La avioneta que aterrizó de emergencia entre el tráfico de Bilbao
TIEMPO DE HISTORIAS ·
El 14 de diciembre de 1975, un aparato de publicidad aérea con el motor parado tuvo que tomar tierra en la 'Solución Norte'. «Fuimos muy afortunados de no matarnos», recuerda hoy el copiloto
Mariano Losada estaba con su mujer, Magdalena, en su piso de Artasamina cuando se escuchó un ruido extraño que procedía de la calle. Magdalena se asomó a ver qué pasaba y sorprendió a su marido con una explicación inesperada: «¡Es un avión!». La ventana daba ... a la Solución Norte, hoy Avenida Maurice Ravel, con las casas de Ciudad Jardín trepando por la ladera del otro lado de la autovía, así que nadie esperaba tráfico aéreo por allí, pero Magdalena tenía razón. «Sonó un ruido como de chapa arrastrándose y ahí estaba esa avioneta, boca abajo por la carretera», relata Mariano, que echó mano de su cámara y tomó desde su casa, en la planta catorce del edificio, las fotografías que ilustran este texto.
La avioneta, una Morane-Saulnier dedicada a la publicidad aérea, estaba ocupada por un piloto veterano (José Luis Merino, de 42 años, con dos décadas de experiencia y 1.200 horas de vuelo) y un copiloto muy joven (Eduardo Hernández, de 22 años, con 60 horas de vuelo contabilizadas y, en aquel momento, cumpliendo el servicio militar). Aquel 14 de diciembre de 1975 era domingo y la misión de los aviadores era sobrevolar Bilbao con un cartel publicitario de los almacenes de Martín Aldazábal, un conocido comercio de las Siete Calles. «La publicidad aérea buscaba las concentraciones de personas. En invierno, a falta de playas, el sitio donde se juntaba mucha gente era San Mamés. Y aquel día jugaban el Athletic y el Valencia. Ganó el Athletic 5-4», recuerda Eduardo, 46 años después del accidente que estuvo a punto de costarle la vida. Las avionetas hacían unas pasadas antes del partido, en el descanso y durante la salida, porque «mientras jugaban, no se podía molestar».
Pero minutos después de las cuatro de aquel domingo, después de media hora trazando círculos sobre el campo, la rutina se torció. A la avioneta se le paró el motor cuando sobrevolaba el barrio de Zurbaran a una altitud de unos 1.300 pies, más de 300 metros, y emprendió una caída en picado que amenazaba con impactar contra un bloque de viviendas. El cartel se había enganchado en una rueda y complicaba la tarea de nivelar el aparato. «Dijimos 'a la carretera, a la carretera', y hacia allí fuimos trampeando. Mi último recuerdo es volverme y decirle a José Luis: '¡Avión tuyo!'. Eso y pensar la que íbamos a preparar, ¡a ver qué le contábamos después a la gente de los coches!», relata el copiloto.
El 'Seat 133' y el 'Seat 127'
Su plan era aterrizar en la parte de la autovía que desciende hacia el Puente de La Salve, a favor del tráfico. Eduardo, de hecho, ya había localizado un 'Seat 133' blanco que circulaba con un hueco por delante y la intención era posarse allí, aprovechando que la avioneta era «poco más que un coche», si exceptuamos la envergadura de las alas, y que contaba con excelentes frenos. Pero, antes de que enfilasen la improvisada pista, el ala izquierda se partió al golpear una farola y la avioneta cayó sobre los carriles que van hacia Begoña. Se deslizó unos 150 metros en sentido contrario al tráfico, pero por fortuna solo rozó ligeramente un 'Seat 127' rojo. Su conductor, un camionero de Deusto llamado Alejandro Martín, contó después lo ocurrido a un reportero de EL CORREO: «Vi cómo la avioneta, que volaba muy baja, salía por entre dos casas. Pensé que se me venía encima, frené en seco y me metí en el carril de la derecha. Mi mujer y mi sobrino cerraron los ojos y se taparon la cabeza. Yo también me asusté mucho, pero no pude cerrarlos», decía Alejandro, que en el trayecto desde su barrio había visto la avioneta dando vueltas sobre San Mamés.
La avioneta quedó volcada sobre el carril exterior de la autovía. «Yo perdí el conocimiento durante unos segundos y desperté boca abajo. 'Estoy entero', me dije. Me toqué los brazos, la cara, y me di cuenta de que aquella la iba a contar. Jose estaba inconsciente, había golpeado con la sien el cristal del avión», detalla Eduardo, que tuvo que apearse para soltar el cinturón de su compañero, ya que los voluntarios que se habían acercado a ayudar trataban de sacarlo de la cabina sin haberlo liberado antes. Hoy, tantos años después, Eduardo se ríe al recordar un par de situaciones berlanguianas que se produjeron tras el accidente. «Vino a por nosotros una ambulancia que era un 'Simca 1200' familiar, ¡eran otros tiempos! Allí malamente cabía una camilla y a José Luis lo cargaron mal: dejaron los pies fuera, intentaron cerrar la puerta y le dieron una buena», explica. El otro giro un poco esperpéntico llegó en el hospital: «Fui a buscar al policía municipal que había allí para avisarle de que, a las diez de esa noche, tenía retreta en Gamarra, no fuese a ser que me declarasen prófugo». Con el dictador recién muerto y los coletazos de la Marcha Verde en el Sáhara, no era el mejor momento para que un recluta se buscase líos.
Eduardo Hernández sangraba de una oreja, pero quedó casi ileso, si exceptuamos una parálisis facial que le sobrevino días después del accidente y que le duró alrededor de un mes. José Luis Merino corrió peor suerte y se quedó hospitalizado, semiinconsciente a ratos y diciendo incoherencias, pero finalmente se recuperó. «El suyo fue un golpe malo y anduvo mucho tiempo tocado. Le costó recobrar la normalidad, pero volvió a volar, quizá con menos fruición que antes», comenta Eduardo. Precisamente, esa era una de sus principales preocupaciones durante su estancia en Basurto, donde concedió una entrevista a Javier Cortés, periodista de este diario: «Quiero seguir volando en cuanto me recupere. Para eso, lo único que hace falta es olvidar, hay que olvidar», decía José Luis en aquella conversación. La fatalidad quiso que el piloto, que había sobrevivido al impacto de la avioneta y también a un grave accidente de moto en su juventud, muriese años después arrollado por un coche cuando iba en bicicleta.
El encargado de entrevistar a Eduardo Hernández para 'La Gaceta del Norte' fue J.J. Benítez, con quien ha mantenido a raíz de aquello «una gran amistad», y otra de las periodistas que hablaron con él fue Mari Cruz Soriano, antes de hacerse tremendamente famosa en la televisión nacional. El joven copiloto no perdió el gusanillo de volar y, hoy en día, sigue en ello. «Fuimos muy afortunados de no matarnos –hace balance de aquel siniestro de su juventud–. La posibilidad de salir vivos de allí estaría en torno al 10% y tuvimos la suerte de que nos tocó, porque lo más normal habría sido impactar contra una casa. Yo volví a nacer con 22 años».
Del Athletic de Iribar al avión en el que murió Emiliano Sala
Eduardo Hernández Vidaurreta, bilbaíno de Solokoetxe, solo llevaba un par de años volando cuando sufrió el accidente de 1975, pero no le cogió ningún miedo al aire. Se hizo piloto comercial y trabajó con los aviones a reacción de la compañía Alpa, que estableció un pionero servicio de aerotaxis, una especie de puente aéreo entre Bilbao y Madrid. «Llevábamos mucho al Athletic de Iribar y Rojo. Nos partíamos con Dani y Churruca, que eran muy revoltosos», recuerda. Ya en este siglo, pilotó durante cuatro años el avión monomotor 'Piper PA-46 Malibu' en el que más tarde, en 2019, perdieron la vida el futbolista argentino Emiliano Sala y el piloto que lo llevaba de Nantes a Cardiff. El aviador vizcaíno hizo más de doscientas horas de vuelo en aquel aparato, que en aquella época pertenecía a un empresario de Valladolid, amigo suyo.
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