El amor prohibido entre un fraile y una novicia
Especial | Locuras de amor ·
Filippo Lippi y Lucrezia Buti. El amor entre el fraile y la novicia desafió la norma religiosa y las convenciones de su tiempo, el siglo XVSecciones
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Especial | Locuras de amor ·
Filippo Lippi y Lucrezia Buti. El amor entre el fraile y la novicia desafió la norma religiosa y las convenciones de su tiempo, el siglo XVbegoña gómez-moral
Miércoles, 9 de febrero 2022
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Ambos se detuvieron un momento para adaptarse al cambio de luz. Un funeral reciente había dejado un rastro de incienso en el interior de la parroquia de San Esteban. Tras avanzar por la nave central, se presignaron ante el sagrario. Luego siguieron hacia la capilla mayor, donde, encaramados en un andamio, remoloneaban dos aprendices y un vidriero enviado a Prato desde Florencia. «Será exactamente como habíais previsto», aseguró Fray Filippo, mientras abarcaba con un gesto las paredes ojivales. «Y aquí estaréis vos» -añadió señalando una de las muchas zonas cubiertas todavía de cal sin refinar- «justo en el centro de ese 'arriccio', donde San Esteban hablará frente a la escalinata del templo».
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Los todopoderosos Médici decían que los ángeles y santos de Fray Filippo tenían más vida que cualquier otro; más que los de su eterno rival, el dominico recién fallecido que algunos llamaban Fra Angélico. Él no veía mucha diferencia, pero dejar su efigie a la posteridad le tentaba. No lo podía negar. Además, muchos otros lo hacían, obispos, abades, cardenales... El propio Fra Angelico había pintado al viejo Papa Nicolás. «De acuerdo», accedió, «rezaré y pensaré sobre vuestra propuesta, pero comprended que es casi imposible que una novicia de Santa Margarita venga a posar para vos, como pretendéis. La venerable priora Bartolommea jamás consentirá, aunque yo se lo pida».
Más tarde, una vez a solas en el taller que mantenía en el pueblo, Fra Filippo, «el monje más pobre de Florencia», se dejó caer de rodillas con la cabeza entre las manos. Reconocía la grandeza del arte cuando captura la divinidad de la naturaleza. La había visto por primera vez en la capilla Brancacci, pintada mano a mano por el viejo maestro Masolino y el joven maestro Massaccio. Y la había visto de nuevo en Lucrezia Buti. Sus plegarias atendidas le habían enviado el rostro con la proporción y expresividad perfectas para representar un ideal nuevo. El fraile-pintor se alzó del suelo y, tomando un fragmento de carboncillo, empezó a dibujar las líneas que recordaba: la silueta del pómulo, la barbilla, el cuello de la joven novicia,… Filippo había perdido a sus padres muy pronto. La única vida que conocía era la del monasterio carmelita donde, casi sin pensarlo, había pronunciado sus votos a los 16 años. Pero su padre había sido carnicero y Filippo parecía compartir con él un conocimiento esencial de la anatomía. La forma fluye desde dentro hacia fuera; de los huesos hacia la piel. Trazó los hombros de Lucrezia, el torso, los brazos y siguió dibujando hasta caer rendido cerca de maitines.
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IRATXE BERNAL
El 8 de septiembre de ese mismo año de 1456, aprovechando el bullicio de la fiesta grande de Prato, Lucrezia Buti abandonó el convento para ir a vivir en la casa de Fray Filippo. Así comenzó una locura de amor que dio lugar a una nueva representación de María, más humana y más real, y a un romance del que nació al menos un hijo. Fruto del amor y el arte, Filippino Lippi sería el encargado de culminar la misma capilla Brancacci donde su padre había dado los primeros pasos artísticos mientras se desperezaba el Renacimiento.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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