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Todos hemos sufrido el paréntesis de la pandemia, que ha dejado un hueco anómalo en nuestras biografías, y sentimos ahora ese impulso (a la vez inviable e inevitable) de recuperar el tiempo perdido: ¡si hasta da la impresión de que este año ha subido más ... gente a primera hora a Kobetamendi! Así que imaginemos lo que han supuesto estos dos años para los grupos y artistas que despegaban allá por 2019 y 2020 y que han visto todos sus planes y todas sus expectativas trastocados por la crisis sanitaria. A tres de estos 'músicos de la pandemia' les ha tocado abrir fuego esta tarde en el Bilbao BBK Live: se trata de los vizcaínos DouleurDolor, que lanzaron su primer sencillo allá por febrero de 2020; el madrileño Depresión Sonora, que se presentó en público en mayo de 2020 y firmó uno de los himnos del confinamiento, y los asturianos L-R (es decir, Leticia y Rubén), los veteranos del lote, que replantearon su concepto durante la cuarentena y han reflejado esa evolución en su segundo álbum. O, lo que es lo mismo, un proyecto de post-trap, otro de post-punk y un tercero de post-folk, nada menos.
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Isabel Urrutia Cabrera
Lucía González Panizo
En realidad, como es tradición, la primera música que ha sonado en esta edición número 15 del Bilbao BBK Live ha sido la del escenario electrónico Basoa: el encargado de 'encender' el ritmo a las cinco, justo cuando se abrían las puertas del recinto, ha sido el linarense Gazzi. Le ha tocado ese extraño privilegio de actuar solo para los árboles, que no son muy de bailar pero, según algunos, saben apreciar la música. Media hora más tarde arrancaban en la carpa los asturianos L-R, que se han topado con el habitual panorama de quienes asumen la peliaguda tarea de inaugurar la jornada: dos o tres decenas de espectadores. «Hola a esas masas enfervorizadas pendientes de escuchar música asturiana. Esperamos que, aunque seáis pocos, podáis darle a la patuca», ha saludado Leticia, tan «emocionada» que se ha olvidado de conectar la amplificación de la pandereta. «Dicen que está de moda el folclore. Pues nada, tomad folclore», ha continuado Rubén, y han acometido una muñeira con fondo blues de guitarra eléctrica con slide, como quien pesca un 'campanu' en el Misisipi. L-R son uno de esos proyectos contemporáneos que airean el folclore y le extraen toda la fuerza que siempre ha llevado dentro, ese fondo salvaje e indómito de los golpes a la pandereta y los gritos que puntúan sus canciones. Se puede explicar así, pomposamente, o se puede explicar como ha hecho la propia Leticia: «Hacemos música tradicional, pero básicamente hacemos con ella lo que nos sale del coño». Y, como en Asturias tienen la costumbre de bailar la jota después de la muñeira, a ello han pasado.
Seguro que, a medida que avanzaba el concierto, la gente se ha animado a bailar con el post-folk de L-R (la etiqueta es suya, ojo), pero el cronista de músicas madrugadoras tenía que interrumpir su cata y marchar con brío hacia el escenario San Miguel, donde se habían concentrado unas doscientas personas para ver el concierto de Depresión Sonora. El vallecano Marcos Crespo es una de las estrellas subterráneas de la pandemia: su tema 'Ya no hay verano', un himno a la felicidad cancelada, lleva trece millones de reproducciones en Spotify, unas cifras con las que artistas más populares no se atreven ni a soñar. Lo suyo es un post-punk de dormitorio, que lo mismo puede recordar a los viejos Cure que a Golpes Bajos, y ahora le toca defenderlo en escenarios tan inmensos como el del BBK Live, pero eso no imprime cambios sustanciales a su propuesta: acompañado por un guitarrista con camiseta de Platero y Tú y un bajista que combinaba chándal y sombrero vaquero, ha reproducido ese sonido 'amateur' de sus grabaciones que armoniza tan bien con su lírica de inadaptación y misantropía. Ha abierto con uno de sus temas más adictivos, 'Gasolina y mechero', la de «enamórate, nos morimos igual», la que cita el mítico «escupe al alcalde» de Cicatriz. Y ha seguido con 'Mira mis ojos', la de «somos hombres, solo hombres, deshechos por dentro en un mundo enfermo». «Espero que lo disfrutéis», ha deseado, por muy contradictorio que suene con sus planteamientos, y desde luego había gente gozándola que se sabía las letras enteras.
A unos metros, en el manejable escenario Firestone, había empezado también a las seis menos cuarto el concierto de DouleurDolor, que en alguna ocasión han definido su estilo como post-trap. En formato de quinteto (el batería, con camiseta de Siouxsie & The Banshees, no habría desentonado con Depresión) y con ese sol de cara que sí que es un douleurdolor, la cata ha comenzado justo cuando presentaban 'Si me pierdo'. «¿Estáis bien? Yo no. Me acaba de dejar mi novia», han explicado antes de pasar a un tema que era prácticamente punk con autotune (o quizá post-punk, sigamos exprimiendo el prefijo). En la siguiente, 'Sé de un lugar', las bases casi sonaban a nu metal adaptado a las sonoridades urbanas del siglo XXI y la guitarra se desmandaba en distorsión. Los hemos dejado cuando empezaban su 'Puede molar (o no)'. Y sí, molaba, pero los catadores nunca se beben la botella entera.
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