La élite recibe a las Gloriosas

Ya han llegado. La aristocracia nacional recibe con honores a un equipo con carácter y de marcado espíritu colectivo. El éxito del proyecto sólo se entiende desde el profundo sentimiento de pertenencia inculcado en la plantilla. El vestuario de Ibaia transpira alavesismo por sus cuatro costados. El talento está, pero es el alma el que gana partidos como el de este domingo. La capacidad colectiva para sufrir, levantarse de los reveses más duros y volver a intentarlo. Una y otra vez. El triunfo ante el Atlético de Madrid B no es, por juego, un fiel reflejo de la fecunda pizarra de las Gloriosas. Pero muestra de forma nítida la garra y el carácter de un equipo que no quiere hablar jamás de rendirse.

El Alavés encontró belleza en la fealdad. Brotes verdes en un partido duro cuyo guion le había embutido en un traje incómodo. Para un equipo al que le gusta mandar, tocar el balón y bombardear el área rival, verse reducido a un papel mucho más reactivo es un acertijo difícil de descrifrar. Esa situación le planteaba al Alavés incógnitas pocas veces resueltas durante su trayectoria. La grandeza se demuestra en estos contextos. Si las vitorianas quería ascender, tenían que lograrlo así. Lo hicieron por la vía del sufrimiento. Aunque ese camino llevase consigo algún fantasma del pasado. La amarga sensación de quedarse al borde del éxito era demasiado familiar para las Gloriosas.

Llegaba el momento de despojarse de ella. De hacer alarde de paciencia y tranquilidad para aprovechar las oportunidades y sellar el ascenso. El partido murió con el balón en el centro del campo. Para entonces, las Gloriosas ya sabían hacía varios minutos que eran equipo de Primera. Prueba de la madurez de un equipo joven y a veces bisoño pero que ha sabido incorporar una veteranía contagiosa. La evolución, futbolística y mental, de las vitorianas sitúa al equipo en su punto álgido el año en que debutará en Primera.

Crespo apostó por un once reconocible, sin estridencias ni extrañas probaturas. Un equipo que supiese domar el balón, su plan predilecto, pero con capacidad también para la batalla física. Aunque a punto estuvo de verse en ventaja a las primeras de cambio. No habían pasado más de tres minutos cuando Sanadri cazó un envío defectuoso de la zaga local y se puso delante de la portera. Con todo de cara y todavía metros por delante, probó con un disparo flojo, directo al cuerpo de la guardameta. Como si no se creyese que todo pudiera ser tan fácil. Pese a su escaso acierto cara a portería, la donostiarra volvió a dar una clase de juego de espaldas. Ella explica, con su evolución, el fulgurante proceso que han vivido las Gloriosas en cuatro años.

El ascenso de las Gloriosas

Solo cuatro años para alcanzar la gloria

La gloria se conjuga en femenino plural

Gloriosas, referente para una generación

En otra dimensión

La posesión, ya por entonces, era del Atlético. Al Alavés le faltaba tranquilidad para coger el balón y tomar la iniciativa. Las colchoneras, liberadas de la presión y con el descaro propio de cualquier filial, fueron las escritoras del guion. Pero esa falta de complejos regaló al Alavés su primera reválida. Urbani, a punto de cazar el rechace de una falta lateral, era derribada en el minuto doce dentro del área. Penalti claro. Miriam, con un disparo ajustado, liberó a las albiazules.

El gol asentó al Alavés en el campo, pero no le trajo tranquilidad. El filial seguía controlando el balón y era dueño de las segundas jugadas y los espacios. Aunque apenas llegaba. Sólo un disparo lejano de Leire repelido por la madera alertaba a las Gloriosas de la magnitud del peligro. Las vitorianas llegaban poco, pero lo hacían con colmillo. Sólo faltaba otro gol. No llegaba, pero el Alavés se marchaba al descanso con la tarea encaminada.

Pudo coger otro atajo tras la reanudación, pero Ane Miren no acertó con un disparo cruzado. Se esbozaba el mismo guion, los mismos problemas, para las vitorianas. Más aún con la lesión de Sanadri, su faro ofensivo en un partido con muchos problemas para generar en campo contrario, girarse y encarar la portería. La entrada de Lice Chamorro refrescó al equipo. La pendiente iba atenuándose. Poco a poco, el Alavés lograba subir sus líneas y disputarle la posesión al Atlético. Necesitaban un golpe de efecto. El que llegó en el 66. Balón largo desde la defensa que Ane Miren controla, al fin de cara a la portería, y se apoya en varios controles notables y la tibieza de la defensa para disparar a gol con la derecha. El tanto de la calma.

Pudo sentenciar y no lo hizo. Tampoco lo necesitó. El vigor colchonero quedó diluido con el peso de una jornada sofocante. El Alavés pudo así saborear su ansiado ascenso. El sabor de la élite. Gloriosa Primera.