El amor maldito que llevó a Oscar Wilde a la perdicion
Alfred Douglas ·
Su romance con el caprichoso aristócrata fue un camino a la perdición para el escritor, que tras salir de la cárcel murió pobre y soloSecciones
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Alfred Douglas ·
Su romance con el caprichoso aristócrata fue un camino a la perdición para el escritor, que tras salir de la cárcel murió pobre y soloHay amores que secuestran voluntades, envilecen y pueden destruir. Como el que se llevó consigo tanto la existencia como el prestigio de Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde (1854-1900). La estrella del genial poeta y dramaturgo comenzó a declinar cuando conoció al joven Lord ... Alfred Douglas, hijo del marqués de Queensberry, en 1891. El hombre que brillaba en la escena pública de Londres, cuyas piezas teatrales se erigían en éxitos inmediatos, cayó seducido por la belleza del aristócrata. que tenía 20 años y mantenía la apariencia de un frágil adolescente. Su relación fue desastrosa para el creador. «Pensaba que la vida había de ser una comedia ingeniosa, y tú uno de sus grandes protagonistas. Y me he encontrado con que era una repulsiva e indignante tragedia», llegó a escribir.
Ni la homosexualidad ni el sentimiento de culpa fueron la principal causa del martirio. En realidad, la razón se hallaba en el carácter del muchacho, con una personalidad muy compleja. Luis Antonio de Villena, especialista en el autor, dedicó un libro a esta relación maldita y lo califica como un sujeto caprichoso y violento. Según explica, llegó hasta el maestro por admiración intelectual y se quedó para disfrutar de la fortuna del hombre maduro, lo que hoy se denomina un 'sugar daddy'.
Wilde no era estúpido y siempre supo de las intenciones de su joven amante. Al parecer, la relación resultaba tan desigual que sus amigos le advertían del abuso. El poeta es reconocido como el paradigma del dandy clásico, pero, en realidad, era ya un cuarentón grueso y poco agraciado y Bosie, como lo llamaban los más cercanos, gozaba de la pálida belleza de los nobles anglosajones. En cualquier caso, no se trataba de un juego entre la experiencia y la inocencia. Ellos conocían perfectamente el escenario en el que tenía lugar su relación. Durante dos años, su vínculo, nunca ocultado, se desarrolló en restaurantes, teatros y casas alquiladas en la costa, siempre según las veleidosas apetencias de Douglas. Paralelamente, ambos mantenían aventuras en el ámbito gay más clandestino de Londres, donde pululaban chaperos y que, a menudo, podían desembocar en violencia y chantajes, lo que el narrador llegó a describir como «festejar con fieras».
El talento del escritor irlandés atraía al joven, que también poseía interés por la lírica, pero su comportamiento era una absoluta pesadilla. Las apremiantes demandas de placeres y dinero para el juego se mezclaban con «repentinos accesos de furia casi epiléptica» que le llevaban a escribir «cartas indignantes e impertinentes». En 1893, en la cumbre de su carrera, Wilde solicitó que le nombraran agregado de la embajada británica en El Cairo para tomar distacia.
Pero el amor es olvidadizo y Wilde volvió a encontrarse con Bosie en 1894, nada menos que en Florencia. Lo peor estaba por llegar. El padre le envió una nota a Wilde tachándole de 'sodomita', con una sorprendente letra intercalada, y la respuesta fue la interposición de un pleito por calumnias. El ingenio se enfrentaba a la fuerza, ya que Queensberry fue el introductor de las normas del boxeo moderno. Los puños ganaron, el pleito se dio la vuelta y el poeta fue encarcelado, juzgado y condenado a dos años de trabajos forzados en prisión. La homosexualidad en Gran Bretaña fue despenalizada, siquiera parcialmente, en 1967, aunque continuó perseguida ferozmente en el ámbito militar casi hasta el siglo XXI.
La cárcel provocó el ostracismo social y el rechazo del mundo de la cultura. Sus libros dejaron de venderse y aquella biblioteca que lo enorgullecía fue subastada para pagar deudas. El reo Oscar Wilde escribió en su celda 'De profundis', una larga epístola basada en el salmo 130 de la Biblia. El texto constituye una visión desgarrada de su historia de amor, una mirada a su propia debilidad ante un sentimiento que arrasó su libertad y su creatividad. «Era preciso doblegarse a ti, o imponérsete, no quedaba otra disyuntiva», revelaba.
Wilde, que tuvo familia, hijos, fama y relativa riqueza, lo perdió todo y, tras abandonar la cárcel, partió para Francia con nombre falso. Murió en París en 1900, pobre y solo. A pesar de tanta desdicha, en un lugar, tal vez recóndito, albergó la ilusión de que había existido una razón para jugarlo todo y perderlo. «Indiferentemente a tu comportamiento para conmigo, sentí yo siempre que tú, en el fondo de tu corazón, verdaderamente me amabas».
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