Antes de abandonar algo, conviene estar seguro de que no vas a echarlo de menos. Viene esto a cuento de los dos asuntos que esta semana plantean los lectores. De un lado, la España rural, su modo de vida y sus fuentes de riqueza, la
agricultura y la ganadería, que nuestra sociedad decidió hace tiempo postergar en beneficio de otros afanes y prioridades. Ahora nuestro campo agoniza y antes de morir del todo se revuelve contra un estado de cosas que lo redujo a instrumento de los intereses de otros y pagano de la prosperidad ajena. De otro lado, la pérdida de la autoridad y del imperio de la ley en la zona del Estrecho, que les ha costado la vida a dos servidores públicos mientras afrontaban su deber con medios insuficientes. Si el Estado abandona su lugar, vienen otros a rellenarlo. Del peor modo posible.
Nuestros pueblos no se han vaciado solos, los hemos vaciado entre todos. Queda una generación trabajando el campo, como héroes con todo en contra. Sus jóvenes se han marchado a la ciudad, pocos quieren trabajar allí. Prefieren estar de botellón. Lo que sí hay en los pueblos es mucha depresión entre los viejecitos por la soledad, sobre todo en invierno: ni un alma en la calle. También hay poco trabajo, una ambulancia, un panadero, un médico y un párroco para compartir entre varios pueblos; además de un hospital saturado para toda la provincia... y ¿aún nos sorprendemos? Muchas localidades se van quedando para ir en época de fiestas. Pero no hay quien tire un surco. Por desgracia, muchos pueblos desaparecerán, pero no olvidemos que en verdad los hemos dejado morir.
Luis Maroto Rivero. Correo electrónico
Las reivindicaciones del campo se están haciendo evidentes y por fin se habla de agricultura en televisión. Esperemos que se los tenga tan en cuenta como a los nacionalistas catalanes que han puesto al presidente de este país en el cargo. Indigna lo que algunos contertulios opinan sin conocer los problemas del sector que llevan arruinando gobierno tras gobierno. Estoy harto de ignorantes y es respetable lo que es respetable; la incompetencia no merece salir en televisión. A aquellos que, políticamente correctos, hablan de subvenciones pro-cedentes de Europa les diré que ningún agricultor quiere subvenciones. Solo trabajar la tierra y que los precios de sus productos suban a la par que el nivel de vida desde que España entró en Europa. Es fácil echar cuentas: las subvenciones agrarias son un mecanismo de control del sector. Si no te pliegas a lo que ellos desean (no quemar rastrojo, no usar tal o cual fitosanitario, no sembrar tal o cual producto), no te con-ceden la subvención. Fácil, ¿no? Pues así es.
Fernando Villar Carretero. Valladolid
Las imágenes de la narcolancha arrollando la frágil embarcación de la Guardia Civil que causó la muerte de dos agentes nos interpelan: los narcos poseen mejores medios que nuestros agentes. Debería sonrojarnos. ¿Cómo es posible que quienes luchan contra la droga salgan a jugarse la vida a pecho descubierto? Esta fatalidad era evitable. No valen las declaraciones grandi-locuentes a toro pasado; las indemnizaciones a las viudas; la concesión de una medalla roja, pensionada, a título póstumo; no queremos mártires. Este suceso nos recuerda que evitar que la droga conviva con nosotros supone un peaje carísimo. Cómo es posible que los presupuestos no pertrechen a quienes nos protegen. Estamos en deuda con ellos, dos héroes que no querían serlo. David Pérez y Miguel Ángel González, guardias civiles, in memoriam.
Francisco Javier Sáenz Martínez. Lasarte-Oria (Guipúzcoa)
Reconocer en sede parlamentaria, y sin un ápice de humanidad, que no se trasladó a centros sanitarios a más de siete mil ancianos de residencias públicas porque se iban a morir igual, es algo que supera todas las expectativas de la barbarie. No sentir la menor empatía hacia los familiares de esas personas que a veces se nos olvida que son eso, personas y no números de una lista, es algo que escapa a mi entendimiento, por muy dueña del cotarro que te creas, por muy segura que estés de que el populacho ese que desprecias sin piedad salvo para pedirles el voto daría lo que fuera por defenderte. Que un político tome una decisión así es algo demasiado grave como para dejar que el sumidero de la historia se lo trague sin más. Algunos siguen sin entender que el problema no es morir a todos nos va a tocar, incluso a los petulantes gobernantes, sino cómo se muere. No es lo mismo hacerlo solo y asustado, ahogándote en tu propio terror, sin ningún cuidado paliativo, que morir en una UCI sabiendo que alguien preparado para ello nuestros sanitarios siguen siendo de los mejores del mundo, aunque algunas sátrapas se encarguen de ensuciar su trabajo a diario está haciendo todo lo posible para intentar salvarte la vida. Se llama dignidad.
Eduardo Fernán-López. Villalpando (Zamora)
Estábamos acostumbrados a que la gala de los premios Goya fuera un campo de batalla ideológico, emponzoñado por política de la peor especie, lo que alejaba a muchos espectadores tanto del evento en sí como del cine español. Pero resulta que este año ha ganado una película positiva, en la cual se habla de entenderse, de ayudarse, de superar barreras e incomprensiones, de hacer equipo. En La sociedad de la nieve la única opción posible de supervivencia pasaba por la unidad y la vuelta a lo esencial. Constituye una trascendental metáfora para nuestro tiempo, tan cerca de la deshumanización y la autodestrucción. Resulta un excelente antídoto contra la violencia y la polarización que padecemos en nuestra sociedad. Una lección de humanidad, feliz en su refutación de la desesperanza, rotunda en su rechazo al individualismo. El sentido positivo de la película de Bayona ha conseguido reconciliar a una parte del público español con su cine. Este largometraje exhibe el paradigma de una cultura que une, que no se instala en la trinchera, que no se usa como arma política. Y, en concreto, es un ejemplo de cómo el cine, cuando se lo propone, puede superar barreras ideológicas, geográficas o culturales.
Antonio Aranaz Castellanos. Santander
En relación con la petición de evacuación por Netanyahu, ante la programada razia de la invasión por su ejército de la acorralada Rafah en la Franja de Gaza, la zona más poblada y hacinada del mundo en la actualidad (1,5 millones de personas), el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, uno de los contados políticos que mantiene una actitud digna y honesta en su crítica a Israel, con ironía y estupor se pregunta: «¿A dónde evacuarlos?, ¿a la Luna?». Me imagino que si es allá, será a su cara oculta, para obviar así la presencia de la población palestina en las noches de luna llena, no sea que les escueza la conciencia a los Gobiernos de Occidente, si aún les queda vergüenza.
Francisco José Eguibar Padrón. Madrid
LA CARTA DE LA SEMANA
En mi pueblo, Olivares, había tres hornos de un pan inigualable. En los secanos había trigales y en la vega, maizales. Y en los corrales, conejos y gallinas. También niños en las calles jugando. Ahora, ya ha cerrado la última panadería. El sabor único de las tortas de Natalio ya es solo un recuerdo. Cuando yo era joven, en Alhama de Granada había cinco vaquerías. En sus campos crecían los pastos para alimentarlas. Hace unos meses cerró la vaquería de José Luis Morales. La última allí. Y en sus escuelas hay menos niños. En la Almuñécar de antes había tomates y cañas de azúcar en sus vegas. Y una fábrica para obtener los productos de sus melazas. Hoy, las cañas ya no existen y los tomates que comemos son de los invernaderos de Almería. Hay, además, chirimoyos, mangos y aguacates. Más riqueza. Y menos niños en los parques y las playas. En el nombre de términos como 'globalización' y 'productividad', los poderes del dinero deciden qué se siembra, dónde se crían los animales, y los medios y formas de transportarlos. Y nosotros pagamos, y mucho, por lo que comemos. Más dependencia de mercados. Menos libertades para elegir.
Juan de Dios Molina Suárez. Almuñécar
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