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Jorge Alacid
Sábado, 2 de noviembre 2024, 01:15
El relato de la catástrofe que golpea a Valencia se bifurca cuatro días después en una triple dirección. Prevalece como principal argumento informativo el cruel recuento de víctimas mortales, que se actualiza un par de veces cada día y se sitúa ya en una terrible ... cifra (204 vidas segadas, a las que hay que unir las dos de Albacete y la de Málaga) que seguirá repuntando trágicamente al alza en las próximas horas -«desgraciadamente vamos a tener más fallecidos», apuntó anoche el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska-, pendiente de conocer el paradero de los desaparecidos. Ahí reside otra de las vertientes del drama: tiene que ver con el despliegue emprendido para localizar a todas las personas cuya pista se pierde desde la noche del martes, que corre a cargo del dispositivo más nutrido de la historia, no sólo de Valencia sino también de España. Un total superior a los 4.500 efectivos, entre militares (1.700), policías (1.800) y guardias civiles (1.100), se reparten por las localidades damnificadas con la tarea adicional, no menos importante, de ayudar en la reconstrucción de las infraestructuras arrasadas. Que Valencia pueda rehacer su vida.
El tercer vértice de la respuesta a los efectos del temporal sirve para paliar en parte el dolor que sufre la conciencia moral de toda Valencia: la ejemplar reacción ciudadana, esa emocionante sucesión de gestos ciudadanos que desde primera hora de ayer recorrió el territorio que separa las zonas que se libraron de la dana de aquellas convertidas en la zona cero. Fue una oleada de solidaridad que, en el caso del cinturón metropolitano de Valencia, adoptó la forma de una interminable fila de personas (con una nutrida presencia de gente joven) llevando víveres a los peor parados de esta tragedia. Los vecinos de Paiporta, La Torre, Massanassa, Alfafar y tantos otros municipios que lo han perdido todo o apenas tienen acceso a los bienes de primera necesidad.
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En su auxilio acudió una marea humana que llegó incluso a colapsar la periferia de todas esas poblaciones situadas al oeste del cauce nuevo del río Turia, con cuya población se cebó la riada. Miles de ejemplos de solidaridad que dejó la jornada, hasta que las autoridades, con el Consell al frente y previo aviso del 112, reclamaron que cesara el tránsito hacia las localidades vecinas a Valencia porque corría el riesgo de colapsar los accesos, de manera que se impediría la llegada de los equipos de rescate y emergencias.
Carlos Mazón, presidente de la Generalitat, no descartó incluso aplicar medidas más drásticas el lunes si se mantiene esa situación de bloqueo, que impide que desarrolle su trabajo el contingente formado por las Fuerzas de Seguridad y tropas del Ministerio de Defensa desplegado por los puntos más críticos de la geografía del horror que forman no sólo las localidades de la Gran Valencia sino también otras como Chiva, donde un grupo del Escuadrón de Zapadores Paracaidistas del Ejército del Aire se ocupó del aprovisionamiento de mercancías y del reparto de alimentos. El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, y el president Carlos Mazón no supieron explicar a qué razón obedece que el despliegue no incluya aún más efectivos, habida cuenta de que, como el propio Marlaska apuntó, incluso la ministra de Defensa había puesto a disposición del dispositivo de emergencia a los 120.000 soldados que integran el Ejército español. Sí avanzaron que este sábado se espera la llegada de otros 500 militares, cuya presencia elevaría el número total de efectivos a los 5.000. Una cifra histórica, como histórica es la dimensión de una riada cuya auténtica magnitud tardará en saberse: no sólo están pendientes de cuantificar los elevadísimos daños materiales en estructuras y viviendas, así como en redes de comunicación, sino también el impacto sobre el tejido industrial y empresarial.
Pero falta desde luego por delimitar la cartografía exacta de la catástrofe: la vinculada al número de víctimas mortales que deje como amargo reguero esa crecida excepcional que golpeó a las poblaciones más afectadas pero también la moral colectiva valenciana. Un estado de ánimo que no mejora con el paso de los días, porque prende la sensación de abandono mientras se sigue sin acceder a las zonas más castigadas, se carece todavía de servicios esenciales (electricidad y telefonía, además de agua potable) y las necesidades más primarias de alimentación no se satisfacen, aunque al menos Iberdrola ofreció alguna información esperanzadora: según sus datos, ya ha conseguido reponer el suministro eléctrico a más de 140.000 clientes en la provincia de Valencia, «lo que supone más del 90% de los afectados inicialmente». Quedarían por tanto 15.000 hogares sin luz.
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Es una ayuda que sirve para recobrar el tono vital y espanta la sensación de cierta desesperación que domina el semblante de los habitantes de lugares como Torrent o Picanya, quienes ven cómo transcurren las horas sin grandes avances, los vecinos cuyo paradero se ignora siguen desaparecidos y se empiezan a temer lo peor: que el balance final de vidas segadas crezca de modo imparable. «Vivimos entre cadáveres», se espantaba el alcalde de Paiporta. Su colega de Alfafar aportaba un elemento aún más escalofriante: «Hay gente conviviendo en casa con cadáveres desde el martes». Y desde Chiva, su alcaldesa alertaba: «Hemos contabilizado diez fallecidos, pero posiblemente lleguemos a la centena por los cientos de coches caídos a lo largo del término municipal, que seguro que tienen personas dentro».
Un sombrío augurio compartido con seguridad por otros alcaldes y los integrantes del operativo de rescate, centrado en la tarea de desescombrar los puntos de acceso más complicado, donde reinan aún las ruinas de automóviles, esqueletos de edificios y maleza de toda índole, arrastrada por el agua por cuyo fondo buscan los miembros del equipo de buceo de la Guardia Civil con resultados dramáticos, como explica en declaraciones a RTVE uno de sus mandos, el comandante Pizarro. «Estamos revisando garajes, lechos del río, cualquier punto donde el agua, el barro y el torrente que ha caído haya podido dejar sepultadas a personas, que tenemos que ir encontrando», se lamenta, mientras detalla que durante las últimas horas han encontrado más cuerpos de personas desaparecidas: «Es permanente. Seguimos encontrando». Según este guardia civil, «en Paiporta y alrededores hay zonas donde el agua llegó a alcanzar, en sitio estrechos, de dos a tres metros de altura». La densidad del barro en ciertos lugares obliga a la Guardia Civil a «utilizar maquinaria y muchísimo más trabajo».
Según el comandante Pizarro, «es imposible saber cuándo terminará nuestro trabajo», añade. Un dictamen sombrío que coincide con el expresado, también en términos muy pesarosos, por el propio presidente valenciano. «Aún no estamos en disposición de decir una cifra aproximada de desaparecidos», señaló Carlos Mazón. Horas después, en otra comparecencia que empleó para anunciar cómo se organizaría este sábado el dispositivo de voluntariado concentrado en el Museo Príncipe Felipe, aportó una novedad al respecto del operativo de emergencias: además de la llegada medio millar de tropas también se desplazará hasta Valencia un convoy formado por 150 vehículos, entre maquinaria pesada y excavadoras. También explicó que el transporte acercaría hasta las localidades afectadas alimentos y otros víveres.
La batalla se libra palmo a palmo y desde ayer arroja al menos una pequeña luz, muy significativa: la pista de Silla, la autovía que conecta Valencia con las poblaciones del sur, se despejó de los coches accidentados o arrastrados por la crecida y quedó liberada para el tráfico. Dejó de ser ese impresionante cementerio de automóviles que la riada del martes convirtió en una de las imágenes icónicas de la catástrofe.
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Mazón: «Aún no estamos en disposición de decir una cifra aproximada de desaparecidos»
Es una buena noticia pero que apenas contribuye a que mejore el ánimo colectivo. Valencia sigue intentando ponerse en pie pero será un proceso duradero, que tardará en hacerse realidad. Es tiempo de suspensiones, como la anunciada por los responsables de organizar las carreras del Mundial de Motociclismo en Cheste, un circuito situado también en el corazón mismo de la crecida y duramente azotado por el temporal, que lo dejó inservible. Son contratiempos severos pero menores en comparación con la tragedia que se mide en términos de vidas humanas, de la angustiosa búsqueda de desaparecidos.
Un extremo que dispone de su propio mapa del terror, concentrado sobre todo en las superficies comerciales ubicadas en el borde de las localidades por donde cruzó la salvaje crecida, que en algún momento llegó a suponer un caudal que cuadruplicaba el del Ebro cuando desemboca en el Mediterráneo. Un fenómeno insólito que alimenta el temor a que puntos como el aparcamiento del centro comercial Bonaire o grandes superficies en el entorno de Alfafar escondan en su interior a todas esas personas desaparecidas que todavía se buscan en un número difícil de precisar pero de envergadura preocupante.
En su busca trabajan miles de guardias civiles, policías y militares que podrían ser más si se cumplieran las reivindicaciones que sobre este particular lanzan algunas asociaciones, críticas con la estrategia de combate de la dana. Son reproches que conviven en estas horas con la triple evidencia de que la cifra de muertos sigue imparable, la oleada de solidaridad reconforta a los damnificados y el despliegue de efectivos debería contribuir a encauzar las consecuencias de la tragedia. Feria Valencia, convertida en una suerte de catedral del dolor desde que se abrió para albergar los cuerpos de centenares de víctimas mortales, ofrece alguna pista sobre la envergadura inasumible de semejante espanto. Un horror que ahora se llama Pabellón 8: 4.000 metros cuadrados de morgue que concentran todo el dolor de Valencia.
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