Viernes, 09 de Febrero 2024, 09:50h
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Contiene nuestra carta de esta semana un ejercicio de memoria. Sin otro adjetivo que el que a ese sustantivo más conviene: personal. La memoria es siempre ejercicio del individuo, aunque pueda estar en sintonía con otros. Nunca es fidedigna, y menos aún exacta. Lo que recordamos lo recreamos, aunque no queramos hacerlo. Si hay o puede haber tal cosa como una memoria colectiva, solo puede surgir como mosaico hecho a partir de las teselas de las memorias individuales. Unas y otras se iluminan, se compensan y se perfilan recíprocamente. Por eso, y sobre todo cuando la memoria incluye el dolor, es tan importante zafarse de las abstracciones y de las militancias, que minimizan unos excesos y subrayan otros. Más memoria de las personas, con su verdad y su experiencia; menos memorias a la medida tortuosa del poder.
LAS CARTAS DE LOS LECTORES
Me temo lo peor
Asombrada, hundida en la desesperanza me ha dejado el artículo sobre productos tóxicos publicado en el XLSemanal n.º 1891. Habla de la comercialización de sustancias químicas de síntesis, presentándolas como tóxicos causantes de males sin número. Recuerdo que las sustancias naturales también pueden tener efectos muy adversos. He trabajado en el campo alimentario y medioambiental y he visto descripción de sustancias con sus propiedades cuando son conocidas, y están en revisión continua para su actualización a los nuevos conocimientos, ya que ninguna se descubre con el prospecto para su uso y contraindicaciones. Ni es posible evitarlas todas. Habría que montar una campaña de educación a los ciudadanos para que fueran más austeros en sus demandas, porque no solo las industrias inventan necesidades, también el ciudadano exige prestaciones no naturales en los productos, y la industria trata de cumplirlas. Cuando ejercía en el campo alimentario, por allá en los años ochenta, ya se hablaba de bisfenol A, ftalatos, policíclicos aromáticos, contaminantes emergentes..., y me gustaba preguntar a los alarmistas qué preferían: ¿morir de hambre o lentamente intoxicados? En el primer caso, en 60 días se acaba el sufrimiento; y en el segundo pueden llegar a los 80, a los 90, incluso a los 100 años. La vida media a principios del siglo XX era de 40 años; en los cincuenta aún se pasaba hambre. Ahora la vida media, aquí, en España, está por encima de los 80. Vivir es un riesgo y convivimos con él hasta la muerte, nuestro último destino, incluso rodeados de toxicidad, como afirma el artículo.
M. Carmen Saldaña Magdaleno. Madrid
Sexo a ciegas
Vivimos tiempos contradictorios de tolerancia y control, de guerra y paz, de información e ignorancia, de seguridad y riesgo. Los jóvenes españoles de 20 a 32 años –los mejor preparados– tienen relaciones sexuales abiertas, sin pensar en las consecuencias para la salud propia y ajena. Se arriesgan a sabiendas de que se ponen en peligro de contraer enfermedades de transmisión sexual (han aumentado un 36 por ciento). Viven la sexualidad como un reto peligroso que los excita y motiva, y, también, que los muestra más atrevidos y valientes que sus compañeros. Ya no les resulta, al parecer, suficiente con el placer propio del sexo y el juego erótico: necesitan transitar otros riesgos para quedar satisfechos en sus encuentros. Muchas veces, a causa del alcohol y las drogas,
ni siquiera son conscientes de esas experiencias, pero las han normalizado en sus vidas, a pesar de sufrir sus funestas consecuencias. Algo está fallando en las relaciones de nuestros jóvenes cuando necesitan recurrir a la ceguera cognitiva en sus encuentros íntimos.
Víctor Calvo Luna. Valencia
Un faro que se apaga
Los vecinos del Faro de Cullera, Valencia, estamos de luto por nuestra montaña. Apenas quedaba una parcela sin edificar frente a la cala del Dosel cuya belleza todavía atraía barcos a sus aguas y el ayuntamiento, paladín del turismo sostenible, ha decidido respaldar a cierta promotora para construir un hotel boutique de lujo a escasos veinte metros del mar, rematando el pulmón verde del cabo… Y de pequeño no tiene nada. El anuncio aconteció hace escasos días en Fitur, evento de reyes, para que los medios se hicieran eco, especulando hasta con la fecha de apertura. El pescado vendido. Llevábamos cuarenta años temiéndonos este momento. Nos decíamos que la servidumbre de protección que ocupaba un cuarto de dicha parcela demostraría su especial amparo, que la Limonium Dufourii en peligro de extinción y endémica en aquella zona tendría más arraigo que todas las grúas y excavadoras, que el cúmulo de promesas ecologistas de nuestros alcaldes acabaría materializándose. Ahora intentan tildar de 'lujo holístico' a esa nueva pantalla arquitectónica, pero sus antenas, cableados y vertidos no se irán en el maletero de los huéspedes cuando regresen a sus hogares sin haber dejado un céntimo en el pueblo, encerrados en ese spa prefabricado cuyo orgullo será apropiarse de una vista que era de todos. Callamos cuando Cullera se volvió un Benidorm a pequeña escala y pagaremos nuestra ingenuidad en un último estremecimiento, pues parece tarde para gritar que los focos de este hotel terminarán de opacar la luz del faro… Lo único que oyen es el tintineo de sus bolsillos.
Angélica Yuste Mascarós. Faro de Cullera. Cullera. Valencia
Me bajo de este bus
Soy una usuaria ocasional de transporte público y, aunque prefiero viajar en tren, he utilizado el autobús en varias ocasiones durante los últimos meses. Ya anteriormente me había llamado la atención que, aunque algunos autobuses (sí, sólo algunos, lo que también me sorprende) disponen de cinturón de seguridad, no he visto nunca a nadie utilizarlo. Pero mi estupefacción se incrementó más cuando en uno de esos viajes tuve que viajar de pie, en unas circunstancias bastante penosas. Los autobuses a los que me refiero hacen trayectos interurbanos, concretamente hablo de los que hacen el recorrido Gernika-Bilbao, y parte de su recorrido lo hacen por la autopista, alcanzando velocidades considerables. Y cuando he viajado no he podido dejar de preguntarme qué es lo que podría ocurrir si el conductor se viera en la circunstancia de tener que dar un frenazo, y me he imaginado a todos volando por los aires. Dando por sentado que se cumple la normativa —porque si no estaríamos hablando de algo mucho más serio, si cabe, tanto en lo que se refiere a la existencia de los cinturones como a los viajeros que van de pie—, lo que me cuestiono es la propia normativa, que, desde mi punto de vista, si acepta estas circunstancias, es una normativa tercermundista. ¿Queremos de verdad promover la utilización del transporte público? Porque en estas condiciones, al menos yo, me bajo de este bus.
Amaia Etxeberria. Correo electrónico
LA CARTA DE LA SEMANA
NORMALIZAR LO ANORMAL
Suena el despertador y me levanto, me aseo, me despido de mi esposa y doy un beso a mi hijo aún dormido. Salgo y no cojo el ascensor, bajo por las escaleras a oscuras. En el portal, abro la puerta, miro a un lado y a otro de la calle; nada extraño. Me dirijo a coger el coche, aparcado a dos calles de casa. Antes de llegar, miro hacia atrás con disimulo varias veces. Miro los bajos del coche. Nada. Abro la puerta y miro debajo del asiento, nada raro tampoco; me siento y arranco. Llego al trabajo. Todo se desarrolla con normalidad y vuelvo a casa. Por la tarde, voy con mi mujer y mi hijo al parque. Al entrar, miro antes por si veo algo o a alguien que me llame la atención; nada. Mi esposa juega con mi hijo; los miro a cierta distancia. Al día siguiente no me toca trabajar y vamos a tomar algo a un bar. Busco la mesa más apartada y me siento con la espalda pegada a la pared, mirando hacia la entrada para ver a quienes entran. Así un día y otro, año a año. Mi esposa acabó con una enorme depresión y tratamiento de por vida. Empecé a trabajar en 1981. Tuve suerte, no me mataron. Soy policía nacional jubilado.
Juan José Mestanza García. Alhaurín de la Torre (Málaga)
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