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Taller de fresado de la fábrica Anduiza en 1920. Archivo Foral de Bizkaia
Los jóvenes plateros alemanes que murieron tiroteados en Bilbao
Tiempo de historias

Los jóvenes plateros alemanes que murieron tiroteados en Bilbao

Se cumple un siglo del atentado que costó la vida a dos operarios extranjeros de la fábrica Anduiza, en La Casilla, y a un ferroviario aragonés que se cruzó casualmente con los asesinos

Jueves, 9 de diciembre 2021, 00:31

Tenemos cierta tendencia a imaginarnos el Bilbao del pasado como una ciudad pacífica, menos agitada que la que nos ha tocado vivir, pero esa apreciación es errónea hasta el disparate: hace un siglo, la capital vizcaína era un entorno muy violento, en el que salían a relucir las pistolas por los motivos más triviales. Las broncas de bar degeneraban a menudo en enfrentamientos a tiros, sobre un telón de fondo en el que se recrudecían las tensiones políticas y laborales hasta provocar frecuentes derramamientos de sangre. Era un tiempo de polarización ideológica y de conflictos desbordados en los que a veces terciaba el pistolerismo.

Uno de los casos que más impresionaron a la sociedad de la época fue el atentado contra los obreros alemanes de la fábrica Anduiza, que se cometió hace ahora un siglo justo, el 9 de diciembre de 1921. Antes de pasar a los hechos, conviene ponerse en situación. La fábrica de Anduiza era uno de los negocios de platería y joyería industrial más reputados en todo el país. Había comenzado a operar a finales del siglo XIX, en sus dependencias de la calle Correo, pero posteriormente dejó allí solo la tienda y trasladó el obrador a La Casilla, además de abrir sucursales en Madrid, Barcelona y Zaragoza. «La pujanza económica bilbaína trajo consigo el desarrollo de industrias dedicadas a bienes de consumo de lujo, para dar respuesta a las necesidades de la aristocracia y, sobre todo, a la cada vez más abundante burguesía con altos ingresos que habitaba la capital vizcaína», contextualiza el profesor Javier Nadal Iniesta en el estudio que ha dedicado a Anduiza. Entre los «trabajos primorosos» de la firma, tal como los describía la prensa, se incluían cuberterías, bandejas, servicios de café, objetos religiosos, espejos, relojes... Piezas destacadas fueron la corona y el cetro de la Virgen de Begoña, las medallas de la Exposición Hispano-Francesa de Zaragoza, el báculo del obispo de Vitoria, las mazas para el Ayuntamiento de Granada y las vajillas y cuberterías para barcos de la Armada y para el yate personal de Alfonso XIII, que visitó las instalaciones de la compañía a su paso por Bilbao.

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Pero, a partir de 1916, el ambiente de trabajo en la fábrica se enrareció y se volvió muy tenso. Aquel año, según recoge Nadal Iniesta, una huelga se enconó tanto que hizo falta la mediación del gobernador, pero aun así el conflicto laboral se alargó y recrudeció. La empresa recortó los salarios y, en octubre de 1921, llegó a cerrar por tiempo indefinido, pero los patrones la reabrieron un par de meses después con la plantilla reducida a varias pulidoras y un grupo de jóvenes plateros alemanes que llevaban año y medio trabajando en el negocio. Como era de esperar, esta decisión derivó en altercados y actos de violencia: los alemanes, esquiroles para el resto de los obreros, se veían acosados a la entrada y salida de la fábrica y hubo que establecer un dispositivo especial de vigilancia para protegerlos, con una pareja de guardias de Seguridad que controlaban los accesos a las instalaciones de La Casilla. La insuficiencia de este operativo policial se evidenció aquel 9 de diciembre, a eso de las seis de la tarde, cuando los ocho jóvenes alemanes acabaron la jornada y abandonaron el taller. Lo hicieron, según detallaba 'El Pueblo Vasco', «sigilosamente» y repartidos en dos grupos de cuatro, por prudencia ante lo que pudiese pasar.

No eran petardos

El primer grupo pudo retirarse sin problema por la calle Iparraguirre, pero el segundo tuvo menos suerte. «Oímos una serie de disparos que, en un principio, nos hizo creer si serían petarditos que los chiquillos suelen disparar al pasar los tranvías», relataría después uno de los guardias que vigilaban la entrada. Pero no se trataba de juegos infantiles: varias personas estaban aguardando a los alemanes en la confluencia de las calles Iparraguirre, Autonomía y 25 de Diciembre (la actual Marcelino Oreja) y abrieron fuego contra ellos. Tres de los plateros cayeron desplomados. Los agresores salieron huyendo y se toparon con el veterano guardia municipal Mariano Fajarnés, que charlaba en la plaza Echániz con un conocido suyo, un guardafrenos del tren de Santander llamado Macario Pérez. «¡Han sido disparos!», acababa de exclamar el ferroviario. El policía echó mano al revólver y le respondieron con una lluvia de balas que alcanzó al desventurado Macario. Los testigos calcularon que los autores del atentado (que, al parecer, estaban también repartidos en dos grupos, uno encargado del ataque y el otro, de cubrir la fuga) dispararon entre veinte y treinta tiros antes de esfumarse del lugar. Una bala perdida atravesó la ventana de un cuarto piso de la calle Autonomía, domicilio de un conductor de tranvías, y «milagrosamente» no alcanzó a su esposa.

La esquela de Buhl y Ziller publicada en la prensa bilbaína.

Los alemanes fueron evacuados al Hospital de Basurto en tranvía, mientras que al ferroviario lo subieron a un automóvil particular que pasaba por la zona. Al final, se registraron tres víctimas mortales: Joseph Buhl, de 24 años, originario de Wurtenberg y de oficio tallador, recibió dos tiros en la cabeza; el joyero Otto Ziller, de la misma edad y procedencia, un balazo en la cabeza y otro en el hombro, y Macario Pérez, de 47 años, natural de Purujosa (Zaragoza) y residente en el número 7 de Zugastinovia, había recibido el impacto en la región cervical y acabó con el proyectil alojado en la laringe. Otro alemán, Alois Ilfill, resultó herido en una pierna. El reportero de 'El Noticiero Bilbaíno' habló con doña Martina Munguía, que había hospedado a algunos de los extranjeros en su pensión de la Plaza de la República de Abando, actual Casilla: «Don José, como le llamábamos todos en casa, era una persona tan bondadosa, tan trabajadora y tan honrada que se hacía querer por cuantos lo trataban», elogió al fallecido Joseph, que posteriormente se había trasladado a una habitación en la taberna de La Blanca, en Autonomía. «Todos ellos son excelentes personas», añadía la casera. Las propias informaciones de prensa reflejaban en sus planteamientos la carga ideológica del atentado: mientras que 'El Pueblo Vasco' hablaba de «una taifa de falsos redentores» que habían atacado a «cuatro hermanos suyos en trabajo y en aspiraciones» y otras cabeceras utilizaban el término «terrorismo», 'El Socialista' presentaba lo ocurrido como una «colisión» entre huelguistas y esquiroles.

La mayor amargura

Los alemanes supervivientes abandonaron Bilbao días después, en un tren que partió de la estación de Atxuri. El Centro Industrial les entregó 500 pesetas a modo de ayuda, además de donar 250 a cada familia de las tres víctimas mortales. Buhl y Ziller recibieron sepultura en el cementerio de Vista Alegre, con asistencia del cónsul de su país y una nutrida representación de compatriotas, mientras que Pérez fue enterrado en Elejabarri, en lo que 'El Pueblo Vasco' describió como «una imponente manifestación de duelo y de protesta». Los cuerpos de Vigilancia y Seguridad enviaron varias parejas a la fábrica Anduiza para proteger a las pulidoras que seguían acudiendo a trabajar. Y el gobernador civil, a quien sorprendieron los hechos durante un viaje a Asturias, se declaró «poseído de la mayor amargura» y no ocultó su enfado durante las conversaciones con los periodistas: «Si yo estoy aquí, el atentado no se realiza, porque creo que los agentes y guardias encargados de vigilar a esos pobres alemanes hubieran cumplido mejor con su deber. Cuatro agentes y dos guardias para vigilar a ocho alemanes me parece que bastan para evitar el atentado», clamó Fernando González Regueral, que anunció que se mostraría «inexorable» con los agentes si comprobaba que habían incurrido en dejación de sus obligaciones.

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Los encargados del caso interrogaron y arrestaron a varios 'sospechosos habituales' de los círculos comunistas y anarquistas. Eran gente como Darío Ibarlucea, que pudo demostrar que el día de los hechos había pasado toda la tarde repartiendo octavillas, o Jesús López Casillas, que había sido obrero de Anduiza y se había significado entre los huelguistas por su actitud exaltada (resultó que tenía coartada por haber estado acompañando como mozo a un viajante de mangos de paraguas), o Leopoldo Villar Villamor, riojano de San Vicente de la Sonsierra y también trabajador del taller, que ya había pasado por la cárcel tras acosar a los alemanes y había sido desterrado temporalmente a Navarra. Pero, al cabo de unos cuantos días, ya no quedaba ningún detenido y se impuso entre los investigadores la convicción de que el atentado había sido obra de pistoleros llegados de fuera, incluso se llegó a hablar de apoyos desde el extranjero. «Procedentes de alguna capital española, es posible que llegaran a esta villa seis individuos en la semana anterior al crimen», apuntaba 'El Noticiero', que también hacía constar la alta probabilidad de que se hubiesen marchado en automóvil hacia Francia inmediatamente después del tiroteo. De nuevo, el gobernador Regueral (que, a su vez, moriría en atentado en 1923 en su León natal, al parecer a manos de anarquistas) hizo unas declaraciones desencantadas a los medios, que sonaban a cierre del caso: «Es lamentable –y yo, cumpliendo con lo que estimo un deber, se lo haré presente al Gobierno– que para una población como Bilbao no haya más que 39 agentes. Impongamos la jornada de ocho horas, que está ya establecida en todos los trabajos, y nos encontramos con que contamos para toda la vigilancia de una zona extensa como la de esta provincia con menos de 14 agentes (...). Cuenta Zamora con 28 agentes y los correspondientes comisarios, pero en Bizkaia no disponemos más que de 39... y mermados».

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