La pintora que se arrojó al vacío al perder a su amante
Especial | Locuras de amor ·
Jeanne Hébuterne y Amedeo Modigliani. Embarazada de ocho meses, la joven se arrojó por la ventana tras la muerte de su amanteSecciones
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Jeanne Hébuterne y Amedeo Modigliani. Embarazada de ocho meses, la joven se arrojó por la ventana tras la muerte de su amanteluisa idoate
Miércoles, 9 de febrero 2022
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Se tira por la ventana embarazada de ocho meses. Jeanne Hébuterne enloquece: ha muerto Amedeo Modigliani, su amor. Su vida. Ha apostado todo por él. Ha retado a su católica familia, contraria a un amante judío y pobre que le dobla la edad. Es el padre del hijo que lleva dentro. El segundo. «¡Qué mala suerte tenemos!», le dice al saberlo. Luego escribe: «Hoy, 7 de julio de 1919, me comprometo a casarme con la señorita Jeanne Hébuterne, en cuanto lleguen los papeles». No lo hace. Pero no se separa de ella hasta su muerte.
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La conoce en 1917 en la academia de arte Colarossi de París, la única que admite mujeres. Él malvive haciendo retratos y recitando versos en Montparnasse. «Soy Modigliani, judío. Cinco francos», ofrece. Es moreno, menudo, guapo, estiloso, con aire de dandy. De ardientes ojos negros. Con mucho tirón. Ella tiene 19 años. El flechazo es total. «Anoche me enamoré de Amedeo Modigliani», anota en su diario. No sabe que es un mujeriego. Un irresistible seductor asiduo de la noche parisina, que encadena amantes. Hasta Picasso lo reconoce: con sus americanas de terciopelo raído y el fular rojo, es el mejor vestido de la ciudad.
También es único pintando. Personal, minimalista, íntimo, silencioso, estilizado y elegante. Ajeno a las vanguardias. Reconocible de un vistazo: mujeres con rostro oval, cuello de cisne, nariz alargada y el mar en los ojos. Le cuesta despuntar como artista. La crítica no repara en las obras que expone en el Salón de los Independientes de 1910. Sabe que tiene talento, acumula fracasos y morirá joven por su mala salud. Y vive a tumba abierta, quizá para olvidar todo eso. Sus amigos le llaman Modi, como suena maldito en francés.
Les apodan 'los amantes de Montparnasse'. Él, tuberculoso crónico, bebedor, drogadicto y vividor. Casi siempre borracho, resacoso, colocado. Vino, brandy, absenta. Opio, coca, hachís. Jeanne, etérea, lánguida, soñadora y ausente. Ojos claros, penetrantes. Capa marrón, botas altas, trenzas y turbantes orientales. Toca el violín. Es discreta, reservada. De mucha mirada y poca palabra. Nunca sonríe. Es pintora. También lo es su hermano André, que la introduce en el mundillo artístico de Montparnasse. Lo frecuenta sola y con amistades. El pintor León Indenbaum la ve «guapa a su manera, delicada, en modo alguno tímida, pero sí algo secreta, orgullosa, recta». Otros añaden que tiene un corazón de oro.
Queda embarazada. A su familia, le horroriza que se sepa; a los marchantes Paul Guillaume y Léopold Zborowski, que merme la cotización del pintor. Echan tierra al asunto. Los ocultan en Niza. Allí nace la pequeña Jeanne. La ingresan en una institución y vuelven a París. Viven a salto de mata. En lúgubres y polvorientos cuchitriles que dejan por impago, a menudo clandestinamente, cuando el casero llama a la Policía. Salen huyendo, abandonan los cuadros sin mirar atrás. Pierden el que depositan en el café La Rotonde durante años por no tener para un taxi. Sobreviven con ayuda de algunos amigos. Los padres de Jeanne les dan la espalda; sobre todo tras la clausura de la primera exposición individual del pintor en la galería Berthe Weill, en 1917, porque sus desnudos se consideran incendiarios. La Policía ordena «quitar esas porquerías» y precisa: «Estos desnudos…¡Tienen pelos!». A ella nunca la pinta así, aunque la retrata en 27 cuadros. No hay mayor posesión de una mujer que pintarla, proclama. «Cuando una mujer posa para un pintor, ¡se entrega!».
Artistas, modelos, escritoras. Modigliani no escatima en conquistas. Es como un imán. Aunque rompa con ellas, lo siguen queriendo. Lunia Czechowska, Marie Vassilieff… A la poetisa Anna Ajmatova la enamora en 1911, cuando visita París con su marido, el poeta ruso Nicolai Gumilev. Ella regresa en secreto para estar con él. «No se parecía, en absoluto, a nadie en este mundo. Su voz se ha quedado, de alguna manera, grabada en mi memoria para siempre», dice. «Modigliani, pintor y judío». Así echa los tejos en 1914 a la vecina de mesa del café La Rotonde, la pintora Nina Hamnett. Pasan la noche en su cuarto de La Ruche. A veces, no convence a la primera. Al conocerlo, la poeta y periodista sudafricana Beatrice Hasting, corresponsal en París de la revista 'The New Age', lo cree «un cerdo», un hombre «feo, salvaje y codicioso» que no la impresiona. Luego queda «estremecida por este granuja pálido e irresistible de pies a cabeza». A los dos les tiran el sexo y el alcohol. Son dos bombas de relojería. La relación se descontrola continuamente. «Una vez tuvimos una pelea épica, subiendo y bajando diez veces la escalera, él armado con una jarra y yo con una escoba … Pero ¡qué feliz fui en la casita de Montmartre!» Con la estudiante canadiense Simone Thiroux vive una corta y oculta aventura y tiene un hijo que es su vivo retrato y tampoco reconoce.
Se enamora al momento de Jeanne Hébuterne. Con su arrolladora personalidad, la eclipsa personal y artísticamente. Ella comparte su desbocada carrera hacia la muerte, con una total dependencia emocional. Aguanta carros y carretas. Borracheras, agresividad, cambios de humor. Celos, infidelidades. Estallidos de ira. Violencia. Vómitos de sangre que anuncian el final. Y una demoledora pobreza. Los pintores Moïse Kisling y Manuel Ortíz de Zárate los visitan en el cuartucho de la calle Grande Chaumière el 18 de enero de 1920. Modigliani está en las últimas. Agoniza tras una noche de farra con dos horas bajo la lluvia. Está sobre dos colchones en el suelo, bajo los que asoman botellas de vino y latas de sardinas vacías. Ni un franco para traer a un médico. Mientras duerme, ella lo pinta; como si intentara retenerlo. Al espabilarse, él enlaza las muñecas de ambos con los restos de un espumillón navideño. Jeanne las dibuja en un papel y apunta: «Nuestras manos atadas por el oro y juntas para siempre». Se prepara para el final. Lo ha representado en dos cuadros. En 'La visita de la muerte', aparece inerte en la cama mientras asoma por la puerta un cura; en 'La suicida', se apuñala sobre las sábanas con un cuchillo. Un aviso en toda regla.
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Modigliani rechaza las medicinas. Nada que hacer. El tiempo se acaba. Lo llevan al Hospital de la Charité. Muere el 24 de octubre. Jeanne no lo abraza. No lo besa. Lo mira lenta y fijamente. Durante un rato. Retrocede hacia atrás, sin apartar los ojos. Y se va. Temiendo lo peor, la llevan al Hotel Louisiane donde pasa la noche vigilada; a la mañana, la limpiadora encuentra un cuchillo bajo una almohada. La trasladan a la casa paterna. Mientras comentan qué hacer con ella, se acerca a la ventana y se abalanza al vacío. El cuerpo queda destrozado frente al 8 bis de la calle Amyot. Durante horas. La familia no quiere que lo suban al piso. Los amigos de Modi montan guardia para vigilar a las ratas. Lo mandan a su apartamento. La patrona lo rebota a la Policía, que se lo devuelve y ordena custodiarlo hasta el funeral. La sepultan en el cementerio de Bagneux, en el extrarradio; a las 8 de la mañana y a escondidas, solo siete personas. A Modigliani lo entierran en Père-Lachaise, como un dios: le acompañan en cortejo sus amigos, la gente de Montparnasse y la Policía formada. Jeanne se reúne con él diez años después, lo que tarda el hermano del pintor en convencer a sus padres de trasladar los restos. Al morir la pareja, la tía paterna Margherita Modigliani adopta a la niña Jeanne y le da el apellido. «No he tenido tiempo de ser Jeanne Hébuterne», lamenta.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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