El espíritu de Velázquez
Mi reencuentro con el Artium ·
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gregoriO díaz ereño
Jueves, 4 de junio 2020
Al final de la década de los cincuenta del pasado siglo, Jorge Oteiza afirmó que el arte es siempre expresivo o receptivo. En su tesis, todo expresionismo es figurativo y sirve para descubrir la naturaleza y la vida. Por el contrario, todo receptivismo es abstracto, ... silencia la forma, desocupa el espacio, rompe el tiempo y hace especialmente habitable el espacio, definiéndolo no como conocimiento científico, sino «teológico». Ambas ideas encarnan dos maneras de ver y entender el arte y la vida muy distintas, pero complementarias. Por un lado, el expresionismo enseña al hombre la toma de posesión visual del mundo, visión que Oteiza considera importante, pero artísticamente secundaria. Sin embargo, recuerda el artista, cuando el hombre se muestra ocupado por el mundo y por la vida, necesitará de espacios interiores y receptivos, máquinas de soledad, organismos inmóviles, vacíos, intemporales, al servicio del espíritu.
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Para Oteiza, el arte siempre fue un medio para explorar y conquistar las formas espirituales de la existencia y no un fin en sí mismo y, mucho menos, una actividad cotidiana. La única actividad lícita en el arte era la experimental, que persigue conclusiones y la conclusiónestética desarrollada por el artista culminará la integración cultural en la vida.
En este contexto se enmarca la obra 'Homenaje a Velázquez', de 1958-59. Al final de su línea experimental, Oteiza contó con un espacio solo y aislado y comprendió que había neutralizado la expresión y transformado la estatua en espacio receptivo y de servicio espiritual. La importancia de Velázquez fue desmontar, en sus pinturas la expresión, conformando, por el contrario, un gran silencio visual o «vacío-cromlech» en términos 'oteicianos', como habitáculo espiritual del hombre y lugar de protección. Y en esta línea del crómlech como definición espacial surgen nuevos conceptos de incomunicación, vacío cero visual, como conclusión en el arte, concepto de lo abstracto y del espacio religioso de monumentalidad espiritual.
En ese momento, Oteiza comprendió que había neutralizado la expresión, alcanzando así ese espacio receptivo y de servicio espiritual que buscaba. Así lo plasmó en las llamadas 'Cajas Teológicas', que le permitieron alcanzar su «victoria de silencio». A modo de despedida, advirtió: «Y me tomo mis vacaciones». Había llegado el momento de abandonar la escultura a favor del lenguaje de la poesía. Ante esta obra de Jorge Oteiza podemos vislumbrar todo el significado de la evolución artística y formal y del pensamiento de este genial artista, que contribuyó a dar un gran impulso a la renovación del arte del siglo XX.
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En el museo. Sala A0, sótano 2. Colección Permanente.
Creación. 1958-1959.
Dimensiones. 22,5 x 40 x 20 centímetros.
Características. Hierro y piedra.
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