Miles de personas abarrotan desde primera hora el recinto festivo. ignacio pérez | vídeo: silvia cantera y pablo del caño

«Santo Tomás ha crecido a lo bestia, pero sigue siendo maravilloso»

Miles y miles de personas abarrotan el mercado, con una distribución nueva que ha desconcertado a muchos y ha provocado largas colas en algunos puestos: «¡Aún no hemos encontrado el talo!»

Miércoles, 21 de diciembre 2022, 13:03

Santo Tomás fue aquel apóstol escéptico que no se creyó lo de la resurrección de Jesucristo al tercer día hasta que no lo pudo comprobar con sus propios ojos. Pues bien, hoy a lo mejor habría querido estar presente en El Arenal para ver cómo ... ha resucitado su mercado al tercer año, después de las dos ediciones suspendidas por la pandemia: está claro que en esto de la fiesta funciona el barbecho, igual que en la agricultura, y la gente ha respondido a la convocatoria con todas las ganas del mundo, en masa, con una sonrisa compartida y dispuesta a comprarse, zamparse y pimplarse el mercado entero. No se les veía desentrenados por el largo paréntesis, no.

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A falta de las estimaciones oficiales, hay muchos asistentes que dicen que este es el año que más gente han visto. También es verdad que eso lo suelen decir todos los años, a menos que algún cataclismo meteorológico haya provocado una desbandada. Y hoy el tiempo, más que acompañar, empuja a bajar a El Arenal, ¡casi obliga a hacerlo! Otra cuestión que se debate entre trago y trago es la de la nueva organización, que prescinde de la Plaza Nueva y sitúa los puestos 'hosteleros' en los dos extremos del recinto, es decir, en los tinglados y en las traseras del Arriaga (o, como decían algunos ecuménicos de la fiesta, tirando hacia Txomin Barullo y Kaskagorri). En general, da la impresión de que hay menos aglomeraciones que otras veces, aunque muchos asistentes se están volviendo un poco locos buscando el ansiado talo. «¿Pero es que no lo habéis leído en el periódico?», les reñía un señor a un par de extraviados. Ahí, ahí.

Por lo demás, el mercado de Santo Tomás es una fiesta eterna, que se repite a sí misma con un guion que nadie quiere cambiar. Los veteranos suelen contemplar cualquier novedad como una traición a la costumbre: hoy, por ejemplo, muchos lamentan la ausencia del único puesto que vendía capones vivos, aunque pocos de los nostálgicos estarían dispuestos a degollar un pollo en su cocina. Es el día en el que el agro baja a la villa y muchos urbanitas responden con entusiasmo a su llamada. A Mercedes Llarena, Mila Villanueva, Rosa Rivera, Encarni García y Carmen Ayala da gusto verlas con sus vestidos de aldeana. Son de San Adrián («el mejor barrio de Bilbao») y van todas de estreno: «Nos hemos confeccionado nosotras los trajes, en unos talleres del grupo de jubilados». ¿Y cómo se sienten en este debut? «Sentimos que estamos llamando un poco la atención, ja, ja...». «Nos echan piropos, nos sacan fotos...». «Y ya verás cuando nos pongamos a bailar». Con ellas va, 'de paisano', su amiga Inma Uliarte.

-Pero, mujer, ¿es que le ha salido mal el traje?

-No, qué rabia: es que tenía médico y no quería andar cambiándome en el baño del ambulatorio.

Vídeo. Vídeo: carlos benito

Lo cierto es que estas personas que se visten para la ocasión deberían estar subvencionadas por el Ayuntamiento, porque crean mucho ambiente. Carlos Farré y Gabriela Ipiña podrían estar sacados de una foto antigua, si no fuese porque él está vapeando y ella, hablando por el móvil. «Somos de Bilbao, pero en Santo Tomás solemos ir al mercado de Donosti, porque estudiamos allí la carrera. Y allí se viste todo el mundo. Es bonito, porque así te sientes más parte de la fiesta». Gabriela está rastreando los puestos para comparar y decidir sus compras. Su amigo Carlos no, porque de buena mañana, antes de vestirse de casero, ha hecho una incursión estratégica: «Ya tengo en casa el pastel vasco y el queso. Y ya hemos comido el talo».

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La pausa del café

Mucha gente hace honor de manera literal al concepto de hamaiketako y, a las once, ya está devorando talo como si no hubiese un mañana. Dani Sebastián, Jon Agüera, Iván Morales e Igor Calles lo hacen de manera ejemplar, como para rodar un documental y mostrárselo a los forasteros: dispuestos en corro, sin distracciones, inclinándose hacia delante para que los chorretones no rocen la ropa. «Es que chorrea pero bien. Bueno, chorrea el mío, porque a estos los veo tan tranquilos, todos limpitos», se asombra Igor. Resulta que, en realidad, los cuatro compañeros están trabajando: tienen una startup, Kimóvil, y se encuentran en plena pausa del almuerzo. «Normalmente tomamos un pintxo de tortilla en el Lar, pero hoy había que venir aquí». Entre ellos no hay pleno consenso sobre cómo continuar la jornada laboral.

- Tenemos media horita de descanso.

-Bueno, a lo mejor hoy lo alargamos un poco.

-Y solo nos vamos a tomar una botella de sidra.

-Bueno, igual pedimos una segunda.

-Luego hay que trabajar.

-Pero hoy no le daremos muy duro.

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Lo más bonito de Santo Tomás es encontrarse a gente muy distinta unida en esta religión del talo y el txakoli, aunque seguro que esta manera de expresarlo no es muy del gusto de Sor Justa. Esta sierva de María boliviana, residente en Perú, ha venido a Bilbao para cuidar de su madre y la ha sacado a ver el mercado. Ha recalado, cómo no, en el puesto más devoto de todos, el de las rosquillas de San Blas que tiene una hucha de San Pancracio, y le explica las cosas en quechua a su madre, que va en silla de ruedas. ¿Qué le está pareciendo todo esto, hermana? «Muy bonito, muy impresionante, ¡mucha gente! Las costumbres son muy diferentes a las de mi país, pero veo cómo disfrutan las familias y los amigos, cómo comparten...».

-Verá también cómo beben...

-Sí, pero lo primordial es el encuentro con personas queridas.

Sor Justa es una monja comprensiva y tiene toda la razón, claro que sí. Por ejemplo, Mertxe Etxebarria ha venido desde La Rioja para acompañar a su madre, aunque tiene que volverse en un rato porque a las dos y media entra a trabajar. La señora, Begoña Cobanera, acaba de cumplir los 88 y evoca los mercados de su infancia, cuando venía de San Francisco con su madre para comprar alubias y verdura: «Entonces esto era más pequeñito, más natural. Y el talo nos sabía a gloria: ¡como no había de comer...!». La pareja de Mertxe, Javi Vallejo, es de Labastida y no había estado nunca en Santo Tomás. Y, confiese, ¿ya le gusta el txakoli? «Sí, sí», asegura, y alza la bota bien llena de rioja.

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La cola sin fin

Hoy no hay tanta hambre como en los tiempos mozos de doña Begoña, pero nadie lo diría viendo la voracidad con la que se ingiere el talo. ¿Está bueno? «Sí, pero yo los hacía mejores», objeta el barbudísimo José Luis Pérez, de Igorre, que casi parece un Olentzero de incógnito. «Muy rico, y el mercado está maravilloso: se ven las ganas de la gente y me gusta cómo lo han separado. Esto ha crecido a lo bestia, pero sigue siendo precioso», elogia Marian García, tras devorar el último bocado del suyo. ¿Ya habrá luego ganas de comer? «Eso espero, porque tenemos garbanzos con berza».

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Imagen. LUIS ÁNGEL GÓMEZ | IGNACIO PÉREZ

«¿Si está rico el talo? No lo sabemos, porque aún no los hemos encontrado», responden Javier Campo y su hijo Roberto, que vienen juntos de buena mañana, hacen sus compras (pan, quesos, patés, pastel vasco) y después se separan: el padre vuelve a casa y el hijo se queda con la cuadrilla hasta la noche. Igual que ellos, hay muchos asistentes que tardan un buen rato en dar con los puestos de talo. Eso ha tenido una consecuencia imprevista: se ha formado una cola descomunal en el primero que ven, el más cercano a los stands de los baserritarras. ¿Ya merece la pena esperar tanto rato? «¿Merece la pena venir a Santo Tomás? A lo mejor sí», responde, filosófico, el último de la fila. «Hemos venido a esto y nos hemos puesto aquí porque es el primero que hemos encontrado, pero ni siquiera vemos el comienzo de la cola», suspira la penúltima, Eider García. Algunos se marchan cuando se enteran de que hay más oferta a unos metros, o alrededor del Arriaga. Pero otros prefieren quedarse firmes en su puesto, por si acaso. Escépticos, como Santo Tomás.

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