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Ilustraciones elaboradas por Laura Piedra y Mari Carmen Navarro
El rey que devoró el corazón de los asesinos de su esposa

El rey que devoró el corazón de los asesinos de su esposa

Especial | Locuras de amor ·

Pedro I de Portugal e Inés de Castro. El rey de Portugal hizo que la nobleza rindiera pleitesía al cadáver de Inés, primero su amante y luego su esposa, siete años después de su muerte

nieves bolado

Miércoles, 9 de febrero 2022

Puedes escuchar esta historia aquí:

-Nací bastarda, como mis cuatro hijos, pero en mis venas hay sangre poderosa de reyes gallegos y castellanos.

-Asunto nada baladí.

-Mi padre fue Pedro Fernández de Castro.

-Pero la inmortalidad no se la dio su sangre…

-Fui amada más de lo que cualquier mujser deseara, en una corte mezquina e inmisericorde.

-¿Quién sois vos, señora?

-Inés de Castro, reina de Portugal.

Nos situamos en Coímbra. Primavera de 1320. Reinan Dionisio I y santa Isabel de Aragón. Asisten al nacimiento de su nieto Pedro, único hijo legítimo de su vástago, el infante Alfonso, hombre malvado y envidioso. Así empieza esta historia de amor trufada de locura, venganza y leyenda.

Viajamos a La Limia, Orense. Navidad, 1320. La noble portuguesa Aldonza Lorenzo da a luz a una niña, Inés, hija bastarda de Pedro Fernández de Castro. Vamos a conocer otro escenario de esta apasionada historia, el castillo conquense de Garcimuñoz. Noviembre, 1316. Juan Manuel, Príncipe de Villena -el culto y feroz autor de 'El conde Lucanor'- y su esposa, traen al mundo a una hija, Constanza.

Ahora veremos cómo se cruzan sus vidas. Con cinco años, Inés queda huérfana de madre, y su padre la manda junto a su prima Constanza al castillo de Peñafiel, convirtiéndose en su dama de compañía. En la capital lusa, el infante Alfonso, temeroso de las intenciones de los castellanos, busca asegurar su dinastía y concierta la boda de su hijo Pedro con Constanza.

1339. Valladolid. Juan Manuel organiza una comitiva nupcial encabezada por la prometida y su dama de compañía. Salen para Lisboa donde son recibidos con boato y una magna fiesta. Los ojos del futuro rey portugués no son para su prometida:

-Beltrán, ¿quién es la joven que acompaña a Constanza?, interpela a su gentilhombre.

-Es Inés de Castro, dama de compañía de su esposa. De familia noble, pero como ilegitima que es, le presta servicio.

Inés, a sus 20 años, era una mujer hermosa, lejos de la belleza que se estilaba en el siglo XIV. De fino talle, resaltaban sus ojos azules, transparentes. Junto al pelo dorado, y de su esbelta figura, destacaba el fino cuello que sería llamado 'cuello de garza'. Dicen que era la mujer más bonita de la corte. Al momento, se enamoraron.

Era Pedro un joven apuesto, amigo de francachela, algo tartamudo y de pasiones exaltadas. Pero mejor escuchar a Fernao Lopes, cronista del Reino de Portugal:

-Fue un hombre de enojos explosivos, amante de fiestas y música.

-Pero todos sus gestos no fueron tan agradables…

-También se dejaba llevar por acciones crueles. Recordad cómo mató a quienes asesinaron a Inés.

Ahora entremos en la catedral de Lisboa. Hay una boda real. 24 de agosto de 1340. Un sol de justicia cae a plomo sobre los invitados al fastuoso acontecimiento. Pedro, ya amante de Inés, debe casar con Constanza. Cumplió con lo que de él esperaba la dinastía borgoñona, aportando tres hijos.

Fue Alfonso IV, su progenitor, quien ordenó la muerte de la amante del futuro rey

Si la palabra 'amante' es el sentimiento de quien vive una intensa atracción emocional y sexual hacia una persona con la que desea compartir su vida, Inés lo fue. Pedro la refugió en Coímbra, a un lado del río Mondego, en la Quinta das Lágrimas. En la otra orilla, Constanza habita el Palacio de Santa Clara. Excitada por la pasión de los celos, escuchaba a los trovadores evocar amores que bien sabía que eran los de su esposo:

-Violante, ¿qué dice esa canción?

-No prestéis atención, cosas de Brito, el bufón.

-Habla de ellos. Escucha.

-«Pastores de Manzanares, yo me muero por Inés, cortesana …»

-Señora, deberíamos retirarnos. Es tarde.

-Esta noche mi esposo tampoco acudirá a mi lecho…

Al mismo tiempo que Pedro procreaba para la dinastía, daba a su amada cuatro hijos. La quinta también era frecuentada por los hermanos castellanos de Inés, que la presionaban para que Pedro legitimara a los bastardos. Las visitas enojaban a Alfonso IV, que reinaba tras la muerte de su padre.

-Gonçalves, los amoríos de mi hijo con Inés me preocupan, sobre todo porque sus hermanos acuden a su lado, le confesaba el rey a uno de sus consejeros.

-La presencia de adalides de Castilla no puede traernos nada bueno. Los Castros son poderosos y ansían nuestro reino.

-Temo, además, por el futuro de la corona. Si algo le ocurriera a mi nieto Fernando, Pedro no tardaría en proclamar heredero a uno de sus ilegítimos y llegaría la anexión a Castilla…

Cuando estas vacilaciones y temores se anclan en la Corte portuguesa, fallece Constanza al parir una hija. Nada podía impedir ya la unión de Pedro e Inés:

-Todo se solucionará, y pasado el luto, te haré mi esposa.

Alfonso IV, sabedor de las intenciones de su hijo, se apresta a concertar otra boda para asegurar el apartamiento de Inés y su prole, pero no lo consigue. Será Inés o nadie:

-He pedido al obispo de La Guarda que nos case en secreto. Serán testigos los servidores. Nuestros hijos serán legítimos y con derechos dinásticos.

-Tu padre no lo permitirá.

-No sabrá nada. Soy su único heredero y nada podrá hacer si quiere conservar la dinastía.

Coímbra, 1354. El príncipe contrae nupcias con Inés, pero la boda fue un secreto a voces. Alfonso IV monta en cólera y decide poner fin al problema:

-Convocad al Consejo. Llamad a Pedro Coelho, Diego López Pacheco y Alonso Gonçalves. ¡Los quiero ante mi presencia. Mientras Inés viva, la sucesión de Fernando no está asegurada. ¡Calculad el momento y ejecutadla!

Un frío helador inunda las estancias de la Quinta das Lágrimas el 7 de enero de 1355. Pedro había salido de caza. Inés queda con los hijos. Los tres cortesanos irrumpen en el jardín, puñales en mano. Inés sabe lo que va a ocurrir y pide clemencia. Tiene asidos a su faldón, llorando, a los pequeños:

-Os ruego, por Dios Todopoderoso, que alejéis a mis hijos, clama de rodillas.

No hubo piedad. Aquel cuello de garza que cantaran los poetas fue rajado, dejando a la mujer en un charco de sangre.

Hizo que todos los cortesanos besaran la mano del esqueleto

Pedro regresa de la montería y cae de bruces, llorando y jurando tremenda venganza. Se alzó en armas contra su padre y cuentan que, en la batalla, se cubría la cara con un velo negro para ocultar sus lágrimas. La reconciliación llegó en 1357, cuando Pedro ocupó el trono, iniciando su terrible vendetta. Mandó buscar a los asesinos, dando caza a dos de ellos, Coello y Gonçalves, que se habían refugiado en el reino de Castilla.

Coímbra, 1360. Monasterio de Santa Clara:

-Preparad la mesa. Vamos a dar un banquete, ordenó. Situad en el centro a los asesinos.

Pedro I de Portugal, 'el Cruel', 'el Justiciero', con sus manos, arrancó el corazón de Coello, entrando por el pecho, y el de Gonçalves, por la espalda, y los devoró ante los aterrados invitados al antropófago convite. Pero no solo:

-Disponed dos tronos en el patio, ordenó de nuevo.

-Majestad, ¿quien ocupará el sitial vacío?

-¡Inés, la reina! ¡Sacad de la tumba su cuerpo! ¡Ahora mismo!

-Doña Inés lleva muerta siete años, su cuerpo estará descompuesto.

-¡Ahora mismo, he dicho!, vociferó enloquecido.

Fue el propio don Pedro quien tomó en sus brazos los macabros restos, sentándoles, junto a él, ante los aterrados cortesanos. Puso un anillo en el hueso de lo que un día fuera su dedo y ordenó de nuevo:

-¡Pasad uno a uno, arrodillaos ante vuestra reina, besad su mano!

Y en esta tétrica ceremonia proclamó que Inés era su esposa:

-¡Que se celebren los más egregios funerales que se hayan dispuesto jamás!

Y su cuerpo fue depositado en el Monasterio de Alcobaça, en un soberbio sarcófago de mármol:

-Construid otro igual para cuando yo muera, de manera que nuestros pies se toquen. Quiero que me entierren frente a ti, amada esposa, para que el día de la resurrección sea tu cara lo primero que vea.

Y desde allí, ambos viajaron a la eternidad.

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