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Retrato de Francisca de Pedraza.
La primera mujer que venció a su maltratador en un tribunal

La primera mujer que venció a su maltratador en un tribunal

Franscisca de Pedraza, de Alcalá de Henares, fue una pionera. En 1624 logró una sentencia que la salvó de un marido que había convertido su vida en una sucesión de palizas

Julio Arrieta

Miércoles, 24 de noviembre 2021

Un instituto de Enseñanza Secundaria de Alcalá de Henares lleva su nombre y la Asociación de Mujeres Progresistas de la misma ciudad otorga cada 25 de noviembre un premio contra la violencia de género que también se llama como ella. Sin embargo, es muy probable que Francisca de Pedraza hubiera preferido pasar al olvido en vez de atravesar el calvario que la llevó a pasar a la historia. Esta mujer es recordada porque en 1624 logró en un tribunal una sentencia pionera que la convirtió en la primera mujer en vencer judicialmente a la violencia de género.

La documentación que se conserva de ella se ciñe básicamente a la del proceso legal que siguió su caso, descubierto por el historiador y jurista Ignacio Ruiz Rodríguez, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos. Según explica él mismo en el libro 'Francisca de Pedraza: mujer, madre, esposa... maltratada', se encontró con la documentación mientras trabajaba en su tesis doctoral, a mediados de los años 90, en el Archivo Histórico Nacional. Al revisar documentos procesales de la Universidad de Alcalá «de repente tuve en mis manos un proceso judicial distinto, que en principio pensé que había terminado allí por error». La protagonista era «una mujer nacida en Alcalá de Henares, en las postrimerías del siglo XVI y cuya vida se extendió sin duda alguna durante el primer tercio del siglo XVII». Ruiz había descubierto la vida de Francisca de Pedraza. O mejor dicho, su parte más dura. «Cuando acabé de leer aquellos papeles, sin haberme dado cuenta, tenía los ojos empapados en lágrimas», recuerda el historiador.

Francisca de Pedraza nació a finales del siglo XVI y «había quedado huérfana cuando tenía cuatro años». Fue criada y educada en un convento. Sobre su personalidad, Ruiz se muestra «plenamente convencido de que era una mujer sensible, con ganas de vivir, temerosa de Dios, trabajadora hasta la extenuación, madre, amiga, luchadora y culta en relación a las mujeres de la época, quizá como consecuencia de las lecturas sacras vividas en el convento».

Hacia 1612 se casó con Jerónimo de Jaras. Dos años después, en enero de 1614, escapaba de casa y se refugiaba en el convento en el que se había criado, harta de las palizas que él le propinaba, según consta en un documento legal por el que el marido exigía que se la obligase a regresar, «haga vida maridable con él y devuelva todos los bienes que sacó de casa». Ella cedió y volvió a casa, después de que el vicario general de la Corte Arzobispal de Alcalá de Henares firmara un auto que ordenaba al marido que tratase bien a su mujer.

Una vida de golpes y humillaciones

La advertencia cayó en saco roto y la vida de Francisca se convirtió en una sucesión de golpes y humillaciones. El 28 de julio de 1620 acudió ante la justicia eclesiástica para que ésta le concediera el divorcio, que no debe entenderse como el actual, sino como la posibilidad de poder vivir en un domicilio distinto al del marido. En este proceso se recogía esta declaración de la víctima: «Digo que es así que habrá ocho años poco más o menos que yo me casé 'in facie eclesiae' con el dicho mi marido, y en este tiempo debiéndome tratar bien y amorosamente, (…) a mí y a mis hijos, no lo ha hecho ni hace». Por contra, «me ha tratado muy mal de obra y palabra, diciéndome que soy una rata podrida y otras muchas palabras feas… Y así mismo me ha dado muchos porrazos y acardenalándome en mi cuerpo y rostro, sin darle la mayor ocasión».

La mujer añadía que muchas veces «si no entrara gente y se pusieran de por medio me matara, como lo tiene dicho en diferentes tiempos y veces». Sobre su marido, explicaba que era su costumbre «andarse por la villa comiendo y bebiendo con otros, gastando mi hacienda y suya, sin acudir a su casa como tiene referido, trayéndome desnuda.» Varios testigos confirmaban el relato de la víctima, que para sobrevivir y mantener a sus dos hijos acogía en su casa a huéspedes –estudiantes de la Universidad– y cosía por encargo por las noches. La sentencia simplemente requirió a su marido, Jerónimo Jaras, «que de aquí adelante trate bien y amorosamente» a su mujer.

Una placa que recuerda los hechos en Alcalá de Henares.

No lo hizo. De hecho, empeoró. Pero Francisca no se rindió. Acudió ante la Corte Arzobispal, ante la que interpuso una demanda de divorcio el 6 de julio de 1622. Se repitieron los testimonios terribles, los relatos de palizas, insultos y humillaciones, en ocasiones en público y ante la indiferencia de la mayoría. Una vez él estuvo a punto de matarla a patadas en la calle. Ella estaba embarazada y perdió al bebé.

Pero el tribunal se limitó a llamar la atención al marido: «debemos de amonestar y amonestamos, mandar y mandamos al dicho Jerónimo de Jaras, que de aquí adelante trate a la dicha su mujer con mucho amor, y la de vida honesta y maridable y el sustento, vestido, y demás necesario, como es obligado y no le haga semejantes malos tratamientos, como los que se dice le ha hecho, con apercibimiento que no lo cumpliendo así procederemos contra él por todo rigor de derecho».

Interviene el nuncio

El profesor Ruiz define esta sentencia como «la antesala de una condena a muerte a la persona que había probado todos los hechos, tal y como indica el propio tribunal». La víctima se convirtió en la verdadera condenada. Sin embargo, Francisca decidió seguir luchando. Y lo hizo acudiendo a una instancia superior: el nuncio del Papa en España. Éste autorizó que el caso fuera visto por la Audiencia Escolástica de la Universidad de Alcalá de Henares, que normalmente solo juzgaba a docentes, estudiantes o personal de la propia Universidad.

La autorización del nuncio y la aceptación del caso el 22 de febrero de 1624 por parte del rector, Álvaro de Ayala, permitió que por fin Francisca de Pedraza pudiera obtener justicia. El 28 de febrero Francisca compareció ante el rector, que actuaba como juez. Su marido no lo hizo a pesar de los sucesivos requerimientos. Ayala ordenó que mientras durase el proceso, la mujer fuera acogida en la casa de Isabel de Medina, «mujer honesta y de ejemplar vida», y advirtió al marido de que, en caso de acercarse a ella, sería castigado. La sentencia llegó el 24 de mayo de 1624.

«Debemos de hacer y hacemos el dicho divorcio y separación de matrimonio», dictó el juez, Álvaro de Ayala. Además, ordenó al marido maltratador que devolviera su dote a la mujer (5.500 reales), la cantidad aportada por él en las arras (2.200 reales) «y la mitad de los bienes gananciales que hubieren adquirido los susodichos durante el dicho matrimonio». Por último, «prohibimos y mandamos al dicho Jerónimo de Jaras no inquiete ni moleste a la dicha Francisca de Pedraza, su mujer, por sí ni por sus parientes ni por otra interpósita persona, so pena de cuatrocientos ducados aplicados a nuestra voluntad y con apercibimiento que procederemos contra él con todo rigor de derecho».

¿Cómo acabó la historia? No lo sabemos. La pista de Francisca de Pedraza se pierde con el cierre de este proceso. «Mi mente siempre ha buscado para ella un final feliz», escribe Ruiz. «Ójala algún nuevo investigador vuelva a encontrar el rastro que ahora he perdido, y nos diga que sí, que efectivamente encontró la tan ansiada paz».

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