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El bloc del cartero

Buenos

Lorenzo Silva

Viernes, 01 de Marzo 2024, 11:22h

Tiempo de lectura: 8 min

Hay malos entre los buenos, y ya se ocupan los malos, además de las flaquezas de la condición humana, de que no deje de haberlos. Hay también bondad entre los malos, pese a las circunstancias y los intereses en contrario, porque la naturaleza de las personas es compleja y la humanidad no deja en ningún ámbito de reclamar sus derechos. Y, aun con todos estos grises, no hay duda de que en la codicia no hay nobleza alguna ni cabe desdeñar el sacrificio de la propia vida en el servicio a los demás. La muerte de dos guardias civiles a manos de unos maniacos del dinero fácil interpela a nuestra sociedad de manera inapelable. Quienes se muestran indiferentes al atropello que se lleva a los buenos, quienes desde el poder no los honran como merecen, y no digamos ya quienes se alegran, la oscurecen y deshumanizan.


LAS CARTAS DE LOS LECTORES

Las lágrimas no se pueden escribir 

No existe una pluma capaz de escribir el peso de unas palabras de impotencia, generadas por una realidad en la que la muerte de dos guardias civiles pueda concebirse como un accidente laboral. Ellos no entregaron su vida en el ejercicio de sus funciones; más bien se la arrebataron. Y es que un día como otro cualquiera te levantas, te despides de tu mujer y de tus hijos, te vas a trabajar… y no vuelves a casa. Y todo porque unos individuos han hecho todo lo posible para conseguirlo. Recuerdo que cuando me alisté como voluntario pensé que mi carrera como guardia civil sería mi cima. Deseaba ser un héroe, un caballero de honor; entregar la vida si preciso fuera, con mi uniforme desgastado, pero lleno de medallas. Ahora ya no quiero ser ningún héroe con medallas. Solo ser fiel a la promesa que hice un día, ir a mi trabajo y volver a mi casa, aun sabiendo que otros compañeros no volverán, y que el próximo puedo ser yo. Sé que las lágrimas no se pueden escribir; en cambio, espero que el minuto de silencio que se tarda en leer estas palabras sirvan como reconocimiento a esos valientes guardias civiles y de apoyo a sus familias.

José Miguel Esparrell Rodríguez. Torre Pacheco (Murcia)


El último compañero

El hijo de una amiga mía, policía, me contaba que un día él y otros compañeros acudieron al domicilio de un anciano al que sus vecinos llevaban muchos días sin ver entrar ni salir de casa. Tuvieron que forzar la puerta para entrar y encontraron al hombre, sentado en un sillón, muerto de días, y a sus pies, pegado a él, su perro, también muerto. El anciano moriría seguramente de un infarto, pero el perro, de inanición y, sobre todo, de tristeza. El hijo de mi amiga no puede olvidar esa imagen ni yo esta historia. Al final de la vida mucha gente se queda sola: enviuda, los hijos están lejos… Y los animales de compañía cumplen una función social de modo gratuito y con el cariño más sincero y fiel que pueda existir. Mírate en los ojos de tu perro y verás que daría hasta su vida por agradarte. ¡Cuántas tristezas lo son menos a su lado! ¡A cuántos ancianos no los 'saca a pasear' su fiel perro…  y cuántas viejillas no tienen un cariñoso gato a quien acariciar y cuidar, y que es el único que las espera en casa, tras la puerta, al volver de la compra! Me alegra ver esos perros sentados a la entrada de los comercios esperando a sus amos, y me alegra ver que cada vez son más los que comparten su vida con un animal de compañía, y los quieren y los respetan, porque tienen derecho a ello como tú lo tienes. Lo que no entiendo es que alguien los maltrate, abandone o mate, como ha pasado hace poco por Camino Bajo de Huétor, en Granada. Hace falta tener mal corazón y ser mala persona. En países desarrollados se acepta la capacidad terapéutica de los animales. En Canadá, Estados Unidos, en toda Escandinavia… forman parte de 'la plantilla' de algunos geriátricos, bien cuidados por un veterinario. Nosotros aún estamos lejos.

María González de la B. Granada


Cosas que no vemos

A mis 63 otoños, media vida disfrutada y próximo a una jubilación tan deseada, como muchos que ya peinan canas, y haciendo planes para afrontar la nueva etapa de la vida, todo o casi todo hilvanado y apuntado en la libreta de cosas pendientes en la vida que esperar ir tachando, que siempre se piensa «ahora no puedo, trabajo, tengo familia, en otra ocasión será…». Pues bien, llega un momento en que todo, absolutamente todo se desmorona por un devenir de la vida y deja de ser prioritario lo de la libreta de cosas pendientes y ahora se piensa en salir de alguna situación difícil y complicada como un cáncer. Dios ha querido que me dé cuenta de que en la vida hay cosas más importantes que todo aquello que ansiamos: viajar, tener un buen coche, una casa en la playa… Ahora me doy cuenta, después de varias sesiones de quimioterapia, que la belleza de la vida está en esas otras cosas que no vemos y son gratis. Un amanecer, una caricia, un beso, un abrazo, una flor, tantas y tantas cosas en la vida que dejamos pasar de largo y no les damos importancia. A todos aquellos que como en mi caso nos encontramos, decirles desde este humilde escrito que de esto se sale y que, cuando salgamos de esto, entonces sí que comenzaremos a vivir, a disfrutar de las pequeñas cosas. Más temprano que tarde, florecerá en nuestro interior otra forma de vida más plena.

Francisco José Inclán González. Alcantarilla (Murcia)


Hay música por todas partes

El panteísmo de Giordano Bruno acabó llevándole a la hoguera por desafiar a la Iglesia, al afirmar que no era preciso hacer nada para ir al cielo, puesto que la Tierra ya estaba en el cielo. Pese a esta certeza, hablando metafóricamente, podemos afirmar que, tras tanto esfuerzo humano y tanta sangre derramada a lo largo de los siglos, no logramos alcanzar la paz y las bondades de ese cielo que todos los mortales quisiéramos encontrar en este planeta. En la sociedad actual se disparan las depresiones y los suicidios, aumentan exponencialmente las separaciones de pareja y, entre los estertores de nuestra civilización, se expande en las redes la mayor plaga de pornografía conocida al alcance de menores, distorsionando y falsificando la realidad de un sexo sano y degenerando el concepto del amor. Hoy, el Werther de Goethe produciría la hilaridad de miles de jóvenes que, afectados por la dureza de la pornografía que frecuentan, están lejos de poder comprender el impulso vital del amor y la complicidad entre dos seres. Todos sabemos que la fuerza del amor es el poderoso vínculo que nos une y nos humaniza. Esta certeza ya la desarrollaron los griegos, como casi todo, pero seguimos a lo largo de los siglos perdidos en el laberinto de la convivencia. Debemos reflexionar y cambiar nuestros paradigmas, con una mirada alegre y limpia. En estos días invernales, bajo el paraguas, la lluvia sigue componiendo su melodía. Hay música por todas partes.

Rafael Blasco García. Pamplona


Ángeles

Yo, ingenuo de mí, sigo creyendo en los ángeles. ¡Vaya por Dios! Y haberlos, haylos. Si alguien lo pone en duda, sólo tiene que coger la carretera hacia Asturias. Pasando la gasolinera hay una salida a la derecha que indica, hospital Monte San Isidro. Allí es. Es un edificio grandón y viejín, con unas bonitas vistas. Lo conocimos el día 21 de diciembre, cuando tuvimos que ingresar a mamá con una infección de orina y un cuerpo desgastado por el amigo Párkinson. Habitación 203, al lado de Ernestina. Y empezaron a aparecer. Los ángeles, digo. Uno detrás de otro: habían tomado la apariencia de chicas de la limpieza, otros de auxiliares, algunos de enfermeras y también los había que eran médicos. Había tantos que aquello parecía el cielo. De la 203, pasamos a la 216. Allí nos encontramos con otro ángel, Juan Carlos, estaba cuidando a Adelina. Se fueron a Laguna a seguir haciendo vida. Y llegó Faustina con sus hijas, que fueron las últimas. Y los ángeles seguían cambiando vías, aunque ya casi no había venas, y limpiando culetes y cambiando de postura y haciendo análisis, y trayendo la comida y pasando la fregona, y, y, y... Todo ello con toda la delicadeza del mundo, con voces que acariciaban, con manos tiernas que evitaban el dolor, con el efecto sanador de la sonrisa. Entre tanto ángel, mamá se fue al cielo después de 54 días ingresada en San Isidro primero, y en San Juan de Dios la última semana. Allí está como una reina con Ernestina y Faustina, disfrutando de las vistas y cuidando de nosotros. Gracias, gracias y más gracias a todo el personal del Monte San Isidro. En los ratos de cansancio y desilusión (que seguro que los habrá) leed esta carta. Seguro que hay mucha gente que ha empezado a creer en los ángeles después de pasar por ahí.

José Enrique Blanco Carrión. León


LA CARTA DE LA SEMANA

BUENOS Y MALOS

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+ ¿Por qué la he premiado?

Porque cuando las referencias se pierden conviene no tardar mucho en recobrarlas.

Hace mucho, un niño, en un pequeño pueblo, escuchaba a su familia hablar en voz baja de buenos y malos. «Las paredes oían». Miedos, odios, hambres. Habían sufrido una incivil guerra y las consecuencias de una guerra mundial. Si las palabras se encendían por el recuerdo de los muertos, mi madre silenciaba las disputas: «Los muertos no son buenos ni malos. Son muertos que viven en nuestra memoria. El tiempo dará y quitará razones», decía. Y crecimos entre unas leyes que dictatorialmente decían quiénes eran buenos y quiénes no. Aquel niño y muchos otros millones lloramos de alegría al volver la democracia. Acordamos y legislamos: que los buenos eran quienes acordaban leyes, no los que no las querían; eran los policías, no los delincuentes; los médicos, no los pacientes que los agredían; los jueces que aplicaban las leyes, no quienes las incumplían. Aquel niño, hoy ya abuelo, llora la muerte de Miguel Ángel y David. Dos guardias civiles. Ellos eran y deben ser los buenos en el recuerdo. Y sé yo, mamá, que no todos los buenos son buenos ni todos los malos, malos. Pero eso, mamá, confiamos, ahora, que deben decidirlo los jueces.

Juan de Dios Molina Suárez. Almuñécar

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