Quizá Issam hubiera debido entretenerse unos minutos más con cualquiera de sus amigos. Echar unas risas más. El último chiste. Un cigarrillo más.
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Ojalá cualquier rostro de la multitud lo hubiera atrapado. Alguna chica que camina esquivando el gentío. Una ambulancia que ulula azul en la noche negra. Algún perro que ladra furioso a un desconocido. Un semáforo que se pone oportunamente en rojo.
Unos minutos hubieran bastado. No sabemos que el tiempo decide por nosotros. Siempre es el tiempo el que decide.
Ojalá la lluvia, el frío, el viento, hubieran aparecido vaciando las calles, desocupando el banco.
Quizá Issam hubiera debido rechazar el trabajo en la ciudad. O esquivar aquel parque maldito. O pedalear más rápido. O más despacio. Tanto da. Siempre se habla de cruces de caminos, olvidando que también deben coincidir los momentos. Unos segundos más tarde y quizá los seis lo hubieran mirado con desinterés. Como un perro que observa indolente a un gato negro que se escabulle deprisa pegado a la pared.
Pero la furia, la estupidez, la maldad, la violencia gratuita, lo aguardaban pacientemente al otro lado del río para helar su bella sonrisa. ¿Alguien sabe cuánto vale una vida? Una vida apenas esbozada. Apenas iniciada. ¿Un móvil? ¿Una bicicleta? ¿Un puñado de euros? ¿Una cazadora? Nada; no vale nada.
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Nada hubiera cambiado su suerte. Aunque no hubiera llevado móvil, ni bicicleta, ni cazadora. Ni un puñado de euros. Una mirada hubiera sido suficiente. Y se alejaron caminando despacio, indiferentes, como si hubieran aplastado una colilla en el suelo húmedo con su siseo característico.
¿Cómo se puede golpear a alguien inconsciente? Un cuerpo desmadejado que no opone resistencia. Que no se defiende. Que no se protege. Pero sabemos que ahora incluso se golpea a los ancianos.
¿Cómo puede anidar tanta maldad en cuerpos tan jóvenes? A veces pienso que el ser humano es un animal enloquecido, que los genes han evolucionado de forma descontrolada y errónea.
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Antes, hace años, demasiados años, las mujeres hubieran evitado la brutal paliza. Ahora no. Ojalá Issam hubiera vivido hace años.
El frío del cercano amanecer se mete en sus huesos y su embotada mente apenas es capaz de percibir el dolor que se extiende por su cuerpo magullado, hasta que la noche se llena de un silencio negro y espeso, hasta que se vacía de luz ahogada en sangre. Una última mirada a la lejana luna menguante que se apaga para siempre. Luego nada. Nada.
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