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Óscar B. de Otálora
Viernes, 17 de noviembre 2023, 12:09
Una noche desapacible de invierno, una pareja llamó a la puerta del caserío Kurtzine de Oma. Cuando Agustín Ibarrola abrió la puerta se encontró con una imagen sobrecogedora: en el rellano estaban el ertzaina Jon Ruiz Sagarna, el agente antidisturbios quemado vivo por los radicales ... en Rentería en 1995, y su esposa, Ana Arregi. El matrimonio quería una pequeña pintura, un dibujo que pudiera servir para mantener vivo el recuerdo del ataque brutal que sufrió el agente. Ibarrola, impactado por ese momento tan oscuro -la noche, el frío, el hombre desfigurado por las llamas- decidió dedicarles el dibujo de una flor luminosa y llena de color. Cuando las víctimas del terrorismo en el País Vasco se unieron para crear Covite y le pidieron un logo a Agustín Ibarrola, él les recordó aquellos trazos luminosos y Ana Arregui donó la imagen para crear uno de los emblemas más icónicos de la historia reciente del País Vasco. Así nació la chirivita, el emblema bajo el que se unieron los perseguidos por la violencia etarra en Euskadi.
José Ibarrola, el hijo de Agustín, contaba esta historia recientemente en una visita al Memorial de las Víctimas del Terrorismo de Vitoria. El relato ilustra el compromiso de su padre con la libertad y con las personas que sufren. Y también, su disposición a no dejarse atrapar por la oscuridad o el desistimiento frente a los totalitarios. Sus obras siempre han sido una denuncia, pero también una apuesta por el optimismo y la lucha en tiempos bárbaros.
Agustín Ibarrola ha sido uno de los artistas vascos más comprometidos en la lucha contra el totalitarismo, y su vida es la biografía del héroe democrático. Su primera militancia política fue en la clandestinidad del Partido Comunista, y eso le costó muy caro. Fue detenido en 1963, con 32 años, y sometido a torturas durante los 21 días que permaneció en la comisaría de Bilbao. Él mismo contaría más tarde que las palizas le convirtieron en un despojo humano. Le acusaban no solo de pertenencia a una organización ilegal sino también de ser uno periodistas improvisados que ayudaba a France Press y a Radio España Independiente a que la verdad de lo que sucedía en la España de Franco se conociese en Europa y en el mundo.
Ibarrola fue encarcelado en el penal de Burgos. Con su convicción íntima de no rendirse jamás ante los bárbaros, el artista siguió pintando en su celda. La redes clandestinas de la prisión y del Partido Comunista consiguieron que sus obras salieran de la cárcel y participasen en algunas exposiciones en las que se pedía el fin de la dictadura en distintas capitales. La Appeal for Amnesty in Spain, una de las organizaciones culturales más importantes que desde Inglaterra denunciaba la dictadura y en la que colaboraban desde Picasso al escultor Henry Moore o el músico Benjamin Britten llegó a organizar en Londres exposiciones de esas obras sacadas de prisión. En esos años se convirtió en un representante la cultura vasca junto con amigos como el poeta Blas de Otero.
La muerte de Franco y la llegada de la democracia llevaron al pintor a centrarse más en su obra, quizás al considerar que la militancia política podía quedar en un segundo plano. Pero entonces llegaron los 'años de plomo', el intento de ETA de acabar con la democracia mediante la violencia. Solo entre 1979 y 1985, la banda asesinó a 366 personas y dejó miles de heridos. En esos años, el pintor creó su bosque de Oma, iniciado en 1982 y finalizado en 1985. Ibarrola volvía a demostrar que hubiera sido un error esconderse en la oscuridad y utilizó el color para enfrentarse a la barbarie.
En los 90, ETA llegó a una conclusión. Matar policías o militares no era suficiente y tenía que exterminar también a aquellos que defendían los valores democráticos en el País Vasco, ya fuese con su palabra, obra o actitud. Y la población, además, no debía permanecer a salvo de esa violencia. Tenía que ser consciente de que debía implicarse en el apoyo a las ideas de ETA si no quería que la violencia le acabase alcanzando al desbordar todos los cauces. A esa estrategia se le denominó Oldartzen, la denominada socialización del sufrimiento.
Agustín Ibarrola
Ibarrola se convirtió entonces en uno de los intelectuales que plantó cara a ETA desde el País Vasco, desde el corazón de Euskadi, porque siempre se negó a marcharse. Su bigote, su boina, su mirada de hombre curioso, jamás faltaron en las manifestaciones por la libertad que se convocaban en Euskadi. En una entrevista concedida a este periódico en esos años, al ser preguntado por su voluntad de no abandonar su país, el artista declaró: «Muchas veces he deseado morirme de vergüenza, de vergüenza ajena, ante tantas cosas que ocurren aquí y que se hacen en nombre del pueblo vasco, como si alguien fuera su propietario. Podría volver a trabajar fuera, pero no puedo vivir lejos, necesito mis raíces. Me quedan pocos años de vida, pero todo lo que haga será por mi conciencia de demócrata».
Pero el precio por resistir estaba siendo muy alto. El 7 de mayo de 2000, ETA asesinó en Andoain a su amigo y compañero de militancia José Luis López de Lacalle, columnista de El Mundo que había pasado también por las cárceles franquistas por su participación en la creación de Comisiones Obreras. La banda comenzaba así a asesinar a los luchadores contra la dictadura, porque estos viejos resistentes se habían dado cuenta de que debían volver a la carga para evitar que una amenaza tan totalitaria como el franquismo regresara a Euskadi.
Ibarrola comenzó a ser uno de los rostros de movimientos como 'Basta Ya' y el 'Foro de Ermua'. Además de esta militancia, sus obras comenzaron a tener una significación política similar a la que habían tenido contra Franco. En los años 90, Ibarrola había llegado a ser apaleado por los radicales por participar en las movilizaciones en las que se pedía la libertad de Julio Iglesias Zamora, secuestrado por la banda. Le castigaban por ser el creador del lazo azul, ese símbolo que pedía a la banda que liberase al empresario guipuzcoano y que la ciudadanía comenzó a llevar en su solapa, despertando la ira de los radicales. Como el artista no se doblegó, los acólitos de ETA comenzaron a ir contra sus obras: intentaron cortar los árboles del bosque de Oma y arrancaron con hachas la corteza pintada de algunos de ellos.
Agustín Ibarrola no se resignó y siguió creando para luchar contra la barbarie. En el 2000, por ejemplo, donó a la ciudad de Vitoria la obra que recuerda a todas las víctimas del terrorismo y que se encuentra a la entrada de la capital. Los ataques contra sus creaciones se redoblaron y él tuvo que vivir con la compañía constante de un guardaespaldas. Cuando se firmó el pacto de Lizarra entre los partidos nacionalistas y ETA, el artista se posicionó con quienes rechazaban ese acuerdo con los terroristas y exigían una recuperación de la convivencia vasca en la que cupieran todos. Así intervino en actos contra el «nacionalismo obligatorio», lo que le granjeó nuevos enemigos.
En 2004 tuvo que ir a declarar a la Audiencia Nacional tras la detención de uno los jóvenes acusados de 'kale borroka' que había recurrido a las pintadas para que la amenaza de ETA contra el artista no se olvidase. Ibarrola se desahogó ante el tribunal: «Soy un hombre marginado y desacreditado en la sociedad vasca. Me dicen que soy español y eso ha afectado a la difusión de mi obra. Soy el artista más discriminado del País Vasco», denunció.
El fin de ETA trajo nuevas esperanzas a Ibarrola. En octubre de 2011, cuando la banda anunció el fin de la violencia, inauguró una exposición en la sala Aritza de Bilbao. Era la primera en 13 años. «Durante este tiempo no he querido exponer. Tenía miedo de que destruyesen mis obras o atacasen al galerista. Además de tener que estar con el público con la presencia de escoltas», confesó. La disolución de ETA y la nueva etapa abierta en Euskadi hizo que comenzase a involucrarse en una nueva misión: el recuerdo de las víctimas y la lucha contra el olvido. Sin la necesidad de tener que luchar contra los totalitarios, volvió a concentrarse en su obra. En diciembre de 2021 recibió uno de los mayores mazazos de su vida al fallecer su esposa, Mari Luz, la mujer que le había acompañado en silencio desde que comenzó a batallar por la libertad. La esposa que le visitaba en la cárcel o le ayudó a levantarse cuando los radicales le apalearon. La mujer que asistió en silencio a la visita de aquel hombre destrozado por el fuego que pedía un dibujo en una noche oscura. La falta de Mari Luz fue irreparable para este luchador y sus obras se convirtieron en una forma de conjurar esa ausencia.
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