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César Coca
Lunes, 14 de abril 2025, 04:55
El episodio más trascendente de la vida de Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936), más que el Nobel o el Cervantes o su ingreso en la ... Academia Francesa, más que sus amores y su trayectoria política, más que sus éxitos literarios y su prestigio en el mundo intelectual, se produjo cuando tenía solo diez años. Era entonces el hijo de una viuda de lejano origen vizcaíno –pronto descubriría que la viudedad era una farsa y en realidad su padre había abandonado a su madre antes de su nacimiento– que vivía con sus abuelos en Cochabamba (Bolivia), a unos 500 kms. de su Arequipa natal. Un día, una joven amiga de su madre le llevó un par de libros para que entretuviera sus tardes de ocio. El muchachito los leyó y pensó que no le gustaban sus finales. Así que reescribió aquellas historias, añadiendo personajes, poniendo amor donde no lo había, matando a los malos y conduciendo a los protagonistas hacia el desenlace que él prefería. Marito, como todos lo llamaban, no podía imaginar que había sentado las bases para cambiar el futuro que su familia había pensado para él. Y ni en el más loco de sus sueños se coló nunca la idea extravagante de que solo nueve años después –a los 19, ella tenía entonces 29– se casaría con la muchacha que le había regalado los libros, y que para entonces ya había roto un matrimonio efímero con uno de sus tíos.
Vargas Llosa ha puesto punto final este lunes a una biografía en la que cambió varias veces el rumbo cuando parecía muy difícil, casi imposible, hacerlo. Lo hizo siendo adolescente, cuando su padre, que había regresado al hogar después de una aventura con una alemana con la que tuvo dos hijos, se empeñó en que dejara la literatura y se dedicara a ocupaciones de mayor relieve, como la milicia. Con solo 15 años había escrito y estrenado su primera obra de teatro –el texto no ha sido publicado nunca y seguramente está perdido– y debutado como periodista y con 19 se casó con su tía, para enfado de la familia de ambos. Para entonces había soñado con ser torero y futbolista, quizá los dos únicos objetivos que no consiguió, aunque fue cronista deportivo y llegó a ser comentarista radiofónico de los partidos del Mundial '82.
Con profundo dolor, hacemos público que nuestro padre, Mario Vargas Llosa, ha fallecido hoy en Lima, rodeado de su familia y en paz. @morganavll pic.twitter.com/mkFEanxEjA
— Álvaro Vargas Llosa (@AlvaroVargasLl) April 14, 2025
Su temprano matrimonio lo obligó a ganarse la vida con los oficios más diversos en un pluriempleo que parece inverosímil. A los 20 años desempeñaba hasta siete trabajos de forma simultánea, tan distintos entre sí como archivero en una biblioteca, locutor de radio y revisor de nombres en las lápidas del cementerio local. Luego viajó a París y vivió unos meses en la misma buhardilla en la que había residido pocos años antes un escritor con quien tuvo una bella amistad y una mítica enemistad: Gabriel García Márquez.
Un volumen de relatos ('Los jefes') le había dado una cierta notoriedad en su país, pero fue su primera novela ('La ciudad y los perros'), con la que ganó el premio Biblioteca Breve, la que hizo posible que se dedicara a la escritura a tiempo completo. En buena medida se lo debía a Carmen Balcells, la agente literaria del 'boom', a quien no olvidó cuando muchos años después recibió el Nobel. 'La casa verde' y, sobre todo, 'Conversación en la Catedral', confirmaron que era uno de los grandes.
En esos años empezó su primer giro político. Comunista convencido y defensor incluso con un cierto tono romántico de la Revolución cubana –como casi todos en su generación literaria–, vivió con el 'caso Padilla' algo así como la caída del caballo de Pablo de Tarso camino de Damasco. Fue, de hecho, uno de los primeros intelectuales en denunciar que Castro había instaurado una dictadura en Cuba. Decirlo en esos años no era fácil.
Tuvo la suerte y el talento preciso para que ni siquiera los críticos más sectarios lo tuvieran en cuenta. Así fue publicando novelas, ensayos y obras teatrales que consolidaron su prestigio literario. Además, su participación en política crecía de forma paralela a su obra literaria. Eso incluye la renuncia a presidir el Gobierno de su país y una campaña presidencial que se saldó con una inesperada derrota en el último momento.
Nadie puede saber si Vargas Llosa habría sido un buen presidente de Perú (aunque quien le ganó por la mano, Alberto Fujimori, figura entre los más nefastos de un continente en el que abundan los líderes nefastos), pero es seguro que ahora no tendríamos un puñado de grandes obras literarias. Tras el fracaso, el escritor se refugió en sus casas de Madrid y Londres, junto a su segunda esposa, su prima Patricia Llosa. Con la nacionalidad española ya en su bolsillo, siguió escribiendo sobre las utopías, los dictadores y los amores locos y tiernos de aquellos jóvenes miraflorinos que embellecieron sus vidas gracias a la literatura.
Fueron los años en los que cambió el poder por la gloria. La lista de premios es abrumadora, con el Rómulo Gallegos, el Príncipe de Asturias, el Cervantes y la culminación del Nobel. Lo es también la de otros honores como la publicación de su obra completa –primer autor no francés vivo en lograrlo– por la editorial La Pléiade o su ingreso en la Academie Française, algo excepcional por ser también el primero que se ha sentado en esa institución sin haber escrito en francés. Incluso debutó como actor teatral en una pieza propia junto a Aitana Sánchez-Gijón.
Cuando recogió el Nobel en Estocolmo en diciembre de 2010, dijo de Patricia Llosa, que lo miraba emocionada desde la primera fila en el gran salón de la Academia Sueca, que sin ella su vida «se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico». Patricia habrá recordado muchas veces esa frase, sobre todo en 2016, justo tras la celebración de sus bodas de oro, cuando el escritor anunció que tenía un romance con Isabel Preysler. No ha de ser fácil reescribir por enésima vez la propia vida, cuando además eso supone abandonar las páginas de Cultura de los diarios para instalarse en las de Vida Social. «Si alguien sabe cómo no salir en las revistas, que me lo diga», pedía con una mezcla de ironía y resignación en la presentación de 'Cinco esquinas', una novela premonitoria sobre el papel de la prensa sensacionalista, publicada apenas unos meses después de su ruptura matrimonial.
En esa novela, un Vargas Llosa ya octogenario escribía algunas de las más hermosas, sugerentes y atrevidas escenas de sexo (una entre dos mujeres; otra, un trío...) de la literatura en español. Era la culminación de una de sus muchas facetas: la de escritor erótico, que había desarrollado con anterioridad en 'Elogio de la madrastra' y 'Los cuadernos de don Rigoberto'.
Tras sufrir hace 17 años un problema cardiaco que obligó a ingresarlo de urgencia en un hospital de Lima, Vargas Llosa confesó en una entrevista concedida a este periódico que «es preciso vivir como si la muerte fuera un accidente, algo que puede llegar pero con lo que no se cuenta». Lo ha hecho siempre así. Por eso ha encarnado mejor que nadie la figura del novelista que al matar a un personaje y salvar a otro se comporta como el dios de su propio universo. Vargas Llosa creó vidas literarias y reescribió la suya un puñado de veces. Soñó con la gloria y la obtuvo. Con el amor, y disfrutó de él. Con el poder, y aunque ocupó ningún cargo político, sí influyó en la realidad con sus textos. También tuvo la generosidad de promover a muchos jóvenes talentos, como Javier Cercas. Alguien debería reconocer la intuición de Julia Urquidi, la tía Julia, cuando le regaló aquellos libros. Hoy ya todo esto es Historia.
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