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Hay pasajes en la vida de Juan Ignacio Vidarte (Bilbao, 22 de febrero de 1956) que parecen premonitorios, como que el tipo más 'british' de Bilbao acabara yendo a trabajar cada día a la Campa de los Ingleses donde en 1997 abrió sus puertas el ... Museo Guggenheim. 'British' por su porte elegante, su manera de vestir con trajes de Hugo Boss y las iniciales bordadas en el bolsillo de la camisa, y sus formas, que le han hecho destacar cuando camina por las calles de Indautxu, donde reside. En aquel Bilbao de hace 30 años, pocos profesionales parecían reunir en un solo candidato tanta preparación para el puesto que ha desempeñado con solvencia todo este tiempo, incluido su conocimiento del inglés.
Siempre le molestó que dijeran que le habían dado el puesto por saber este idioma; lo dominaba a la perfección porque, concluidos sus estudios en Jesuitas, pasó un año en Irlanda, otro en Gales, y uno más en EE UU tras terminar Económicas en Deusto, para cursar un máster en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), cuando muy pocos por aquí habían oído hablar de este prestigioso centro. Pero es un hecho que, además de todo lo anterior, esta facultad de poder comunicarse en el muy anglosajón mundo del arte le sirvió para convertirse en el perfecto anfitrión de un museo que dio a conocer Bilbao internacionalmente y en su embajador por todo el mundo.
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Así, ha podido interactuar sin problema en las visitas al Guggenheim de presidentes de EE UU como Jimmy Carter, músicos como Patti Smith y Bruce Springsteen, cineastas como Oliver Stone –«Fue bastante intenso, o tenso, nada de una visita relajada, aunque mostró mucho interés»–, Woody Allen –«Hizo un recorrido muy rápido por tiempo o porque no hubo química, pero no disfruté de su humor, que me encanta. Resultó decepcionante hablar con él»–, la actriz Jane Fonda –«Encantadora, extrovertida, entusiasta del museo»–, Michael Douglas –«Majísimo, distinto al prejuicio que yo tenía, creía que era estirado»...
De él también se ha dicho lo de estirado, distante... «¿Distante? A veces no saludo, pero es por despiste y la miopía», explicó a este periódico en una ocasión. También presumió de autocontrol: «Tengo un sentido del ridículo bastante desarrollado, pero no me dejo sobrepasar por las situaciones y no soy mitómano», aunque reconoció sentir cierta debilidad por Claudia Cardinale como modelo de belleza. E incluso, con esa imagen de introvertido que transmite, no tuvo problemas en contestar sobre cómo se le daba lo de ligar: «Yo he sido muy pesado, le dedicaba tiempo al asunto, dábamos vueltas y vueltas por Pozas sin resultado, ja, ja, ja...». Aunque al final hubo suerte: una bilbaína llamada Arrate Ojanguren a la que conoció en 1982 en el Café Iruña y con la que se casó a los dos años. Llegaron dos hijas que hoy tienen 37 y 36 años y que les han dado varios nietos.
Vidarte nació en una familia muy reconocida en Bilbao. Su padre fue presidente del Colegio de Abogados de Bizkaia y se presentó como cabeza de lista al Senado por el PNV en las elecciones de 1977. Y su madre era ¡cubana! Lo desveló él mismo a este periódico: su abuelo materno emigró de Balmaseda a La Habana, donde conoció a una chica de orígenes vascos, y de aquel matrimonio nació la madre del director del museo. La familia volvió a Euskadi y ya no regresaron a la isla. En 2005, sin embargo, la celebración de las bodas de oro de sus padres les llevó a todos de vuelta a Cuba: «Era la primera vez que mi madre pisaba de nuevo su ciudad. En la que fue su casa vivía otra mujer. Nos dejó pasar y ocurrió algo extraño; las dos veían aquel hogar como suyo, pero entablaron una bonita relación».
Otra casualidad en la vida de Vidarte: el tiempo de ocio pasado en uno de sus lugares favoritos, Kanala, en el paraíso de Urdaibai, donde tenía casa su tía abuela paterna, que llegó a centenaria y era especialista en uno de los platos favoritos del director del museo, la ijada de bonito. ¿Cuántas veces contempló la otra orilla el director del museo con sus ojos entrecerrados hasta que pensó que sería el lugar idóneo donde colocar la nueva sucursal de la marca? Sigue siendo una quimera después de que se anunciara por primera vez en 2008. En 2018 incluso recorrió él mismo los terrenos de Gernika y Murueta donde ya visualiza el nuevo centro cultural.
Vidarte se va sin haber cumplido su último sueño, una de las tres piedras en un camino de rosas, junto al denominado caso Cearsolo, que le mantuvo en el ojo del huracán el tiempo que duró aquel juicio por desfalco en 2009, y el atentado de ETA el 13 de octubre de 1997, en el que murió asesinado el ertzaina Txema Agirre. Ah, una más, aunque en este caso fuera solo producto de una broma pesada; aquel día de 2003 en que un grupo de artistas llamado Mike Nedo burló la seguridad del museo y colgó una obra suya de la pared: «Me lo tomé mal, aunque la seguridad estaba pensada para los trayectos de dentro a afuera, más que al revés. Me enfadó el uso mercantilista de aquello, con camisetas incluso. Algo disparatado».
Antes de ser elegido para dirigir el Guggenheim, entre 1989 y 1992 fue director de Política Fiscal y Financiera de la Diputación vizcaína, y en ese momento fue cuando comenzaron los contactos con la Fundación. Él ya conocía el museo de Nueva York y sabía de la importancia de lo que tenían entre manos. Conoció entonces a Thomas Krens y le encargaron el estudio de viabilidad. En aquellos momentos también tuvo que afrontar la discusión pública y política con voces que aludían al colonialismo cultural estadounidense que emanaba del proyecto: «Personalmente fue muy complicado; tú te rodeas de tu equipo, te marcas objetivos, los vas cumpliendo y vives más o menos bien en tu mundo; pero cuando llegas a casa y tu mujer dice que ha oído nosequé y que a tu hija en el colegio le dicen esto... Te preocupas mucho por ellas».
La natación le ha servido toda su vida para mantenerse en una forma envidiable que conserva a sus 68 años, con su 1,80 de estatura y un peso que ronda los 78 kilos. La practica tanto en la piscina del Club Deportivo como en aguas de Isla (Cantabria), donde bien pronto por la mañana se le puede ver junto a su esposa volviendo de la playa en bañador, toalla al cuello. Si es invierno, con traje de neopreno. También sigue corriendo por el parque de Doña Casilda, y se prestó, en el décimo aniversario del museo, a dejarse fotografiar haciendo ejercicio al amanecer, pese al caracter introvertido que dicen que tiene.
Con la comida es espartano, afirman quienes le conocen. Él mismo desveló que empieza siempre el día con una cucharada de aceite: «El desayuno es la comida más importante para mí, zumo de naranja y pomelo, un yogur natural, pan con aceite o miel, cereales y café». El haber viajado tanto por trabajo le ha hecho un hombre cosmopolita en sus gustos gastronómicos: «Tengo suerte, me encanta comer, lo único que no aguanto es el sabor anisado».
Siendo socio del Athletic desde los 8 años... ¿Cómo habrá vivido un hombre tan mesurado tamaño derroche de celebración? Vio llegar la gabarra desde una de las terrazas del museo. «Pese a lo racional que es, aquí se unió a toda la pasión del momento», comparte alguien que le conoce bien. La misma fuente asegura sobre esta despedida que a Vidarte «el corazón le pide seguir, pero la cabeza le hace ver la necesidad de dar paso a la gente de aquí. Además, mantendrá el proyecto de Nueva York».
Entró con el pelo negro y ahora solo peina canas, aunque conserva bien el cabello: «Ha ganado mucho –prosigue la misma fuente–. Teniendo en cuenta que su perfil era de gestor puro, es sorprendente lo mucho que ha ganado en conocimiento del mundo de arte, no solo del moderno sino también el antiguo, ayudado porque es un hombre sensible con la cultura que tiene una impresionante biblioteca». «Es introvertido, pero cuando se abre es divertido, socarrón, irónico. Aunque sea riguroso y a veces inflexible en su puesto, posiblemente como método de trabajo e incluso de vida».
En breve, Juan Ignacio Vidarte abandonará su despacho y dejará de arrugar el ceño cada vez que detecta por el ventanal el edificio del centro comercial Zubiarte: «No aporta nada, estropea», se explicaba con sinceridad. Será raro dejar de verle caminar erguido por el Guggenheim, como si fuera su capitán: «Me siento muy orgulloso de él, estoy contento porque es una de las cosas que marcan la diferencia, un antes y un después».
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