Xabier Arzalluz, que habría cumplido 92 años este mes de agosto, animó al PNV, hace casi cuatro décadas, en 1987, a hacer suyo el comportamiento de las lechuzas, que mantienen los ojos abiertos en la oscuridad. «Tenemos que recuperar la imagen de seriedad con un ... debate total, sin miedo a la crítica y con la obligación de ir por el mundo con los ojos abiertos», arengó el histórico dirigente jeltzale a unos alderdikides «tocados» en lo anímico tras la traumática escisión que acababa de dar lugar al nacimiento de Eusko Alkartasuna y expectantes ante la obligación de reinventarse para sobrevivir como organización política. Fue durante aquella histórica Asamblea de Zestoa, la que dio lugar a la organización interna que todavía hoy mantiene el PNV, cuando Arzalluz desaconsejó hacer mudanza en tiempos de desolación. «Ni la euforia ni la depresión son buenos momentos para los cambios», advirtió.
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Sabin Etxea, que conscientemente se mira en el espejo de aquel cónclave y del que diez años antes había marcado el tránsito a la democracia en Pamplona en 1977, debe decidir ahora si hace caso a la célebre máxima de San Ignacio de Loyola y opta por una renovación 'blanda' en la que la cúpula actual siga, de manera literal o indirecta, controlando el aparato o se decide por un cambio a fondo y sin ataduras para conjurar el desgaste de la sigla. Las municipales y forales de mayo de 2023, las generales que Pedro Sánchez adelantó a julio de ese año, las autonómicas y las europeas de la pasada primavera, en las que Bildu logró el anhelado 'sorpasso', han evidenciado que la base electoral jeltzale ha entrado en fase menguante, a raíz, sobre todo, como diagnostican los propios burukides del EBB, de una pandemia que ha vuelto al electorado mucho más crítico, volátil e 'infiel' que nunca.
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Si a eso se le suma el hastío de un ruidoso sector interno con unos dirigentes a los que hacen responsables directos del declive y a los que reprochan no haber tomado nota de las conclusiones del proceso de escucha 'Entzunez Eraiki', en las que el partido reconoció públicamente que le perjudicaba cierta imagen de amiguismo y soberbia, el debate está servido. Para afrontarlo en condiciones, la propia ejecutiva que lidera Andoni Ortuzar -su continuidad no se ha descartado aún y los nombres que suenan en caso de haber relevo, como el de Aitor Esteban, sugieren una línea claramente continuista- ha puesto el foco, interna y externamente, en las dos asambleas que mejor simbolizan la capacidad del PNV para reinventarse.
Iruña y Zestoa se citan como referentes de una Asamblea General, la novena, a la que el PNV quiere imprimir un carácter casi «refundacional» y que se espera, en principio, para la próxima primavera, aunque el calendario definitivo no se dará a conocer hasta el Alderdi Eguna del próximo 29 de septiembre. La razón es que ambas, como recuerda el historiador Santiago de Pablo, «se celebraron en momentos clave de la historia del PNV, o, como se diría en argot cinematográfico, en sendos 'turning points'». En ambos casos, el PNV salía de metafóricos túneles, el franquismo y el exilio en el 77, y el vértigo de la escisión y el enfrentamiento permanente diez años después. Ahora, los jetzales quieren dejar atrás las consecuencias del 'shock' pandémico, que ha desnudado las carencias de una gestión pública de la que siempre han presumido y ha expuesto las limitaciones de su integración en la precaria mayoría que sostiene a Sánchez.
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Se supone que manteniendo en lo político «las esencias» de pragmatismo y moderación que igualmente se consolidaron en aquellas dos citas, como recuerda también el catedrático De Pablo. Por ahora, burukides como Koldo Mediavilla han sugerido que habrá cambios en los estatutos para agilizar los procesos internos y evitar que «medios ajenos» interfieran en la vida del partido y que habrá también renovación de caras, pero con un objetivo superior, el de preservar la «unidad interna», es decir, los complejos equilibrios que mantienen pacificado el partido desde que Urkullu emergió como candidato de consenso para cerrar la brecha abierta por la pugna entre Josu Jon Imaz y Joseba Egibar.
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