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Este domingo debió ser el fin de fiesta ideal de una semana de ensueño, la traca definitiva que cerrara siete días inolvidables. De hecho, San Mamés celebraba una nueva victoria de un equipo insaciable que, lejos de acusar los excesos de los días pasados, estaba ... sumando tres puntos trabajados contra viento y marea ante un Villarreal que quiso sacar partido del presumible cansancio de su rival.
La Catedral estaba de fiesta y todo hubiera salido redondo pero se colaron unos patosos para arruinarla. De hecho, dos de ellos ni siquiera tuvieron que hacer acto de presencia para perpetrar le fechoría. Hernández Maeso y Del Cerro Grande eran los emboscados en la oficina siniestra del VAR. El que tuvo que dar la cara en San Mamés, siguiendo fielmente sus instrucciones por el pinganillo, atiende por Cuadra Fernández.
Medina Cantalejo, el jefe de los árbitros, podrá sacar todo el pecho que quiera y proclamar al final de la temporada las excelencias de sus subordinados. Los explicadores oficiales de la cosa, los 'Iturraldes' y los 'Toños' de turno, podrán retorcer el lenguaje y el Reglamento hasta el infinito para intentar convencernos de lo estupendo que es el VAR y de lo importante que es que los que añoramos el viejo fútbol nos adaptemos a los tiempos modernos. Espectáculos como éste de San Mamés les desautorizan y les desautorizarán, porque esto no tiene remedio.
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Eran malos sin tecnología y son peores armados de micrófonos, cámaras y pinganillos. El problema no es la tecnología; nunca lo ha sido en ningún orden de la vida. El problema son los que manejan la tecnología. La llamada polémica arbitral se centraba antiguamente en los que pitaban en el césped; como mucho, en los que les ayudaban en las bandas. Ahora, con el VAR, el debate arbitral, lejos de desaparecer, se ha duplicado. Ahora se equivocan en el campo y en el despacho.
Hacía mucho tiempo que no veíamos en San Mamés un arbitraje tan penoso como el que perpetró Cuadra Fernández. Hacía mucho tiempo que el árbitro no había sido protagonista en un partido del Athletic. Se equivocó él solito en varias decisiones, pero le equivocaron mucho más desde el VAR en jugadas trascendentales. Hay que tener muchas ganas de pitar un penalti para pitar los que le señalaron sus colegas ayer. Si el de Prados ya sonó a broma, el de Yuri en el último minuto del partido fue incalificable. Cómo sería la cosa que en ninguna de las dos acciones reclamaron nada los jugadores del Villarreal. Probablemente porque no había nada que reclamar.
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Eso sí, los del VAR no se fijaron en un agarrón a Sancet dentro del área, como tampoco les llamó la atención otro a Nico Williams, más evidente si cabe, cuando le impidieron correr a buscar un balón pasado. Dos acciones en las que las camisetas rojiblancas se extendieron a modo de bandera pasaron desapercibidas a su atentísima mirada.
Un pisotón calcado al de Prados, le costó a Comesaña la segunda tarjeta amarilla y la consiguiente expulsión en el primer minuto de la segunda parte. En este fútbol mirado con lupa, cualquier lance del juego que antes pasaba desapercibido se convierte, a ojos de los árbitros, en una jugada trascendente para la suerte del partido.
Esa expulsión cambió un choque que hasta entonces estaba siendo muy complicado para el Athletic. En superioridad numérica, los de Valverde pudieron por fin arrinconar al Villarreal en su área hasta enlazar una jugada ganadora en tres toques que Sancet culminó con un remate a la red. Pero con uno más en el campo y un gol de ventaja en el marcador, al Athletic el faltó calma para manejar el partido en su tramo final. Los obligados cambios no mejoraron al equipo y, lejos de conseguir un segundo gol que sentenciara el partido, los rojiblancos fueron cediendo metros y el balón a un rival en inferioridad que buscó su suerte hasta el último aliento. La encontró gracias a un árbitro, a un equipo arbitral habrá que decir con más propiedad ahora, empeñado en ser lamentable protagonista en una fiesta a la que nadie le había invitado. Ayer se escribió un nuevo capítulo de esta particular historia universal de la infamia que nos ha traído el dichoso VAR. Qué pena.
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