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Crítica y público han quedado fascinados con la escena-capítulo de la psicóloga hablando con Jamie, el protagonista de 'Adolescencia', la serie de moda de ... Netflix. También han encumbrado el último episodio, el de unos padres devastados a los que querrías abrazar a través de la pantalla. Y el primero, el de la cruda exposición de los hechos. Poco se ha escrito, sin embargo, del capítulo dos, el que desvela las claves del asesinato. El plano secuencia en que está rodada la ficción británica, que asfixia en el cara a cara con la psicóloga, aturde en este recorrido de una hora por ese caótico instituto de escaleras y pasillos interminables. «¿Crees que alguien puede aprender algo aquí?», pregunta la sargento Frank. Da la sensación de que no, de que más valdría echar la llave y dejar a todos dentro. Es ficción, sí, pero ¿cuánto hay de eso que retrata la serie en el instituto al que van nuestros hijos?
Hacemos la comparativa a través de tres secuencias. La primera resulta impactante: los policías entran en la clase de Jamie y, en lugar de encontrarse con veinte chavales de 13 años asustados, se topan con una jauría vociferante: '¿Ha sido él?', '¿hay vídeo?'. La risotada del niño de la primera fila, secundada por el resto de la clase, todavía resuena. «Hay adolescentes que no tienen ningún tipo de criterio de lo que está bien y mal. Me apetece hacer algo y lo hago, me apetece decir algo y lo digo. Solamente porque me apetece, porque soy el rey. Ese es el mensaje de la sociedad y de Internet: lo importante eres tú, mírate el ombligo», reflexiona Antonio Labanda, psicólogo empleado en un colegio.
El niño de la risotada es un actor y eso tranquiliza. Pero es que también se reían y mostraban ese comportamiento disruptivo los cuatro chavales del instituto de Santander que agredieron hace unos días a un compañero de clase con parálisis cerebral. «Son situaciones que impactan, comportamientos totalmente desconectados», reconoce el psicólogo Rafa Guerrero. «Son casos extremos. Por eso no hay que hacer 'zoom' sobre estas situaciones. Porque, en gran medida, son consecuencia de cómo estamos actuando muchas veces los adultos: enganchados al porno, a sustancias, desconectados de los hijos... Hay chavales que se sienten apartados porque sus padres están a cien mil cosas. Estamos cada vez más ensimismados», advierte.
La segunda secuencia a análisis es esa en la que la profesora de Primaria que guía a los policías por el recinto reprende a unos chavales que están mirando el móvil. «Dejad los teléfonos y entrad a clase». La respuesta que recibe es un grito: «¡Cállate ya!». Y se nota que suele ser la respuesta habitual. Nagore Herráiz lleva 15 años enseñando en un colegio de Bizkaia y sus alumnos tienen 13 años, la edad del protagonista de la serie. «Faltas de respeto de ese tipo o comentarios insultantes entre ellos los vemos un poco más adelante, con 14 o 15 años más bien. Pero se cortan de raíz, nunca se pasa de puntillas por algo así porque si un chaval te contesta y no avisas a sus padres y le cortas, eso va siempre a más. Si ven que todo vale, se envalentonan y te comen».
«La sociedad y las familias han despojado al profesor del papel de autoridad sana. Cuando yo era niño, el maestro te regañaba y, cuando lo contabas en casa, tu madre reforzaba al maestro y, a veces, te daba dos guantazos. Pero hace poco, una profesora llamó a unos padres porque su hijo se había paseado por el poyete de ventana a ventana y ellos defendieron al chaval. Otra familia a la que también se informó de un comportamiento inadecuado de su hija, saltó: '¿le tenéis manía?'», relata el psicólogo Antonio Labanda. «He hablado con adolescentes cuyos profesores se han quejado de que interrumpen todo el rato la clase gritándose de esquina a esquina del aula y, en lugar de reconocer que lo han hecho mal, te rebaten: 'Es que tenía que decirle no sé qué a mi amigo…'. No tienen control inhibitorio de ningún tipo.». No solo eso: «Otros ya, directamente, recuerdan a los profesores que les reprochan algo: 'Tengo mis derechos. A ver si te denuncio…».
Lo dicen porque saben que sus padres, muchas veces, les van a secundar. «Tengo la idea de que las familias pretenden que todo esté bajo leyes. Si se prohíben los móviles en el colegio se relajan porque hay una norma superior. Pero yo he visto a una tutora quitarle el teléfono a un chaval y avisar a sus padres y ellos venir a pedirle explicaciones a la profesora porque no hay una ley que lo prohíba». La docente vizcaína reconoce que cuando llaman a las familias «muchas vienen con la escopeta cargada y con el 'mi hijo nunca…' en la boca, aunque hablando relajadamente sin sacar el dedo acusatorio, suelen colaborar».
La tercera escena a análisis es esa en la que un señor Malik con prisas es abordado en el patio por los policías, que preguntan al tutor de Jamie si el chaval estaba bien los días anteriores al asesinato. «No sé. Yo solo enseño Historia. Estos chavales son un puto marrón». ¿Hay profesores así de desconectados?. «En la serie faltan muchos datos para hacerse una idea de la situación de Jamie. ¿Le acosaba solo la chica a la que asesinó o más gente?, ¿qué papel jugó el amigo?, ¿fue premeditado?… Solo vemos a un chaval con cara angelical que se hace pis cuando entra la policía en casa pero que, sin embargo, tiene un manejo de la dialéctica propia de una persona más mayor. Yo no veo gran parecido entre Jamie y mis alumnos. Un chaval que acaba haciendo algo así tiene que haber tenido algún arrebato previo», considera Nagore Herráiz. Quien reivindica la labor del profesorado. «Los adolescentes están en una edad en la que no saben ni quiénes son, pero no podemos generalizar y decir que son todos unos vándalos. Necesitan su proceso, que alguien les diga lo que está bien y lo que está mal, y en eso tenemos que aportar todos. Tenemos que acompañarles».
«Sucede que muchos titulados encuentran en la enseñanza una salida laboral. Pero algunos no tienen ni vocación de enseñanza ni herramientas para gestionar las cuestiones que trascienden lo académico. Si les toca una clase sencilla, bien. Pero si no es así, te dicen: 'Yo imparto Física, pero no sé gestionar las emociones de los alumnos'», señala Antonio Labanda. En la misma línea, Rafa Guerrero comenta: «¿Los chavales son un marrón? ¡Es que vosotros sois un desastre! El instituto de 'Adolescencia' es un caos terrorífico donde no existe un vínculo de protección ni de cariño entre los adultos de referencia (profesores y equipo directivo) y los estudiantes. No hay empatía, comunicación ni ganas de enseñar».
Pero invita el psicólogo a mirar fuera de las puertas del instituto, para colarse dentro de las casas. «Hay familias sobrepasadas que no tienen tiempo para estar con sus hijos, incluso que los tratan sin cariño o abusan. ¿Quiere eso decir que esos chicos van a ir por ahí haciendo el mal? No, pero un entorno familiar hostil en el que no hay conexión en un momento como la adolescencia en el que se produce una lógica separación física y emocional de los padres no proporciona el factor de protección que sí brindan unos padres que crían con amor y normas, que advierten a sus hijos: 'Esto no te lo puedo consentir'». Coincide la profesora: «Un chaval criado en una familia con afecto y límites puede salirse del tiesto, sí. Pero no suele ser el que se pelea siempre en el patio, un día tras otro. Esas peleas en el instituto dan mucha información de lo que le pasa a ese adolescente… fuera del instituto».
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