Ortuella: 40 años de duelo

«¿Sabes lo que es de repente una casa vacía?»

Supervivientes, padres y madres de las víctimas, efectivos de emergencias, políticos locales y otros representantes de la comunidad repasan aquella jornada terrible y analizan la huella que ha dejado en sus vidas y en Ortuella

solange vázquez | julio arrieta

Viernes, 23 de octubre 2020, 00:01

  1. María Elena Puertollano | Madre de Jennifer, fallecida en el accidente

    «Algo me dijo que no volvería a ver a mi Jenni»

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yvonne iturgaiz

María Elena trabajaba de interina cerca de Las Arenas y estaba esperando el autobús para volver a casa. En la parada oyó a unas 'señoras bien' decir que «pobres niños los de Ortuella». «Perdonen que me meta en su conversación, ¿qué ha pasado?», las abordó. ... Pero no sabían mucho. Una escuela. Muchos muertos. «¿Qué colegio? En uno de ellos tengo tres hijos: Víctor, Nerea y Jenni», repetía María Elena. El camino al pueblo se le hizo eterno. «Dicen que ha sido donde los pequeños», oyó.

Ya entonces una intuición terrible le encogió el corazón. «Pensé 'Jenni, mi chiquitita'. Algo me dijo que no la iba a volver a ver. Cuando llegué, todos sabían que no estaba viva. No me dejaron verla, me dieron muchas pastillas y me metieron en la cama. Ni siquiera fui al funeral. De esos días ni me enteré. Fue muy triste, pero me arropó mucho el pueblo», asegura María Elena, rodeada en su casa de fotografías de Jenni, de Víctor, fallecido en accidente años más tarde, en plena juventud, de Nerea, de sus nietos, su bisnieto... «Estuve muy mal, pero el tiempo pasa».

-¡Pero si todos los días dices 'ay, mi Jenni'! -interviene su marido, Pepe.

-Es que un hijo es un hijo. Nunca lo olvidas.

  1. Óscar Rodríguez | Superviviente

    «Le decía al conductor '¡corre, corre!', porque al lado iba una niña rubia que iba mal»

borja agudo

La vida gira en un segundo. «Estaba jugando con plastilina y lo siguiente que recuerdo es que me sacaban de entre los escombros, medio inconsciente. Me desperté a medias cuando oí la voz de mi madre llamándome: '¡Óscar!'», relata. Ella era una de las muchas mujeres que se habían arremolinado en la zona para ver si sacaban a sus hijos de aquel infierno de cemento. Para alivio de su madre, Óscar reaccionó. «¡Y le contesté!». Se pueden imaginar el alivio de la mujer que a duras penas logró reconocer al pequeño: «Había perdido las gafas, estaba lleno de sangre y polvo y tenía el pantalón de pana todo roto». Le trasladaron al hospital, junto a otros chavales, en el coche de un particular. «Recuerdo que le decía al conductor '¡corre, corre!', porque al lado llevaba a una niña rubia que tenía una herida morada en un lateral de la cara y yo la veía muy mal. No llegué a saber quién era, ni si sobrevivió». De «lo de después» recuerda sus dos días en observación, en el hospital –tenía cortes y un golpe en la cabeza–, y los viajes a los que les invitaron distintas ciudades españolas. Psicológicamente lo llevó bien, aunque de su clase de 1º de EGB sólo sobrevivieron cuatro compañeros. «Las secuelas que me quedaron son una grapa en la espalda, unas migrañas que luego se me pasaron y la sensación de que todo el pueblo se volcó con nosotros». Óscar considera que quizá haya sido de mayor, al tener una hija, cuando ha llegado a comprender la dimensión de la catástrofe. «Me cambió la perspectiva y comprendí el horror que tuvieron que sufrir los padres», admite. De hecho, un día su madre tiró los recortes de prensa sobre el suceso que Óscar tenía guardados. Y, cuando le pidió cuentas, ella le respondió: «No podía ni mirarlos, cada vez que los encontraba me ponía mala».

  1. Santiago González | Bombero

    «Que se pierdan así tantas vidas no te entra en la cabeza»

pedro urresti

«Lo recuerdo como si fuera hoy. Estábamos en el parque viejo, que estaba bajando hacia Trápaga. Oímos la explosión. '¡Chicos, preparaos, que algo pasa!', pensando que era una bomba de ETA. No transcurrieron ni dos minutos cuando llegó la llamada. Nos avisaban de que había habido una explosión en el colegio. Y salimos para allá». Santiago González cuenta cómo dejaron el camión cerca del colegio y vieron las llamas en la cocina. «Fuimos los primeros en llegar. No sabíamos todavía la magnitud de aquello y nos dirigimos hacia el fuego. Lo apagamos y recogimos a un herido, que resultó ser el fontanero. Empezaron a llegar las ambulancias y ya vimos lo que era aquello. Los padres iban llegando, buscando a sus hijos...».

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«Nos dedicamos a evitar que no pasara más de lo que ya había pasado. Del edificio caían ladrillos, ventanas, y la gente andaba por debajo. Lo que vimos es indescriptible. La deflagración destrozó las aulas de los niños pequeños». A González, que entonces llevaba apenas un año como bombero, le dejó marcado. «Conocía a muchísima gente que tenía los hijos allí. Yo he tenido trabajos muy peligrosos. Estuve una vez ingresado porque tuve que saltar de un tejado... Son cosas que luego recuerdas como anécdotas. Pero lo de Ortuella no se te olvida nunca. Es lo peor que me ha pasado. Eran niños. De esta magnitud no he vuelto a ver nada. Que se pierdan así tantas vidas no te entra en la cabeza».

  1. Manuel Fernández Ramos | Alcalde de Ortuella en 1980

    «Todos olvidamos nuestras diferencias para salir de aquello»

luis ángel gómez

Llegó a la alcaldía lleno de ilusión. Un treintañero socialista en plena Transición, dispuesto a cambiar el mundo. Y el mundo le cambió a él con un golpe brutal. «El accidente me marcó para siempre», admite. Aquel 23 de octubre tuvo que hacer un esfuerzo para, en medio del dolor, recibir a los padres y madres de los fallecidos y organizar el pueblo, los funerales, la llegada de personalidades... Todo. Fue cosa suya que el protocolo se fuese al carajo y que las familias estuviesen en las primeras filas del funeral, en lugar de ministros y demás autoridades. Y también rechazó educadamente que la Reina Sofía visitase Ortuella, por eso al final acudió a los hospitales a ver a los supervivientes.

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Manuel recuerda las Navidades de aquel año «llorando en casa de mis padres». En esa época se entregó tanto al trabajo y llamó a tantas puertas -muchas veces, sin éxito- que, un año y pico después de aquello, cuando todo estaba encauzado, tuvo que retirarse un tiempo. «Sufrí síndrome de euforia, estuve días sin dormir y me quedé hecho polvo», explica. Luego se fue recuperando y volvió al tajo, porque «Ortuella era entonces el pueblo más pobre de Bizkaia». Había mucho que hacer: «Todos los políticos olvidamos nuestras diferencias para salir de aquello. A ver si aprenden los de ahora». Durante unos meses, toda la actividad municipal se centró en el accidente y sus consecuencias. De hecho, el golpe de Estado del 23-F les pilló reunidos, intentando solucionar algo de aquel caos. Y, claro, tuvieron que salir corriendo a esconderse.

  1. Miguel Ángel Leicea | Padre de Josu, fallecido en el accidente

    «¿Sabes lo que es de repente una casa vacía?»

yvonne iturgaiz

Miguel Ángel estaba en la oficina, en Bilbao, cuando le llamaron por teléfono para decirle que regresara a Ortuella porque «algo grave había pasado». El camino en taxi se le hizo interminable, porque el colapso de la carretera era tremendo y le empezaba a dar pistas sobre la magnitud de una tragedia que aún no conocía. Al llegar le informaron de que su hijo, Josu, había sido trasladado al hospital. No llegó vivo. «Entonces era el único que tenía. Cumplía los seis años el día de Nochebuena. ¿Sabes lo que es de repente una casa vacía?», pregunta. En medio de la rabia y el dolor, él y otros padres y madres empezaron a exigir responsabilidades. «Belloch, el que luego fue ministro, cerró el caso y no se culpó a nadie. Nos recibían con muy buenas palabras, pero luego... Hasta nos prometieron un mausoleo y se quedó en nada». Un año después de la tragedia llegó a casa otro bebé. Y un recién nacido siempre es una esperanza. «La vida sigue, sí», dice Miguel Ángel pensativo, mirando el monumento de mármol que recuerda a los fallecidos con la imagen de una flor truncada. «A Josu le encantaban las flores –se sonríe–, no dejaba una en casa».

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  1. Eduardo Losoha | Párroco de Ortuella entre 2005 y 2018

    «Ver cómo Ortuella consiguió salir adelante es una lección»

julio arrieta

El sacerdote Eduardo Losoha conoció la catástrofe cuando estaba recién llegado a la parroquia de San Félix. «Llegué en septiembre, venía de San Luis Beltrán, en Bilbao. Estaba conociendo a la gente, al entorno de la parroquia, conociendo en definitiva el pueblo. Y unos días antes del 23 de octubre me dicen, 'mira, es el aniversario'. Me pilló de sopetón. No conocía lo sucedido». Losoha se informó. «Me contaron toda la historia. Me impresionó mucho. Preparé la misa y empecé a conocer a vecinos afectados que habían perdido niños o habían sobrevivido con secuelas».

Esta misa se celebra cada 23 de octubre y «suele venir muchísima gente», destaca Losoha. El sacerdote destaca que Ortuella es una comunidad muy unida, que afrontó «un sufrimiento compartido» y logró salir adelante gracias a esa cohesión. El pueblo recuerda lo sucedido «con dolor a veces», pero también como una experiencia muy dura ante la que respondió de forma valiente. «Ante una dificultad, oyes decir 'si salimos de aquella, de esta también saldremos'. Así se vive. A mí esto me sirvió para ver que después de una situación tan dramática, la gente sabe aguantar hasta conseguir salir de ella. Quieras que no, esto te da una lección. A veces nos quejamos por cualquier cosa, cuando hay personas que han pasado algo así y ahí están».

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  1. Josu Moneo | DYA

    «La muerte de un niño te marca más. Y allí fueron 50»

pedro urresti

«Recuerdo que llegar desde Bilbao nos costó un mundo», cuenta Josu Moneo, en la actualidad jefe de operaciones y parque móvil de la DYA. Las ambulancias de la asociación alcanzaron el pueblo como pudieron, abriéndose paso entre un tráfico parado en ambas direcciones en la N-634. No había autopista. «Aunque al principio las informaciones eran contradictorias, ya sabíamos que había sido una explosión en un colegio. Pero desconocíamos el número de víctimas y lo que iba a haber allí».

«Fue un trayecto angustioso. Llegamos y nos encontramos... No había paredes. Los cuerpos...». Moneo guarda silencio unos segundos. «Y también recuerdo la impresión de los féretros alineados». No tuvieron que trasladar heridos. «Ya se los habían llevado como pudieron en coches particulares. La gente se volcó al momento. Hicimos curas y atendimos crisis de ansiedad, había gente que perdió dos hijos, tres... Y otros no sabían qué había sido de ellos. Yo lo que peor llevo es la muerte de un niño. De todos los años que he estado en la DYA, que han sido 42, esto es lo que más me ha marcado con diferencia. Todas las muertes te dejan huella. Pero la de un niño te marca más. Y allí fueron 50. Hoy en día nos hubieran llevado al psicólogo. Pero no nos llevaron a ningún sitio. Lo vivimos y lo pasamos».

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  1. Henar Cortés, Nekane Garay y Estíbaliz Arretxea | Supervivientes

    «Me habían dejado con los muertos»

pedro urresti

¿Aquel 23 de octubre marcó su vida? Estas tres supervivientes, que iban a 1º de EGB, responden de entrada que no... aunque terminan admitiendo que quizá haya sido imposible pasar por algo así sin que quede alguna cicatriz, visible o no. Hablan de miedos, de la sensación de haber sido sobreprotegidas y luego sobreprotectoras... A Henar Cortés, por ejemplo, la rescató su abuela Fina: «Me habían dejado en el lugar donde estaban colocando a los niños fallecidos, pero mi abuela me reconoció por unos pendientes. Se acercó a mí y empezó a gritar '¡está viva, está viva!'. Yo no me acuerdo de nada», cuenta. Estuvo quince días en coma, tuvo que aprender de nuevo a andar y después sufrió problemas de ansiedad y fobias que muy poco a poco superó. «Imagino que no recuerdo mucho porque todo lo malo lo bloqueas, el cerebro se protege así», dice.

«Yo sí me acuerdo perfectamente. Los que mejor iban en matemáticas murieron porque terminaron antes un ejercicio que nos habían puesto y estaban en una zona que resultó más afectada. Yo andaba por ahí, de pie por la clase. Luego vino el estallido. Sólo había polvo y silencio, ni siquiera se oían gritos -interviene Estíbaliz Arretxea-. Salí despedida y me rompí una pierna, pero gateé sobre cristales para alejarme del edificio. Un chico me hacía señas para que me alejase de las paredes. Luego me cogieron en brazos y me llevaron a un coche para ir al hospital, donde vi a un hombre con unas quemaduras terribles... creo que era el fontanero. Aparté la vista rápido». A su lado, Nekane Garay asiente repasando sus propios horrores. Ella notaba arena y cemento cayéndole en los ojos cuando quedó sepultada tras la explosión. La sacaron -«y yo preocupada porque tenía la falda escocesa manchada de sangre», añade- y fue pasando «de brazo en brazo» hasta acabar en el hospital, donde la Reina Sofía le regaló una muñeca días después. Salió en muchos periódicos. También recibió muchas cartas de niños de toda España y de parte del extranjero, porque apareció en muchas fotos y se convirtió, sin querer, en «la cara buena» de la tragedia, una niñita rubia y risueña que saldría adelante. «Además, el día del accidente era mi cumple. Se puede decir que yo nací dos veces un 23 de octubre».

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  1. Javier Camarero | Padre de Andrés, fallecido en el accidente

    «Me pone de mala leche que lo que pasó no haya servido de ejemplo»

yvonne iturgaiz

Javi, como le conocen en el pueblo, es aparejador y tiene conocimientos técnicos sobre la catástrofe. Y sigue enfadado. Porque con otros materiales, con otros sistemas, sin la intervención del fontanero... el destino de su familia hubiese sido distinto y su hijo Andrés estaría vivo. Es su impresión. «Se siguen haciendo chapuzas. Me pone de mala leche que lo que pasó no haya servido de ejemplo. No hemos aprendido», lamenta Javi, que es padre de otros tres hijos y tuvo que aprender a aferrarse a ellos y a las alegrías que le han dado –como el nieto que le tiene enamorado con sus «monólogos»– para seguir adelante. «Cuando me enteré de lo de la explosión, ya me puse en lo peor y fui hecho polvo para casa», relata. Llegaron sus dos hijos mayores, que también estaban en el colegio. No querían subir a casa sin el pequeño. Al final, lo hicieron. «Faltaba Andrés... Estaba como loco porque en seis días iba a cumplir seis años». Los peores temores de Javi y su mujer se cumplieron. «Te pasa algo así y ya nunca se olvida, ni se deja de sentir. Te acostumbras y vives, pero la vida ya es otra cosa», resume.

  1. Julio González Alonso | Profesor del colegio siniestrado

    «Dejarnos caer no era una opción»

e.c.

«Lo recuerdo a cámara lenta. El estruendo, las ventanas cayendo, las caras de los chavales...». Julio González Alonso estaba dando clase a alumnos de 7º de EGB. No ha olvidado el miedo de aquellos primeros momentos, ni tampoco la cadena humana que hicieron para salir del edificio, atravesando el pasillo «donde había una nube de humo tremenda». Nadie de su clase sufrió heridas graves. «Luego tuve un lapsus mental: recorrí el aula donde más fallecidos hubo y no vi ni un niño muerto, y eso que los estaban sacando».

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Las semanas siguientes fueron durísimas. Los profesores hicieron piña y tomaron una decisión dura pero necesaria: «Los muertos, muertos estaban, pero los niños vivos tenían que seguir». En medio del dolor, él y sus compañeros se dejaron la piel y el curso se retomó en pocas semanas. «Aquello me ha acompañado siempre, pero no de manera negativa. No tuve fobias, como otros que después, por ejemplo, eran incapaces de entrar en aparcamientos. Yo decidí pensar en lo positivo que vi: la solidaridad». Porque familias, vecinos y profesores decidieron apuntalarse unos a otros para que el pueblo no se desmoronase como un castillo de naipes. «Dejarnos caer no era una opción».

  1. Raúl Amat | Superviviente

    «Creo que nos salvamos dos de mi clase y éramos veintitantos»

jordi alemany

Raúl, que ahora tiene 46 años, trae en una bolsita un viejo ejemplar de la revista 'Garbo' con su foto en la portada. Está en el hospital. Chiquitín, lleno de tubos y con el pelo desordenado. Sus recuerdos de aquel día son muy difusos. «Sé que me sacaron todo sucio de entre los escombros y que mi familia pudo reconocerme por una peca que tengo. Luego me llevaron en una 'patrol' de la Guardia Civil al hospital. Allí no me dejaba tocar por nadie, me sedaron... y se acabó», comenta, como quitando importancia a sus vivencias. Según cuenta, tenía «la frente abierta, reventada» y daños internos, así que tuvieron que operarle. No es de mucho hablar, pero se levanta la camiseta y se aparta el pelo de la frente para mostrar unas cicatrices antiguas que le recorren la piel como un sendero tortuoso. «Tardé mucho en recuperarme del todo», añade. En cambio, cree que aquella traumática experiencia no le ha dejado más huellas que sus cicatrices. «Murió mi profesor, Gregorio, y casi todos mis compañeros. Creo que nos salvamos dos de mi clase y éramos veintitantos –dice, bajando la mirada y dándole una calada al cigarro–. Luego hicimos vida normal. Mi madre me ha dicho muchas veces que aquel día volví a nacer, aunque es un tema que nunca hemos tocado mucho en casa. No lo olvidamos, pero tampoco lo recordamos».

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  1. Saulo Nebreda | Alcalde de Ortuella

    «No se ha pasado página, el recuerdo permanecerá siempre»

jordi alemany

Para Ortuella «esta catástrofe lo ha significado todo», explica el actual alcalde de la localidad, el jeltzale Saulo Nebreda, que tenía «apenas un añito» cuando sucedió el accidente. «Hay una generación prácticamente perdida y se nota ese vacío. Y, lógicamente, para los familiares, vecinos y vecinas es algo que siempre estará presente». El pueblo consiguió salir adelante porque «Ortuella es un municipio muy piña. La catástrofe hizo aflorar muchos sentimientos de solidaridad y mucho apoyo».

Salir adelante no significa exactamente pasar página ni, muchísimo menos, olvidar. «La herida se irá cerrando con el tiempo. Pero olvidarse no se va a olvidar nunca. Esa página está ahí y nos hemos acostumbrado a vivir con ella. Sobre todo la gente que más cerca le tocó, que es la que la tiene más presente. Ortuella es un pueblo muy solidario y todos nos hemos acostumbrado a vivir con ese recuerdo. Pero no se ha pasado página, continúa ahí y continuará el recuerdo toda la vida».

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  1. Jesús Mezquita | Concejal de Enseñanza y Cultura en 1980

    «No podíamos permitir que el pueblo parase ni que el curso se perdiese»

yvonne iturgaiz

«No me ha pasado nada, papá». Jorge, que iba al colegio Marcelino Ugalde cuando sucedió al accidente, le dio así la bienvenida a casa a su padre, Jesús Mezquita –entonces concejal de Enseñanza y Cultura–, que llegaba a casa desde la Naval, donde trabajaba en una empresa auxiliar montando grúas. «Subí al colegio con otros concejales, había mucho que hacer, teníamos que buscar ayuda, organizarnos...», apunta. El día fue larguísimo. Y el siguiente no fue mejor. «Por protocolo, tuvimos que ir a los hospitales a reconocer a las víctimas. ¡En la vida piensas que te puedes ver ante una situación así! Eran muy pequeños, vecinos, todos nos conocíamos». Jesús se calla unos segundos, emocionado. «No podíamos permitir que el pueblo parase ni que el curso se perdiese, así que muy rápidamente se hicieron unas escuelas prefabricadas para acoger a los niños», repasa, porque en el colegio siniestrado había más de novecientos alumnos que quedaron repartidos por lonjas y locales del pueblo.

Las nuevas aulas se levantaron en el espacio del actual parque Otxartaga, «donde se encontraba el antiguo campo de fútbol», y parecían casitas de muñecas pintadas de un color entre rosa y lila. Allí, los supervivientes y quienes empezaban su vida escolar con la tragedia en la cabeza aprendieron, sobre todo, a tirar hacia adelante y a 'tirar' también de los adultos, todavía sumidos en lo que los psicólogos definieron como «una experiencia masiva de muerte». «Los críos lo llevaron mejor que los adultos», sentencia Jesús.

  1. Txema Pérez de Albéniz | Cruz Roja

    «El hecho de no poder llegar, de no poder hacer nada, me marcó»

mireya lópez

Txema Pérez de Albéniz es director de Servicios Generales en Cruz Roja. En 1980, cuando tenía 21 años, estaba en la oficina de la institución en la carretera de Nocedal, un barrio de Ortuella cercano al colegio. «Nos llegó el aviso de que había habido una explosión en un colegio. No se conocían más datos», recuerda. La Cruz Roja movilizó todos los recursos, «tanto civiles como militares», los jóvenes que hacían la mili en esta entidad. Eran «chavales de 18, 19 años, que se encontraron con un escenario terrible. Los cuerpos de los niños, las madres buscando a sus hijos, gritos...».

Txema se puso en marcha con un equipo de Cruz Roja Juventud, con la misión de atender a los chavales que no habían resultado heridos: «Estaban por allí, algunos solos porque los padres no habían llegado, y había que meterles en algún sitio». Pero no pudieron llegar. «No podías avanzar porque estaba todo colapsado. A mí lo que me marcó fue el hecho de no poder hacer nada. Y que la gran mayoría de las víctimas fueran niños. Con 21 años te comes el mundo, pero cuando te toca una cosa de estas... Lo que haces después es no interiorizarlo. Si no, estarías tocado todo el día dándole vueltas, te hundirías. Es algo que tienes que aprender a disociar. Lo recuerdas, claro, porque algo así no se puede olvidar, pero aprendes a no darle vueltas».

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  1. Endika López Ruiz | Presidente de la sociedad pelotazale Danok Lagunak

    «La gente conoce Ortuella por la explosión»

pedro urresti

Endika nació en 1981. Como todos los vecinos que nacieron después de la tragedia, creció con las historias que le contaban de aquel día fatídico. «Te llega por los compañeros de clase. Descubres que uno de ellos perdió a una hermana, otro a un familiar... Luego te lo cuentan en casa, ves reportajes en la tele. Si eres de Ortuella, es un recuerdo que forma parte de ti aunque no estés directamente afectado, porque este es un pueblo pequeño y todo el mundo está relacionado. Pero además, te sigues encontrando con él vayas donde vayas. Yo trabajo en el campo de golf y cuando la gente viene y se interesa por el entorno, les explicas que está entre Ortuella, Gallarta y el Valle. Y la gente conoce Gallarta y el Valle por las minas y Ortuella por la explosión».

«Es algo que no se va a olvidar nunca, pero que la gente prefiere no recordar», añade. «Hay personas que han perdido a un familiar y aunque hayan pasado 40 años no quieren ni comentarlo. Creo que hay muchos vecinos que no han pasado página. El pueblo, en sí, ha salido adelante y ha aprendido a vivir con ello».

  1. Alfonso Moya | Superviviente

    «Aprendes que la vida es como una partida de dados»

e.c.

Cuando era más joven y estaba estudiando Ingeniería, Alfonso solía ayudar a su padre, albañil en el ayuntamiento de Ortuella, y muchas veces le tocaba ir al cementerio a algún funeral. Allí se acercaba hasta donde está su primo Pedro, entre los fallecidos en el accidente, «Susana, Rafa, Emilio, Juantxu...», va enumerando. Los dos estaban en 1º de EGB, pero les habían puesto en aulas distintas, algo que les cabreó mucho. Alfonso tuvo la suerte de quedarse en una que permaneció casi intacta tras la explosión, mientras que a Pedro le correspondió la mala fortuna de estar en una de las más afectadas. «Aprendes que la vida es como una partida en la que estás lanzando los dados continuamente: aquel día, a él le tocó un uno y a mí un seis», sentencia. Él no resultó herido, aunque, debido a la onda expansiva, él y sus compañeros salieron despedidos un metro. Después, quiso salir corriendo a buscar a su primo, pero no le dejaron. Así que, con 6 años y en medio, se marchó a su casa, que se convirtió en una especie de centro de emergencias.

Por aquel entonces, no había teléfono en todas los domicilios, así que muchas familias se acercaron hasta la de Alfonso para avisar a sus allegados de otros puntos de España –la mayor parte de la población era emigrante–. «Mi abuela, de Jaén, que tampoco tenía teléfono, llamó desde el Patronato Comunal Olivarero para ver si nos había pasado algo», detalla. El trajín de aquel día y la amargura de los posteriores no le dejaron marcado. Las reflexiones vinieron algo después, cuando comprendió lo afortunado que había sido: «Entonces sí que te das cuenta de la fragilidad de la vida. Dicen que una persona se hace adulta cuando sabe que algún día va a morir. Y aquel 23 de octubre recibimos todos esa lección: esto es la muerte».

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