En esta última entrega sobre el impacto de Napoleón en la vida de Vitoria -ahora que acaban de cumplirse los 200 años de la muerte del tirano francés-, nos fijamos en la vida de Mª Amalia, VII Marquesa de Montehermoso, que parece ser un remanso ... de paz y serenidad en contraste con la agitada vida de sus padres, los VI Marqueses de Montehermoso. Cuando se habla de Amalita (así la llamaban) se adentra en un territorio de ensueño donde la candorosa imagen proyectada por Goya se prolonga de forma indefinida.
La primera noticia que se tiene de ella es el día de su nacimiento, 5 de agosto de 1801, y el de su bautizo al día siguiente en la iglesia de San Vicente de Vitoria. A partir de este momento será testigo silencioso ante los múltiples acontecimientos venideros. El primero de ellos ocurre en 1808 y lo protagoniza José Bonaparte instalado en Vitoria en el palacio de sus padres. La incontinencia sexual del rey le lleva a ofrecer a la bella criada de los marqueses 200 napoleones por pasar una hora en su compañía (cantidad importante como para poder comprarse una pequeña casa en la ciudad). Esta oferta la realiza el ayudante de cámara estando presentes la marquesa y su hija Amalia que tenía ya 7 años.
A partir de este momento la sucesión de eventos fue vertiginosa. A los miles de soldados que diariamente desfilaban frente al palacio y a la explosiva visita protagonizada por Napoleón, se añadieron los descontrolados amores mostrados por el rey José hacia su madre.
No tenemos claro si la niña era consciente de todo lo que se estaba cociendo en su entorno, pero sí de sufrir las consecuencias que de ello se derivaron. Estas consecuencias le llevaron a trasladarse a Madrid para iniciar una nueva vida donde su madre, como amante del rey, se convirtió en primera dama de la corte y su padre, en un colaborador directo del monarca.
Una vez en la capital se instalan en el palacio Masserano (hoy Gran Vía). En este lugar convivirán con la mujer e hijos del General Hugo entre 1811 y 1812. El más pequeño de los hijos, Víctor, fue el compañero de juegos de Amalia. Bajaban al patio donde había una fuente con juegos de agua y cascadas; corrían, se perseguían, se hacían la guerra, celebraban la paz, y «el colmo de la satisfacción era tirarse a la cara el agua de la fuente». De las horas que pasaron juntos dejará huella en sus escritos al describirla como «la pequeña española, con ojos grandes, piel morena, labios rojos y mejillas sonrosadas». También escribió una larga poesía contando aquellos juegos y tardes pasadas en el palacio. En las conversaciones habidas entre Víctor y 'Pepa' (así solía llamarla) repasaron el panorama de la ciudad de Vitoria que más tarde dará lugar a las comparaciones con las edificaciones góticas de Nuremberg y a destacar las diferentes torres de la ciudad.
El hecho más internacional ocurrido en la vida de Amalia fue el retrato de cuerpo entero realizado por Goya titulado 'La Marquesa de Montehermoso'. Se trata de una obra que trasciende las fronteras y adquiere una dimensión universal. Actualmente forma parte de una colección particular ubicada en Chicago. Lo primero que llama la atención de su figura es el rostro. Es reconocido como «uno de los más bellos ejemplares de retrato infantil» del pintor aragonés. Refleja el semblante de una niña que muestra fuerte carácter pero que también transmite serenidad. El ruido de su entorno no llega a perturbarle y, a la vez que muestra el ramo de azucenas, su mirada te interpela.
Pierde a su padre
En este cuadro Goya está haciendo hablar a una niña-adulta que se encuentra en una encrucijada difícil de digerir. Amalita tiene en estos momentos 10 años y acaba de perder a su padre en París. Había acudido, acompañando al rey José al bautizo del hijo de Napoleón, pero no llegó a presenciar la ceremonia celebrada el 2 de junio de 1811 en Notre Dame. Es el momento en el que el Goya, amigo de la familia, plasma el título de 'marquesa' en el lienzo. Posiblemente esté insinuando a la madre que con la muerte de su esposo el título ha pasado a la hija o, tal vez, sugiere que ha comenzado el litigio con su suegra que planea quitarle la patria potestad. El hecho es que Amalia se encuentra a medio camino entre su abuela y su madre, situada ésta en el lado perdedor.
En el cuadro aparece el enigmático detalle de las azucenas que con su blancura insinúan la pureza. Goya no sólo las coloca en el cuadro, sino que las muestra explícitamente para que se entienda bien su significado, la niña es bella tanto en su exterior como en su interior. Sus ojos penetrantes parecen decir al espectador que no tiene derecho a juzgarla.
Este cuadro viajará hasta Carresse (Francia) y sufrirá el mismo destierro que su dueña, ya que Fernando VII fue implacable con los afrancesados. Un problema de liquidez obligó a desprenderse del mismo. Godoy lo adquirió por la astronómica suma de 300.000 francos, que según Alexis Ichas sirvieron para solventar un problema jurídico derivado de su segundo matrimonio.
Mayoría de edad
Tras la batalla de Vitoria (21 de junio de 1813), Amalia y su madre tomaron caminos distintos obligadas por las circunstancias. María Pilar Acedo retoma en Francia el título de soltera, Condesa de Echauz, y Amalia se queda en Vitoria bajo la tutela de su abuela con el título de Marquesa de Montehermoso.
A los 16 años Amalita consigue la mayoría de edad, es decir, se desprende de la tutela de su abuela al casarse por poderes el 1 de noviembre de 1817 con el general José María de Ezpeleta y Enrile, Conde de Ezpeleta, de 30 años nacido en La Habana. La ceremonia fue en la iglesia de San Vicente de Vitoria. Amalia libre ya de la tutela de su abuela, por ser una mujer casada, retoma la relación madre e hija que ya no se volverá a alterar. Pasó largas temporadas en Carresse con su esposo junto a su madre y su padrastro. Tuvo dos hijos, José María Ortuño de Ezpeleta y Aguirre y María del Pilar de Ezpeleta y Aguirre.
Muere en Carresse el 29 de octubre de 1876 tras una vida serena y con ella termina el apellido Aguirre. Sus sucesores no tendrán nada que ver con Vitoria y sus bienes se fueron vendiendo poco a poco. El edificio más emblemático, el Palacio de Montehermoso, fue arrendado en 1862 como Palacio Episcopal y vendido en 1887. Fue el final triste de una importante saga con fuerte arraigo en la ciudad.