Borrar
Ilustraciones elaboradas por Laura Piedra y Mari Carmen Navarro
Una muñeca hinchable a la que vestía como su amada

Una muñeca hinchable a la que vestía como su amada

Especial | Locuras de amor ·

Oskar Kokoschka y Alma Mahler. Tras ser abandonado, el pintor paseaba por Viena con una reproducción a tamaño real de su amada

Miércoles, 9 de febrero 2022

Puedes escuhar esta historia aquí:

¿Qué tomará la señora? Al maître le cuesta mantener un gesto serio. Conocía la historia pero no había terminado de creerla. Ahora tiene la prueba ante sus ojos. La mujer sentada a la mesa, junto al famoso pintor Oskar Kokoschka, es en realidad una muñeca de tamaño natural. Va vestida a la última moda de Viena, tal y como suele pasear por el Ring la dama a la que sustituye en la deteriorada mente de su propietario. Se trata de Alma Mahler, la viuda del compositor.

Ella había posado para el pintor años antes. Kokoschka estaba fascinado por esa mujer desde que una noche cenaron juntos y tocó al piano la escena de la muerte de Isolda, de la ópera de Wagner. Se convirtieron en amantes en 1912, cuando ella ya era una viuda de 33 años -él tenía 26- que conservaba la belleza con la que había deslumbrado a un puñado de artistas vieneses desde la adolescencia. Cuando iniciaron su relación, Alma dejó a Walter Gropius, el arquitecto que fundó la Bauhaus, y con quien había tenido una aventura durante la última etapa de su matrimonio con Mahler.

Durante casi tres años, Alma y Oskar vivieron un apasionado idilio. No solo se veían. Él la escribía de manera incesante. Hasta 400 cartas llegó a remitirle en ese período de pasión enfermiza. Kokoschka lo plasmó en uno de sus más bellos cuadros, 'La novia del viento', donde se representa a sí mismo abrazando a Alma sobre un lecho que parece estar formado en una nube. La pareja hubo de desafiar las críticas de la conservadora sociedad vienesa. No aceptaban la relación por la diferencia de edad y por tratarse de la viuda de un compositor al que había despreciado hasta el punto de obligarlo a renunciar a la dirección de la Ópera de Viena por ser judío, para idolatrarlo después, cuando supo que su muerte estaba próxima.

Según contó luego en sus memorias, Alma y Oskar solo paraban de hacer el amor para comer y para que él la pintara desnuda. Su pasión era lo más parecido a un incendio. La madre del pintor, preocupada al ver cómo su hijo se consumía, literalmente, llegó a amenazarla con pegarle un tiro si no lo abandonaba. La advertencia no sirvió de nada. Poco después, Alma quedó embarazada pero decidió abortar. Se dice que él se presentó en su casa con una gasa manchada de sangre gritando que ahí estaba su único hijo.

Franquear una línea

A ella los amantes le duraban poco. Y Kokoschka no fue una excepción. En 1915, Alma huyó. Algunos biógrafos aseguran que estaba a punto de perder el control de la relación y temía enredarse en una espiral de locura. Una locura a la que arrojó a su examante. Este se dio cuenta muy pronto de que ella no volvería porque contrajo un rápido matrimonio con Gropius. Entonces el pintor se alistó en la guerra mundial como voluntario. Luego, a su regreso a Viena, mandó construir una muñeca de tamaño natural a la que vestía con ropas como las de Alma y a la que paseaba por la ciudad. De esa manera, exhibió su dolor y la profundidad de su trastorno ante la sociedad vienesa que había rechazado su amor. La estampa de Kokoschka caminando por el Ring con la muñeca o sentado junto a ella en un palco de la Ópera o en un restaurante se hizo popular en la capital austríaca.

Para entonces, Alma había dado a luz a Manon, la hija que tuvo con Gropius y que murió a los 18 años. Oskar Kokoschka se mantuvo soltero hasta 1941, cuando se casó con Olda, una joven admiradora que tenía entonces 26 años, 29 menos que su marido. Alma añadió nombres a su biografía amorosa. Al pintor Gustav Klimt, el director teatral Max Burckhard, el compositor Alexander von Zemlinsky y el arquitecto Walter Gropius sumó más tarde el sacerdote Johannes Hollnsteiner, una relación que vivió mientras estaba casada, por tercera vez, con el escritor Franz Werfel. Todos la amaron y alguno sacrificó su carrera a cambio de un lugar en su lecho. Pero solo Kokoschka traspasó la línea de la locura.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo Una muñeca hinchable a la que vestía como su amada