Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Los estadios pueden ser imponentes, colosales. Los hay modernos, lujosos, futuristas, coquetos, vetustos. Y otros donde las historias que esconden hablan más de ellos que el presente. El catálogo es infinito. Pero después están los que se transforman y, de manera automática, escapan a las ... etiquetas. Son esos en los que te quedas prendado, en especial si compartes su liturgia. Mendizorroza fue durante 526 días un escenario anónimo, un estadio que, salvo por sus vigas vistas, apenas aportaba singularidad alguna. Imponía más bien poco durante la época del fútbol amordazado, y sucumbió a esa maraña gris que lo impregnó todo hace año y medio. Pero el color estalló al fin ayer en el templo albiazul, con la felicidad desbordante que se produce en los reencuentros más esperados.
Los 3.968 afortunados que asistieron al resurgimiento de Mendi comprendieron enseguida la responsabilidad que traía consigo la fortuna del sorteo. De sus gargantas dependía el prestigio que había adquirido el estadio vitoriano en sus cinco últimos años en Primera División, y el listón que le esperaba a la histórica sexta campaña consecutiva en la élite. Compensaron con creces la falta de volumen que suponía perder el 80% de los asistentes y la amenaza de un regreso descafeinado o con sordina, al contar con el aforo más restringido de toda la jornada inaugural en la Liga española.
Los hinchas abrazaron de nuevo a los jugadores, aliviados por recuperar las coordenadas que emiten las gradas para calibrar la tensión exacta. La distancia ha sido sin duda más dolorosa para los seguidores, pero imaginen a los futbolistas sin ese encuentro periódico en que no necesitaba intercambiar una sola palabra para saber lo que la ciudad entera pensaba sobre él. Al pasar del calor humano que tanto habían añorado durante el desplome clasificatorio y ese fútbol gélido que no habían experimentado.
Es muy probable que Mendizorroza, el coliseo que siempre estaba a la cabeza de ocupación en la Liga, que mantenía un volumen constante de cánticos, aplausos y pitos, tan argentino, tan desconcertante para el foráneo, fuera también el que más acusara ese brusco cambio de temperatura entre el fútbol enardecido y la versión confinada e impersonal. Pero si algo se empeñaron en demostrar los albiazules ayer fue precisamente que eso ya forma parte de un oscuro e inefable pasado.
Noticia Relacionada
Las gradas dejaron su huella desde el calentamiento. Recibieron con una sonora pitada al Real Madrid. Mendizorroza no iba a callar más. Los seguidores hicieron suyas las imprecisiones del rival, muy numerosas durante los primeros compases. Nadie sabe si, con el estadio hueco, Courtois hubiera estado tan desafortunado, o si el equipo de Ancelotti hubiera parecido tan accesible y humanizado en la primera mitad (la segunda fue otra historia). La hinchada necesitaba sentirse de nuevo protagonista. Y lo fue. Todo estaba permitido en el recuperado imaginario albiazul, harto de que sólo se le permitiera soñar a través de una caja cerrada que, por mucho que avance la tecnología, no deja de ser limitada ni entiende de pasiones.
La hinchada incluso se permitió soñar con el penalti transformado por Joselu tras el vendaval blanco, que dejó el partido casi sentenciado en cuestión de un cuarto de hora tras la reanudación. No se sabe muy bien cuánto había de fe por voltear o neutralizar el resultado, o de simplemente volver a rugir al cielo junto a un cómplice de asiento, por mucho que fuera un desconocido y estuviera unas sillas más allá.
Noticias Relacionadas
Iñigo Miñón Jon Aroca
Juan Carlos Berdonces
Iván Benito
Jon Aroca
A pesar de las mascarillas, de la obligación de permanecer sentados y de las butacas prohibidas, Mendizorroza recuperó al fin el sonido de la normalidad, incluso a pesar de echar en falta algunos decibelios. La entrada al campo, de hecho, tuvo algo de odisea entre las colas que se registraron desde las nueve, el pasaporte covid, el carné de identidad, el de socio, la declaración responsable de quienes no estaban vacunados...
Incluso el regreso a la peregrinación hacia el estadio había sido algo extraña. En pleno agosto, con la ciudad medio vacía y una ola de calor que hacía la calle un lugar incómodo, con el 80% de la hinchada lamentando su suerte... El aforo recortado también influyó en las cuadrillas que quedaban para comentar la alineación, el nivel del Madrid tras la marcha de Ramos al PSG y los últimos fichajes del verano, de los que sólo Manu García (y el repescado Lejeune) formaron parte del once inicial. Los aledaños del estadio tardaron algo en caldearse, pero terminaron por teñirse de albiazul a medida que el calor daba tregua y los socios con entrada lograban convencer a quienes se quedaron sin ella.
Noticias Relacionadas
Era inevitable que el ambiente tuviera un componente extraño por la todavía impuesta distancia, tan incompatible con el fútbol. Tampoco el resultado del estreno ayudó, por mucho que las vibraciones del primer tiempo dejaran un regusto de equipo prometedor. Pero, por encima de todos esos inconvenientes, resonaba en las mentes de los aficionados una sola frase: «La ilusión por volver puede con todo».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.