Han tenido la suerte de haber pasado buena parte de sus vidas con hombres a los que siguen echando de menos, pero conocen a algunas que los echan de más. Y se ponen de uñas cuando hablan de las víctimas mortales de la violencia machista, 37 este año, 1.118 desde 2003. Mila, Delfina, Ana María y Mari Carmen son cuatro amigas de Portugalete de entre 75 y 80 años, integrantes de la Asociación de Viudas Itsas Kresala, que aceptan reunirse para debatir sobre la celebración de este Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, que hoy busca visibilizar precisamente a las víctimas más maduras.
Este año, la campaña de Emakunde lleva por lema 'Si la escuchas, la verás. Solo una sociedad atenta puede detectar la violencia más oculta'. Porque las generaciones más mayores suelen sufrir aún más en silencio el maltrato machista, «domesticadas», como estas cuatro amigas dicen, por una educación que las abocó a satisfacer los deseos y necesidades del marido por encima de los suyos. «Las mujeres mayores son diversas y no todas responden a un mismo perfil, pero se puede hablar de una especial vulnerabilidad asociada a la edad -alerta Emakunde-. Socializadas en un sistema patriarcal en el que debían pedir permiso a sus maridos para salir al extranjero, trabajar o abrir una cuenta corriente; la falta de autonomía económica; la ausencia de reconocimiento social de la violencia de género en su época; las condiciones de unas vidas dedicadas al completo al cuidado de las demás personas…».
Ana María: ¡Cuántas han seguido adelante solo para no hacer sufrir a sus hijos! Hemos sido educadas en que había que obedecer...
Delfina: Admiro a esas mujeres que se van a tiempo... Aunque muchas veces a saber dónde puedes ir, dónde esconderte...
Ana María: Ya, las jóvenes cortan y se van de casa, y nosotras no podemos, no podíamos.
Mari Carmen: Porque la independencia te la da el dinero. Las estadísticas dicen que estas cosas pasan más en las capas más bajas.
Ana María: Porque ellas no tienen dinero para escapar. La base económica es fundamental.
Mila: Si tienes un sueldo, tienes la libertad, por eso las jóvenes se pueden marchar... Aunque es una realidad que las muertas suelen ser también las de menos edad.
Y surge el peligroso debate de que quizá las más jóvenes mueran más porque son las que se rebelan, porque el agresor no puede soportar no tener el poder y prefiere convertirse en asesino antes que respetar la libertad y la decisión de una mujer... Algo muchas veces coartado por la educación recibida en otras generaciones, acostumbradas a callar, a estar bajo el yugo... Llega, además, un momento en que se quedan solas con el agresor, cuando los hijos se van de casa y ellas, en muchos casos cansadas por la edad, el trabajo de tantos años y una salud mermada, ya no tienen fuerza para luchar.
Ana María: Hay que haber plantado cara antes.
Mila: Pero tienes miedo.
Delfina: A partir de cierta edad las cosas se ponen peor.
Mari Carmen: Yo les aconsejaría que hablaran con sus hijos para que les ayuden. Y si se ponen de parte de él, que prescinda de ellos y acuda a las instituciones.
Mila: Yo conozco a una que se pone a temblar cuando me lo cuenta. No es que no quiera marcharse, es que no puede. Y, a veces, la religión nos ha hecho mucho mal en este sentido, en que tengamos miedo y en buscar obedecer al marido y complacerle en todo.
Mari Carmen: La religión en muchos casos ha sido machista.
Delfina: Antes, en los pueblos, cuando tenías este problema lo llevabas mejor, porque salías a la calle con la silla y con las amigas te desahogabas, te sentías acompañada al menos. Ahora, en la ciudad, te quedas tú sola encerrada en casa con tu problema.
Ana María: Yo me fui a aprender a coser y a muchas cosas más que no hacían mis hermanos, que no sabían. En este sentido siento que han abusado de mí de algún modo, porque a ellos no les enseñaban a hacer nada.
Mila: Esta mujer tiene un miedo atroz, no se trata de maltrato físico, sino psicológico: ella le pone todo, hasta las zapatillas, le sirve el vino y le prueba la comida para ver si quema. Cuando van en el coche, si ella dice que tiene frío él enchufa aún más fuerte el aire. No puede luchar contra eso, está domesticada. Y a estas alturas ya... Conozco a otra cuyo marido no lleva llaves de casa para que ella esté allí para abrirle la puerta.
Porque todas ellas saben que aparte de los golpes, hay varias formas de maltrato, entre otras el de las relaciones sexuales no consentidas, o consentidas por puro sometimiento: «Eso es así, muchas veces sin ganas por complacerle a él», asienten.
Mila: Por no oírle, pues siempre estás dispuesta, nos han educado así. Y luego están las que han sido consentidoras con infidelidades para no quedarse solas, por miedo. Y maridos que cobraban y dividían el dinero en dos cuentas para esconder una parte.
Irrumpen de nuevo en el debate las muertas. Y surge la ira. «Cuando veo el telediario y oigo que han matado a otra, me levanto y me pongo a gritarle a la tele. Y pienso en esos niños que se quedan sin madre», dice Mila.
Mari Carmen: El que ha matado a una mujer debería pasar toda la vida en la cárcel.
Delfina: Pero no en la cárcel, mejor trabajando, trabajos forzados.
Mila: Antes de que llegara a pasar eso, habría que dar un cursillo a estas personas para poderlos encaminar. Yo no quiero estar en contra de los hombres, sino a la par. Pero la ley está mal hecha porque la hacen ellos.
Delfina: Atarlos a un palo para escarmentar...
Mila: En algunos países ya hacen esas cosas... Pero eso es la ley del Talión.
Mari Carmen: Me da mucha rabia porque no podemos entrar en la mente de nadie, pero sería bueno dar un escarmiento a ver si por el miedo... Cuando dicen 'es que se enajenó el hombre'... Ya, qué casualidad que no se enajenara y dirigiera el cuchillo hacia él mismo. Y pienso en aquella mujer, en lo que ha tenido que soportar, hasta que la matan.
Ana María: Es una pena, horroroso. Es imprescindible la educación.
Aunque en un principio las cuatro se mostraran escépticas en cuanto a la celebración de este tipo de días, en el sentido de que quizá consiguen menos de lo que a ellas les gustaría, finalmente admiten que esta jornada puede suponer «una ventana, un balcón a través del cual se vea este problema. Y así pensar en la utopía», dice Mila. «Si con esto que estamos haciendo hoy aquí conseguimos ayudar aunque sea solo a una mujer, nos damos por satisfechas», añade Mari Carmen. Y aportan algunos consejos para las que ahora puedan estar leyendo estas líneas y se encuentren en una de estas situaciones de maltrato.
Mila: Que lo cuenten, que se relacionen con gente con problemas parecidos a los suyos, el grupo ayuda, como a nosotras en la asociación de viudas. Que nos llamen si hace falta.
Ana María: Les acompañaremos donde sea, estaremos con ellas. Si oyes que la vecina puede estar sufriendo, actúa.
Mari Carmen: Sí, ponerlo en conocimiento de las autoridades, denunciar. Y a ellas darles pistas para que escapen de eso.
Mila: De sueldos de 1.100 euros no salen dos, así que hacen falta ayudas económicas para que esas mujeres rehagan su vida.
Delfina: Que saquen la mitad del dinero, que es suyo, y que se abran una libreta.
Mila: Me acuerdo de cómo se criticaba antes a las feministas, que si eran feas, con el pelo rojo, marimachos... para que las cosas no avanzaran. Con el MeToo vamos hacia delante poco a poco.
Mari Carmen: Pero a las jovencitas de hoy los novios les cogen el teléfono para controlarlas. El otro día vi desde el balcón cómo uno le daba un sopapo a su chica...
Delfina: Ya, así es. Tampoco las respetan ahora.
«Nos educaron en que había que obedecer»
Ana Mª Ballesteros Calvo. 77 años
Vida laboral
Estudió taquigrafía y mecanografía y trabajó en una fábrica química hasta que se casó. Lo dejó tentada por una oferta económica con la que las empresas se liberaban de mujeres que iban a a convertirse en madres: «Acepté porque nos venía bien para la entrada del piso»
Su familia
Su marido, Ulpiano Gamazo, murió hace 14 años. Tiene dos hijos.
«Estos que matan tenían que hacer trabajos forzados»
Delfina de Diego Sanz. 79 años
Vida laboral
De joven trabajó de pinche de cocina unos años en una casa con varios sirvientes y posteriormente lo hizo por horas en el sector de la limpieza.
Su familia
Perdió a su esposo, Eusebio Orive, hace 17 años, poco después de que falleciera su padre. Sin recuperarse de todo aquello, dos años después murió su hijo. Afortunadamente, le queda una hija.
«A las jóvenes de hoy las controlan con el móvil»
Mari Carmen Gómez Blanco. 75 años
Vida laboral
Se ganó la vida de joven como interina y, luego, tras un paréntesis para cuidar de la familia, volvió a este trabajo.
Su familia
Tiene 3 hijos y lleva la cuenta exacta del tiempo que hace que perdió a su marido, José Antonio García, «10 años y 11 meses»: «Puedes tener compañía buena parte del día, pero cuando cierras la puerta de casa estás sola».
«La educación ha hecho que tengamos miedo»
Mila Villarrubia García. 80 años
Vida laboral
Ejerció de maestra de niños de Primaria hasta que se casó, y luego dos años más. Después siguió ligada a este trabajo de forma voluntaria.
Su familia
Lleva 21 años echando de menos a su marido, Pedro Madariaga, con el que tuvo una hija. Es una de las fundadoras de la Asociación de Viudas de Portugalete Itsas Kreasala, a la que pertenecen las cuatro.
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