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Eduardo Chillida según Eduardo Chillida: «Mi padre era mi héroe. Y mi madre, una diosa»

Eduardo Chillida según Eduardo Chillida: «Mi padre era mi héroe. Y mi madre, una diosa»

Un dibujo especial. Eduado Chillida habría cumplido hoy 100 años. Su hijo pequeño, Eduardo, también artista, retrata al escultor en una obra creada para este periódico. Así se hizo

Mitxel Ezquiaga

San Sebastián

Miércoles, 10 de enero 2024, 07:23

E

duardo Chillida Juantegui nació en Donostia un 10 de enero de 1924, hoy hace cien años. Un siglo después su hijo pequeño, Eduardo Chillida Belzunce (San Sebastián, 1964), retrata la figura de su padre en un dibujo especial realizado para El Diario Vasco que se reproduce en estas páginas. La historia podría llamarse «Eduardo según Eduardo», o «Chillida según Chillida», y es una celebración distinta de un centenario que vive esta tarde uno de sus momentos centrales con un gran acto en el teatro Victoria Eugenia, y que está sirviendo, entre otras cosas, para recordar la vigencia del escultor donostiarra con más proyección universal.

«Mi padre era una maravilla, una especie de héroe para mí, que hablaba poco, pero cuando hablaba daba en el clavo. Y mi madre, una diosa». Lo dice Eduardo Chillida Belzunce, como declaración de intenciones, mientras dibuja pausadamente los primeros trazos de la obra especial creada en su casa de Igeldo y asomada a la bahía. Hay que arrancarle las palabras porque parece hipnotizado por la hoja de papel sobre la que van naciendo, a través de sus lápices, el rostro y las manos de su padre, dibujadas por este hijo pequeño de la saga con su mano izquierda, la única que utiliza desde que en 1985 sufrió el terrible accidente que casi le costó la vida y que fue como una 'bomba' en el discurrir cotidiano de la familia Chillida.

Pero no adelantemos acontecimientos: vayamos al inicio de esta historia de «Eduardo según Eduardo». El Diario Vasco está celebrando el centenario del escultor con un despligue informativo que se tradujo el pasado sábado, por ejemplo, en un gran suplemento de 84 páginas, y un amplio trabajo audiovisual en diariovasco.com. Para el día de hoy, centenario exacto del artista universal, queríamos un guiño especial, y nada mejor que ilustrar la portada conmemorativa del periódico con un dibujo realizado por este otro Eduardo, el menor de los ocho hijos de Eduardo Chillida y de Pilar Belzunce, también pintor y escultor de ya larga trayectoria.

La mesa de los cumpleaños

Eduardo y su esposa, compañera en muchos de sus proyectos y madre de sus cuatro hijos, la periodista Susana Álvarez, aceptaron encantados la propuesta. «Primero dudé sobre cómo dibujar a mi padre pero enseguida llegué a una conclusión: sus manos debían tener un protagonismo especial. Siempre se estaba mirando las manos, con esas manos fue creando su obra... y siempre estaba trabajando», explica el Chillida de hoy.

Así que la decisión sobre cómo hacer el dibujo estaba tomada: las manos en el centro, el artista de perfil, una mesa de trabajo y el entorno del estudio que el escultor tenía en Ategorrieta. Esos eran los componentes, ya solo quedaba hacerlo ajustado a las proporciones necesarias para ser publicadas en el periódico.

En 1973 con Jorge Guillén en la Universidad de Harvard. Su amistad fraguó también una colaboración artística. CHILLIDA LEKU

Y aquí está ya el artista, manos a la obra, en un entorno cargado de simbolismo. Eduardo Chillida Belzunce realiza este dibujo sobre la larga mesa de madera que presidía el salón familiar de Intz Enea, la casa de Igeldo. Es la mesa en la que comían y en la que celebraban los cumpleaños. «Somos tantos que siempre teníamos que celebrar». Tras la desaparición de los padres, los hijos han repartido la impresionante villa de la carretera del Faro, y Edu disfruta de esta mesa y de este salón, ahora 'forrado' con sus obras. Entre ellas, una particular visión de 'Las meninas' que le sirve de decorado mientras realiza este dibujo.

La insatisfacción del artista

«Suelo trabajar en el estudio, pero este dibujo me apetecía hacerlo aquí, en esta mesa y tranquilo», dice Chillida Belzunce. Una primera tarde de diciembre subimos hasta aquí los periodistas para documentar su forma de trabajar. Fuma y dibuja en silencio, con el acompamiento de fondo de la música clásica, con un montón de herramientas de pintor sobre la mesa. Le pedimos que vaya comentando el trabajo pero está concentrado: apenas habla.

Días después volvemos. El dibujo ya está a punto de ser terminado y de recibir los últimos detalles antes de ser enviado para su publicación. «Uno nunca está contento con lo que hace, siempre piensa que podía haberlo hecho mejor o de otra forma», explica ya relajado. Con el trabajo ya encarrilado es el momento de repasar recuerdos.

«Mi padre era una maravilla de señor», sentencia. «Mi madre, una diosa. Gracias a los dos puedo pintar hoy. De mi padre heredé el arte y el amor por este trabajo; por mi madre pude salvar la mano izquierda y seguir pintando». Porque en la vida de Eduardo Chillida Belzunce hay dos nacimientos: el primero, el 15 de marzo de 1964, cuando vino al mundo: el segundo, cuando se recuperó del accidente de moto que le mantuvo largo tiempo en coma en 1985.

El respaldo familiar

«En realidad tuve dos graves accidentes: uno, en la calle Urbieta, y luego éste, en el túnel de Ondarreta, que casi me costó la vida». Fueron meses y años duros, cuando su padre rezaba en silencio para la salvación del hijo (así lo recuerdan otros hermanos de Edu) y su madre, Pilar, pasó a la acción. «En ese tiempo de recuperación ella dormía en mi cuarto, en vez de con aita, para ayudarme a hacer todo, porque yo no podía nada. Y luego tomó una decisión trascendental: inutilizada la mano derecha, los médicos proponían dejarme también rígida la mano izquierda, pero ella se empeñó en que la mantuvieran con posibilidades. Le advirtieron que me dolería, que me costaría... pero ella se mantuvo firme. Su terquedad me permitió seguir pintando».

Fue un proceso que aún sigue, casi cuarenta años después. «Continúo yendo a rehabilitación tres veces por semana y aún logro avances», explica. El caso es que aquel niño Eduardo que desde pequeño mostraba interés por el arte y que con cuatro años realizó su primera escultura con tierra que le dio su padre supo reinventarse a los veintitantos años.

Mientras ultima el dibujo en su simbólica mesa de Igeldo los recuerdos fluyen. El arte siempre estuvo en su vida, y de adolescente comenzó a trabajar en el estudio de su hermano Pedro, también destacado artista. Tras el accidente de 1985, del que habla sin traumas, llegó el nuevo Eduardo: pasó unos años en Madrid con su hermano Luis «para mostrar que me podía valer por mí mismo», en 1988 realiza su primera exposición en la Galería 16 del recordado Gonzalo Sánchez y en 1990 se casa con Susana Álvarez. Despega su carrera como pintor y escultor.

Pero esa otra historia. Aquí manda hoy este dibujo personal de Eduardo según Eduardo. El niño que decía que «de mayor quiero ser artista, como mi padre», ha cerrado un ciclo.

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