiente de euskera y todos los que ahora entren en Arkaute necesitan acreditar al menos un perfil equivalente al 2 de la administración.

Y qué decir de los requisitos médicos. En esa España de 1982 no existía el lenguaje inclusivo ni la corrección política. Los requisitos que se establecían para acceder a la Ertzaintza eran los mismos que para otros cuerpos policiales. Un listado enorme de enfermedades incompatibles con el servicio policial: la lepra, la sífilis, la «falta o pérdida total del pene...».

Otras cuestiones se han ido modulando en el tiempo. Aquellos primeros aspirantes debían medir como mínimo 1,72, ahora el límite se fija en el 1,65. Las mujeres debían llegar al 1,64, y ahora vale con el 1,60. Lo mismo pasa con las pruebas que han tenido que superar quienes quieren entrar en el cuerpo. Sobre todo con las físicas.

En 1982 había que superar una carrera de 60 metros en un máximo de 9 segundos, salto de altura con un mínimo de 1,10 metros, trepar por una cuerda de 5 metros... Hoy son más complejas. Hay pruebas de natación, press de banca -levantar 35 kilos los hombres y 25 las mujeres-, circuitos de agilidad...

Alfredo Sánchez, representante de Erne, pertenece a la octava promoción, la de 1988, y tiene dudas de que ahora fuese capaz de pasar las pruebas. «Es que ahora son verdaderas máquinas». Pero Sánchez también constata otras diferencias entre aquellos agentes que llegaban a la Ertzaintza en los ochenta y los que entran ahora.

«Casi todos habíamos tenido antes un trabajo. Entrábamos por vocación, porque si no tienes vocación no te metes a policía, pero también porque veíamos una salida laboral». «Eso no ha cambiado, la seguridad laboral puede hacer atractivo meterse ertzaina, pero si no hay vocación...», subraya Zearreta.