Admiración, posesión, celos, orgullo, miedo... Los secretos del amor imposible
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Los romances imposibles dejan huellas imborrables en la vida y el arteLuisa Idoate
Martes, 13 de febrero 2024, 19:11
No puede ser. No existe. Y eso lo hace eterno. El amor imposible es inefable, inaprensible. Se empecina en la mente con el 'y si' y el 'por qué no'. Obsesiona, consume, desequilibra, enajena. Destruye. Tiene caras y disfraces. El platónico idealiza, sobrevalora y engrandece ... lo que ama. El romántico lo viste de poesía y desmesura. El trágico muere por conseguirlo, el vengativo quiere ajustar cuentas y resarcir lo sufrido, y el narcisista ansía un espejo de sí mismo. Puede ser introspectivo, sutil, visceral, melancólico, estoico, escandaloso, reivindicativo, arrogante, gravoso, acaparador. El amor inalcanzable es una seductora caja de Pandora en la realidad y en la ficción. Un eterno e imbatible culebrón.
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¿Qué lo empuja? La pasión, la admiración, la posesión, el rencor, los celos, el orgullo, la soledad, la envidia, el miedo. ¿Qué esconde? Tantos móviles como protagonistas. La búsqueda de lo sublime, el sentimentalismo exacerbado, la atracción de la conquista, el afán por lo prohibido, la egolatría de buscar a quien esté a su altura. Tras ese glamuroso escaparate, se suplanta la responsabilidad por la fatalidad y se enmascaran el temor a un amor real, la incapacidad de encajar que algo no es ni será y la negativa a sopesar si tal sufrimiento vale la pena. ¿Se ama lo que se desea cuando se posee o cuando no se posee?, pregunta Platón en 'El banquete'. Y Cervantes sostiene en 'La Galatea' que «no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama». Pero no hay nada más deseable que lo imposible, por eso nos gustan los amores que lo son.
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Gerardo Elorriaga
Amor, pasión y muerte forman el patrón del descalabro amoroso en mitos y leyendas. Lo visten ingredientes dramáticos apropiados a cada historia, época y lugar. El enamoramiento instantáneo y recíproco de los protagonistas, el veto familiar a la relación, la infidelidad a unos cónyuges impuestos. Los encuentros clandestinos. El difícil equilibrio entre el deseo y la culpa. Y el azar que determina el desenlace fatal. Por engaños y equívocos, los enamorados se creen mutuamente muertos y se suicidan o mueren al no poderlo soportar. Así termina la fábula de los jóvenes babilonios Tisbe y Píramo, que se aman a través de una grieta en la pared en tiempos de la reina asiria Semíramis (VII aC). Lo mismo ocurre en la leyenda artúrica del romance entre Tristán e Isolda, enmarcada en la Irlanda de la Edad Media, y en la historia de Diego e Isabel, los amantes de Teruel. También hay muertes por encargo. En una balada danesa del siglo XV, el padre de Hellelil ordena a sus siete hijos matar a su amante y guardaespaldas, el príncipe Hildebrand de Engelland; el galán acaba con seis, pero sucumbe al enfrentamiento y ella muere de pena. Son arquetipos universales que reinterpretan la literatura, la pintura, la escultura y la música a lo largo de los siglos.
El amor no correspondido no caduca. Se calca, versiona y revisita. Por haberlo ridiculizado, Eros hace que Apolo se enamore de Dafne y ella lo rechace y acepte que su padre, el dios del río Peneo, la convierta en laurel para huir de su acoso. «Puesto que no puedes ser mi mujer, serás mi árbol predilecto y tus hojas, siempre verdes, coronarán las cabezas de las personas en señal de victoria». Lo cuentan en el siglo I 'Las metamorfosis' de Ovidio. En el XVII, lo cantan los sonetos de Quevedo y Lope de Vega, lo representa una talla del escultor Gian Lorenzo Bernini y Francesco Cavalli lo transforma en ópera. Cien años después, lo pinta Giovanni Battista Tiépolo. Y, en el siglo XX, lo recrean a su modo los pintores J. W. Waterhouse, Gustav Klimt y Picasso, el escultor Julio González y el cineasta Anatoly Petrov.
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El final feliz no vende. «Solo el amor mortal es novelesco; es decir, el amor amenazado y condenado por la propia vida», dice Denis de Rougemont. Y la literatura está llena de personajes dispuestos a matar y morir por él. Shakespeare empuja a Romeo y Julieta al suicidio al creer que lo han perdido; y a Ofelia al fondo del lago, porque Hamlet mata a su padre y le espeta: «¡Yo no te amaba!..» «¡Vete a un convento!». Don Quijote expira delirando por Dulcinea. Abelardo acaba castrado por embarazar y fugarse con Eloísa, sobrina del canónigo que la ingresa en un convento. El joven Werther se pega un tiro por el rechazo de Lotte en la novela de Goethe, prohibida en 1775 en Leipzig, acusada de instigar una ola de suicidios.
Cuando el amor da paso al odio, la víctima se convierte en victimario. Alejandro Dumas hace que el desengaño espabile al conde de Montecristo, que se desquita de quien le traiciona y encarcela y se casa con su prometida Isabel, que le olvida. «La venganza es como una serpiente: solo muerde si no la controlas», sentencia. Otros prefieren morir matando. Es la elección de Ana Karenina, a la que León Tolstoi hace tirarse a las vías del tren para mortificar al conde Vronsky, a quien ama enfermizamente y no la quiere como ella quiere. «Lo castigaré y me libraré de todo y de mi misma», amenaza.
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Los dramas del corazón marcan la vida y la obra de muchos creadores. En el siglo XIV Dante Alighieri dedica parte de la 'Divina comedia' a su amor platónico, Bice Portinari, idealizada como Beatrice, que muere joven y sin conocer sus sentimientos. En la misma obra, cuenta la historia real de Francesca de Rímini y su cuñado Paolo Malatesta, asesinados en 1284 por el esposo engañado, Gian Ciotto Malatesta, que los sorprende en pleno adulterio; lo representa Augusto Rodin en 'El beso' (1889). También es real el amor de Botticelli por la mujer de Marco Vespucci, Simonetta, fallecida a los 23 años, cuya cara pinta en 'La primavera' y 'El nacimiento de Venus'. 'Cyrano de Bergerac' (1897), de Edmond Rostand, novela la vida del escritor del siglo XVII que inspiró a Molière, firmó relatos de viajes al espacio y criticó ácidamente al poder. Un aventurero, bebedor, jugador, casanova, chulesco, culto y refinado, a quien Rostand sitúa en un jardín susurrando versos a Roxane, de quien se oculta acomplejado por su enorme nariz. En 'La novia del viento' (1914), Oskar Kokoschka se pinta con Alma, la viuda de Gustav Mahler, que será su pareja tres años y abortará el hijo que esperan. No se lo perdona y se alista para combatir en la Primera Guerra Mundial; en 1915, herido y convaleciente, se entera de que se ha casado con el diseñador Walter Gropius y está encinta. Nada de esto era importante para el filósofo Albert Camus: «No ser amado no es más que una simple desventura; la verdadera desgracia es no amar».
¿Cómo combatir el rechazo amoroso? Ovidio enseña a hacerlo en 'Ars amandi' (siglo I), dos libros dedicados a los hombres: 'Sobre cómo y dónde conseguir el amor de una mujer' y 'Sobre cómo mantener el amor ya conseguido'. Gustan tanto que añade 'Consejos para que las mujeres puedan seducir a un varón'. Adiestran para encontrar conquistar, defender, robar y recuperar los amores. «Todo amante es un soldado en guerra que a menudo se alía con el azar», escribe. ¿La suerte es determinante? A veces sí, asegura. «Mucho amor germina en la casualidad; tened siempre dispuesto el anzuelo, y en el sitio que menos lo esperáis encontraréis pesca». Como la teoría no complace al conservadurismo romano de la época ni al emperador Augusto, se cura en salud publicando 'Remedia amoris': «Acudid a mis lecciones, jóvenes burlados que encontrasteis en el amor tristísimos desencantos. Yo os enseñaré a sanar de vuestras dolencias, como os enseñé a amar, y la misma mano que os causó la herida os dará la salud».
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Los romances imposibles brillan a lo grande en las películas. Y ninguna reúne tantos como 'Lo que el viento se llevó' (1939), de Victor Fleming. Los jóvenes herederos de Atlanta suspiran inútilmente por Escarlata O'Hara. Ella ama empecinadamente a Ashley Wilkes, fiel marido de Melita, pero se casa por interés y enviuda de Charles Hamilton y de Frank Kennedy. Y reincide por tercera vez con Rhett Butler, el mujeriego al que enamora y no desea hasta que la deja plantada en la escalinata de Tara.
Esa melé sentimental escrita por Margaret Mitchell es un gran culebrón del Hollywood dorado, pero no el único. Le pisa los talones 'Cumbres borrascosas' (1939), rodada por William Wyler sobre la novela de Emily Brontë, donde Catherine muere en brazos de Heathcliff sin reconocer el amor que siente por él y le ha atormentado la vida.
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En 'Casablanca' (1942), de Michael Curtiz, Rick Blaine e Ilsa Lund recuperan una perdida e inolvidable pasión, pero la sacrifican por la cruzada contra el nazismo liderada por su marido, Victor Laszlo, el tercero en discordia. Pero ninguno de esos amores es tan imposible y devorador como el del ama de llaves Danvers por la fallecida señora de Manderley en 'Rebeca'(1940), filme de Alfred Hitchcock basado en la novela homónima de Daphne du Maurier. Se consume en llamas sin que su amada aparezca un momento en la pantalla.
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