José Bonaparte, rey a la fuerza
Napoleón por Álava ·
La proclamación del hermano de Napoleón se produjo en Vitoria bajo la amenaza de fusilar a las autoridades que no accediesenjuanjo sánchez arreseigor
Lunes, 9 de agosto 2021, 03:34
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Napoleón por Álava ·
La proclamación del hermano de Napoleón se produjo en Vitoria bajo la amenaza de fusilar a las autoridades que no accediesenjuanjo sánchez arreseigor
Lunes, 9 de agosto 2021, 03:34
A lo largo de la historia, muchas naciones han impuesto gobiernos adictos a sus vecinos más débiles, pero rara vez se ha hecho de una forma tan descarada como cuando Napoleón Bonaparte intentó apoderarse de España en 1808. Sin embargo, la jugada ya se había ... realizado con completo éxito en otros países. José Bonaparte había sido designado rey de Nápoles, mientras que sus hermanos Luis y Jerónimo eran reyes de Holanda y de Westfalia. La resistencia popular había sido escasa o nula. Nadie pensaba que la población española fuese a resultar más problemática.
Tras forzar la abdicación de la familia real española en Bayona, Napoleón tropezó con algunos obstáculos para encontrar nuevo monarca, porque los candidatos ya habían descubierto que su imperial e imperioso hermano no les concedía autonomía alguna, ni siquiera en la administración interior de sus nuevos reinos. Luis se negó a dejar Holanda, Luciano nunca quiso saber nada del tema y José se encontraba muy a gusto en Nápoles. Pero, el 11 de mayo, Napoleón le escribió secamente: «Recibiréis esta carta el 19, partiréis el 20, llegando aquí el 1 de junio... guardad el más absoluto secreto».
José entró en España el 9 de julio de 1808, pasando la noche en San Sebastián, donde la gente se mostró fría y hostil, hablando abiertamente de matarle o secuestrarle para liberar a Fernando VII. Camino de Vitoria, José hizo parada en Tolosa, donde «la recepción ha sido tan fría como en San Sebastián y sus habitantes no ocultan sus simpatías por los insurrectos de Zaragoza», según cuenta el chambelán Tournon.
El 11 de julio, los franceses habían reunido en Vitoria a las Juntas de la provincia para proclamar monarca a José, pero ninguno de los junteros parecía estar por la labor. El marqués de Montehermoso, destacado colaboracionista, les advirtió de que si se negaban peligraría su seguridad personal. No eran palabras vanas porque la sala estaba rodeada por las tropas francesas del general Merlín. Los junteros enviaron a Miguel Ricardo de Álava hacia Vergara para entrevistarse con José. Solicitaban un aplazamiento, alegando que Madrid era la capital y por lo tanto tenía preferencia para proclamar a un nuevo monarca. Aunque el argumento poseía un sólido fundamento, no dejaba de ser una clara evasiva, pero José, deseoso de entrar con suavidad en su nuevo reino, aceptó su petición.
Sin embargo, el impetuoso general Merlín había perdido la paciencia y el mismo día 11 había forzado una nueva reunión de la Junta de Álava. Como los junteros no querían reunirse, las tropas francesas los cazaron uno a uno por toda la ciudad -tan solo cuatro o cinco lograron escabullirse- y los forzaron a reunirse en la Plaza Mayor de Vitoria bajo amenaza de pasarles a todos por las armas si no proclamaban a José. Y así fue proclamado José Bonaparte rey de España y de las Indias, a punta de bayoneta, ante los ojos atónitos de la multitud.
El rey intruso llegó a Vitoria el día 12, alojándose en el palacio de los marqueses de Montehermoso. La gente no salió a recibirle. Solo las tropas francesas le rindieron honores. El día 13, José le escribió a su hermano: «He llegado a esta ciudad, donde fui proclamado ayer. El espíritu de los habitantes es muy contrario a todo esto. El hecho es que no hay un español que se me muestre adicto a excepción del corto número de personas que han asistido a la Junta (de Bayona) y que viajan conmigo».
La brutalidad de Merlín no le consiguió a José ni un solo partidario sincero. Al contrario, le granjeó activos enemigos. Miguel Ricardo de Álava había sido diputado en Bayona y parecía dispuesto a adherirse pasivamente al nuevo régimen, pero tras los sucesos de Vitoria optó por unirse a los patriotas. El estado josefista comenzaba a desmoronarse antes incluso de su inauguración formal. El 14 de julio, José partió para Madrid, llegando el 20. Y vuelve a escribir: «El estado de Madrid sigue siendo el mismo. Se habla públicamente de mi asesinato».
Sin embargo, José, aun dándose cuenta de la situación, mantenía cierto optimismo y decía «que el pueblo estaba en un error, del que con sus beneficios le sacaría». Pero Napoleón no le concedió ninguna autoridad efectiva, de manera que los generales pudieron saquear el país a voluntad y encorajinar a la gente con desmesuradas represalias. Casi podemos sentir cierta simpatía por el pobre José. ¡Con lo tranquilo que estaba él en Nápoles!
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