La pasión homosexual de dos poetas que acabó a tiros
Especial | Locuras de amor ·
Paul Verlaine y Arthur Rimbaud. El autor de 'Antaño y hogaño' dejó a su familia para huir con su joven colega y apurar una pasión que acabó a tirosEspecial | Locuras de amor ·
Paul Verlaine y Arthur Rimbaud. El autor de 'Antaño y hogaño' dejó a su familia para huir con su joven colega y apurar una pasión que acabó a tirosIRATXE BERNAL
Miércoles, 9 de febrero 2022
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Un año de paraíso y un año de infierno y sufrimiento continuo. Eso fue mi matrimonio. ¿Qué pasó? ¿Cuáles fueron las causas de mi desgracia, de mi vida rota y, más tarde, de la triste y aventurera existencia de Verlaine? ¡ ... Rimbaud! ¡Absenta!». Durante los primeros años de vida en común, Mathilde Mauté se sintió muy feliz. Su marido, el poeta Paul Marie Verlaine, era «amable, tierno, afectuoso y alegre», esperaban su primer hijo, tenían un holgado nivel de vida y, en la medida que la guerra con Prusia lo permitía, se rodeaban de intelectuales y artistas entre los que el joven autor empezaba a hacerse un nombre.
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Mathilde era feliz, aunque en París corrían tiempos de lo más convulso. La derrota en la guerra franco-prusiana, declarada apenas unos días antes de su boda, había propiciado la caída de Napoleón III y su Segundo Imperio solapada con el surgimiento de la Comuna, que fue duramente represaliada por el Gobierno legítimo. Pero, por aquellos días ella solo podía reprocharle dos cosas a su marido: la «cobardía y falta de patriotismo» con los que intentó zafarse del reclutamiento y por los que pasó dos días preso, y su inesperado activismo durante la Comuna, de cuyo comité central llegó a formar parte. Ambas cosas eran toda una humillación para la familia Mauté, en cuya casa vivía el joven matrimonio y que había enchufado al yerno en el Ayuntamiento de París. Pero a ella, una muchacha de 17 años recién casada con un poeta de 26, no le importaban demasiado. Y eso que el compromiso de Verlaine con la Comuna resultó ser de boquilla y, en cuanto el Ejército de Versalles sacó a pasear los cañones, él puso tierra de por medio y la abandonó para huir a Pas de Calais.
Fue allí donde coincidió por primera vez con el jovencísimo Arthur Rimbaud, que pasaba una temporada de vacaciones con la familia. En sendas escapadas, él también había estado en París durante la guerra y los primeros días de la Comuna. En ambas ocasiones, tras pasar unos días vagabundeando por la cuidad, había optado por regresar a la «estúpida y provinciana» Charleville, donde había que aguantar «tiranía» de mamá pero no había bombardeos ni faltaba comida.
Aquel primer encuentro sirvió a Rimbaud para saber a quién camelarse cuando poco después quiso volver a París. Quería formarse como poeta y para ello necesitaba ser apadrinado por alguien ya más o menos consagrado en los círculos literarios de la ciudad. Y ese sería Verlaine, a quien mandó algunos poemas para mostrarle su talento.
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Y talento tenía. Era innovador, vital, rompedor, iconoclasta, cautivador... Verlaine se entusiasmó con la nueva forma de ver la poesía del joven y no dudó en convencer a su mujer y suegros de que debían acoger y ayudar a alguien tan prometedor. De hecho, fue Mathilde quien recogió en la estación de tren a aquel joven de su misma edad y aparentemente inofensivo que llegaba con lo puesto. Era septiembre de 1871, solo le faltaba un mes para dar a luz y era feliz en su matrimonio.
Pero con él llegó el escándalo. Su físico aún aniñado escondía a todo un rebelde, a un pendenciero que arrastró a Verlaine y le devolvió a sus peores hábitos de soltero. La fascinación inicial que el niño prodigio causó en los cafés y salones literarios pronto quedó eclipsada por su carácter indómito. Hacía pintadas en las iglesias, increpaba a las autoridades, buscaba gresca en cualquier garito... Estaba pasado de rosca y el único que le seguía el paso era el embelesado Verlaine, que empezó a llegar a casa borracho y a levantar la mano a Mathilde. Llegó incluso a zarandear al bebé y llevárselo en plena noche. Por suerte, lo dejó sano y salvo al cuidado de su propia madre, pero a Mathilde ya se la había caído la venda. Ya no sería feliz en su matrimonio porque su marido podía ser el mismo demonio.
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En realidad, los problemas de Verlaine con el alcohol no eran nuevos. Habían marcado buena parte de su primerísima juventud, cuando abandonó los estudios de Derecho y, decidido a vivir de la poesía, empezó a frecuentar los ambientes bohemios de la ciudad. Pero entonces conoció a Mathilde, a quien consideró su redentora y quien se creyó el papel.
Pero tres semanas bastaron para que en los corrillos literarios se refirieran a Rimbaud como 'mademoiselle Verlaine' y para cabrear a los suegros, que obligaron al yerno a buscar otro acomodo para su 'protegido'. Un intento por devolver la paz conyugal a su hija que no sirvió de nada. Los poetas siguieron viéndose y Verlaine siguió maltratando a Mathilde hasta que en junio de 1872 desapareció. Sin mediar palabra, sin un triste aviso que al menos la evitara buscarlo por antros, comisarias y hospitales.
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Había huido con Rimbaud a Londres, donde ingenuamente pensaron que serían más libres. Allí se dieron cuenta de que trasgredir las normas sociales no es lo único que puede desgastar una pasión. El dinero que la madre de Verlaine envía a la pareja se esfuma entre la absenta y el opio, y la miseria económica da lugar a la sentimental. Son meses sórdidos y turbulentos en los que Rimbaud escribe 'Una temporada en el infierno', la que será su obra más reconocida y en la que se refiere a sí mismo como «el esposo infernal» y a Verlaine como «la virgen loca» o «necia».
Con tan pocas explicaciones como las que dio antes a Mathilde, un día Verlaine abandona a Rimbaud y se marcha a Bruselas. Desde allí escribe a su todavía esposa y amenaza con quitarse la vida si no le permite volver a casa. Ella aseguró en sus memorias que se sintió conmovida, pero sobre todo asustada. Así que se dispuso a perdonarle y, acompañada por su madre, fue a la capital belga para recoger a su marido. Pero, ya subidos en el tren, éste decidió apearse sin ni siquiera decir adiós. La razón, Rimbaud.
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También a él le había escrito asegurando que si no conseguía el perdón de Mathilde se quitaría del medio, así que el joven fue a su encuentro para evitar no se sabe muy bien qué desastre, si el anunciado suicidio o la consumación de su ruptura. Tras unos días de reanudada pasión, el alcohol y las drogas vuelven a tensarlo todo. Tanto que el 10 de julio de 1873 Rimbaud dice basta. Hasta aquí. Esta vez soy yo el que no aguanta más. Vuelve con Mathilde si es que aún te soporta o mátate, pero yo me largo. Verlaine se descompone. Se nubla. Y la arma. Saca una pistola que ha comprado esa misma mañana y dispara dos veces. Es lo que en la literatura francesa llaman 'el drama de Bruselas', más por su repercusión en la obra de ambos que por lo trágico del desenlace.
Nunca aclaró si únicamente quiso asustar a Rimbaud o si realmente tuvo intención de matarlo y le faltó tanta puntería como juicio. Solo le hirió en una mano, pero el incidente y su conducta abiertamente homosexual le depararon dos años de cárcel pese a que el lastimado amante retiró la denuncia. Pudo cumplir la segunda mitad de la condena en París, pero ya no recuperó ni a Mathilde, quien durante aquel período formalizó el divorcio, ni su reputación literaria.
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Tampoco volvió a tener una vida muy ordenada y, de hecho, pisó de nuevo una celda por intentar estrangular a su madre. Tras pasar una temporada en Londres, empezó a dar clases en un instituto de Rethel, donde se enamoró de uno de sus alumnos al que, siguiendo un viejo patrón, se llevó a la capital inglesa. El joven murió de fiebre tifoidea poco después de regresar a Francia y Verlaine, que tras el nuevo escándalo no puede ni volver a dar clases, terminó de consumirse entre drogas y alcohol pese a volver a publicar obras como 'Antaño y hogaño'.
La pareja se encontró por última vez en 1875, en Stuttgart. Rimbaud ya había decidido dejar la literatura, pero encargó a Verlaine la publicación de 'Las Iluminaciones'. Pasaron juntos un fin de semana y, después, mientras uno seguía con su autodestrucción, el otro se incorporó al Ejército colonial holandés en Batavia, aunque pronto desertó para iniciar una vida de aventurero sin demasiados escrúpulos que finalizó convertido en un aburguesado traficante de armas y posiblemente de esclavos. Murió en Marsella a los 37 años. Verlaine le sobrevivió cinco años. Falleció en París en 1896 antes de cumplir los 52 dejando como último legado su lista de «poetas malditos» en la que están incluidos los dos.
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