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Dejen de mirar tanto y con tantos paños calientes a su suspendido socio parlamentario, y vuelquen su atención en las ciudadanas y ciudadanos de este país que sufren los ataques y carecen de seguridad y libertad», dedicó Fernando Buesa al PNV en la que sería, ... sin saberlo, su última intervención en el Parlamento. Exigía el entonces portavoz socialista una respuesta a la kale borroka por parte de un Gobierno vasco, el de Juan José Ibarretxe, que se sustentaba en el pacto firmado en 1999 con EA y Euskal Herritarrok. Pocos días después, ETA le asesinaba a él y a su escolta, Jorge Díez, con una bomba en Vitoria. La onda expansiva no solo sacudió a la sociedad vasca, que atónita salió a la calle en tromba, sino que también dejó para el recuerdo una imagen de división política digna de sonrojo.
El atentado se produjo en un contexto muy concreto. Año y medio antes, Nicolás Redondo, líder del PSE, había puesto fin a once años de colaboración gubernamental con la formación jeltzale. Lo hizo unas semanas antes de la firma del acuerdo de Lizarra (septiembre 1998), que abrió una profunda herida entre nacionalistas y constitucionalistas. PNV, EA e Izquierda Unida rubricaron un acuerdo con Herri Batasuna en el que se proponía una negociación sin condiciones, sin límites y sin exclusiones, en un marco de «ausencia permanente de todas las expresiones de violencia del conflicto». De forma paralela se adquirió un compromiso con ETA para silenciar las armas y que los socios de Lizarra tuvieran el camino despejado para avanzar hacia la construcción nacional en clave soberanista.
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La banda saludó aquel acuerdo con una tregua y el Gobierno de Ibarretxe rubricó su pacto con Euskal Herritarrok, marca electoral de la izquierda abertzale posteriormente ilegalizada. En enero de 2000, los terroristas asesinaron al teniente coronel Pedro Antonio Blanco García en Madrid. Pero el PNV no rompió su pacto de legislatura, pese a que el atentado contradecía de facto lo suscrito en Lizarra. Un mes después, ETA mató a Fernando Buesa y al joven ertzaina Jorge Díez.
16.38 horas. Martes. El líder de los socialistas alaveses, exdiputado general y exvicelehendakari del Ejecutivo de José Antonio Ardanza, se dirige a pie a la sede de su partido seguido de su escolta. Acaba de almorzar en casa junto a dos de sus tres hijos, Carlos y Sara -la mayor es Marta-. Se ha despedido con un beso de su mujer, Natividad Rodríguez. A su paso por la zona universitaria de Vitoria, una furgoneta-bomba acaba con la vida de ambos. El estruendo de la explosión se escuchó en la sede de Lehendakaritza, donde el portavoz del Gobierno vasco, Josu Jon Imaz, ofrecía una rueda de prensa. Se suspendió de forma inmediata y los periodistas se desplazaron hasta el lugar del atentado. «Al principio todo era confuso. Incluso lo primero que se pensaba es que la víctima era una señora. Cuando nos enteramos de que eran Fernando Buesa y su escolta fue tremendo. La mayoría de los compañeros que estábamos allí cubríamos información parlamentaria y estábamos todos los días hablando de Buesa y con Buesa. El impacto fue enorme», relata uno de esos periodistas.
Javier Rojo, 'número dos' del PSE alavés y hombre de confianza de Buesa, acababa de hablar por teléfono con su compañero y sobre todo amigo. Tenían ejecutiva del partido a las cinco de la tarde -el atentado se produjo a tres días del inicio de la campaña del 12-M-. Y apenas media hora antes, Fernando Buesa le llamó para recordarle la cita. «Te dejo, que me viene a buscar Jorge». Fue lo último que le dijo. A los diez minutos, se escuchó la bomba. «Nos miramos mi hija Natalia y yo y pensamos: Esto ha sido un atentado. Llamé por teléfono a Fernando, pero no daba señal, así que nos fuimos hasta donde había ocurrido todo», relata. Se identificó y pudo pasar un primer cordón policial. Pero cuando se acercó más al escenario un ertzaina le cerró el paso. «Es quien usted cree que es», le admitió. «Me abracé a mi hija llorando y fuimos a casa de la familia», evoca.
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La bomba estalló a escasos metros del Palacio de Ajuria Enea. Pero el lehendakari no acudió al lugar de los hechos. Su entorno siempre sostuvo que fue por «razones de seguridad». Pero su ausencia, aderezada con el pacto de Lizarra y el acuerdo vigente con Euskal Herritarrok, marcó el devenir de los acontecimientos. «Ni Ibarretxe ni el PNV estuvieron a la altura de las circunstancias», lamenta Rojo. Esa tarde-noche, miles de personas secundan una convocatoria del PSE en la Plaza de España en repulsa por el atentado. Unos cientos se dirigen después, de manera espontánea, hacia Lehendakaritza. «Empezó a correrse la voz de que Ibarretxe estaba allí y nos pareció razonable. Aquello fue una purga nazi y cada minuto que pasaba la indignidad era mayor, Vitoria lo vivió como una agresión, como un ataque a la libertad», expresa Miguel Gutiérrez, entonces jefe del Servicio de Psiquiatría de Cruces y amigo de la familia Buesa. Exigieron la dimisión de Ibarretxe y profirieron insultos contra el presidente del Euzkadi buru batzar, Xabier Arzalluz.
Ese mismo día, Ibarretxe anuncia la ruptura de su pacto con la izquierda abertzale y convoca, de forma unilateral, una marcha para el sábado 26 en favor de la paz. Fuentes del PNV reconocieron entonces y se reafirman a día de hoy en que Juan José Ibarretxe «se equivocó al no situarse desde un principio del lado de las familias de las víctimas». El miércoles, la tensión se trasladó a la capilla ardiente -instalada en el Parlamento vasco-, donde se vivieron momentos de especial crispación, y al funeral en la catedral nueva. «Recuerdo que le pedí a Jesús Loza que gestionara la celebración de la ceremonia en la catedral y él me preguntó: ¿Y si nos dicen que no?». El que fuera obispo de San Sebastián José María Setién se negó a que la catedral del Buen Pastor albergara el funeral por Enrique Casas, primer cargo socialista asesinado por ETA. «Si te dicen que no, tiramos la puerta y el cura lo ponemos nosotros», respondió Rojo.
El lehendakari fue recibido con insultos a su llegada al templo y optó por abandonarlo por un lateral. A partir de ahí, la tensión pasó todavía a mayores. El PNV calificó las protestas de electorales y se reafirmó en su apuesta por Lizarra. Hasta responsabilizaron al Cesid -los servicios secretos españoles- de algunos lemas y pancartas. Lo que debió de haber sido clamor al unísono frente al terrorismo derivó en tres manifestaciones. Por delante, los nacionalistas, con fotografías del jefe del Ejecutivo autonómico y gritos de: 'Ibarretxe aurrera' y 'ari, ari, Ibarretxe lehendakari'. Lejos de ser una convocatoria en repulsa por el atentado, aquello se convirtió en un acto en apoyo a la figura de Ibarretxe. Se fletaron cerca de 200 autobuses desde los batzokis, la mayoría de Bizkaia. «El consejero de Sanidad Gabriel Inclán dio indicaciones a los jefes de departamento de su cuerda para que mandaran mensajes de apoyo al lehendakari», revela Miguel Gutiérrez, que le reprocharía aquel gesto años después.
En medio de la multitudinaria marcha, un grupo más pequeño, el de Gesto por la Paz, intentó sin éxito servir de bisagra. Por detrás, las familias de las dos víctimas, tanto de Fernando Buesa como de Jorge Díez; socialistas, populares y miles de ciudadanos que alzaban la voz frente a ETA. No faltaron los cruces de insultos e incluso algunos golpes entre nacionalistas y no nacionalistas. «Recuerdo que había gente del PNV que se puso a decir barbaridades delante de la viuda de Fernando y sus hijos, sin ni siquiera saber quiénes eran», evoca Javier Rojo. La imagen fue «vergonzosa». Así lo calificarían tiempo después, al echar la vista atrás, los allegados de ambos asesinados. «El mismo día de la manifestación, Carlos, el hijo de Fernando, me comentó que quería hablar con el lehendakari. Y lo hizo. Le pidió por teléfono que solo hubiera una marcha bajo una misma pancarta. Pero no le hizo caso. ¡A su hijo!», reprocha Rojo.
Cuando el primer grupo llegó a la Virgen Blanca, Juan José Ibarretxe pronunció unas breves palabras y a continuación, se marchó. «Los que íbamos acompañando a los allegados de las víctimas nos cruzamos con los nacionalistas cuando ya se retiraban. Nosotros íbamos por el centro de la calle, ellos en sentido contrario por los laterales, portando ikurriñas. No se quedaron. Habían matado a dos personas y solo les importaba Ibarretxe. Lo que se vivió allí fue terrible», describe Miguel Gutiérrez.
Los representantes de Gesto por la Paz, que ocupaban el segundo lugar en la manifestación, esperaron en la Virgen Blanca a la marea que caminaba junto a las familias de los dos asesinados. Fue entonces cuando Rojo cogió el micrófono que antes había utilizado Ibarretxe para reprochar, alto y claro, al jefe del Ejecutivo vasco su proceder: «¿Dónde estás lehendakari?», gritó tres veces. Alzó la voz pese a que incluso el propio Nicolás Redondo había pedido que nadie hablara. «Hice lo que tenía que hacer y me siento orgulloso», reconoce el que fuera 'número dos' de los socialistas alaveses y expresidente del Senado. Una vez disipada la multitud -acudieron decenas de miles de personas-, el entonces hombre de confianza de Buesa, se quedó con su viuda y sus hijos. «Subimos la escalinata de la Virgen Blanca y nos sentamos. Le dije a Nati: «No sabes el odio y el rencor que tengo'. Ella me contestó: 'Javier, no odies. El odio al único al que hace daño es a ti».
Tres fueron los terroristas responsables del atentado: Asier Carrera, Luis Mariñelarena y Diego Ugarte. La Policía encontró en poder de ETA fotografías de Fernando Buesa tomadas dentro del propio Parlamento vasco. La izquierda abertzale nunca condenó lo ocurrido. No fue hasta 2013 cuando representantes de EH Bildu se sumaron a una ofrenda floral en su memoria y la de su escolta en la Cámara legislativa. La coalición estuvo representada por su portavoz, Laura Mintegi, así como por miembros de EA, Aralar y Alternativa. Pesos pesados de la antigua Batasuna, como Maribi Ugarteburu, Marian Beitialarrangoitia y Unai Urruzuno, se quedaron en sus despachos.
El pabellón de baloncesto del Baskonia pasó a llamarse Buesa Arena en marzo de 2000 -fue el político socialista quien impulsó su construcción en la plaza del ganado de Zurbano en su etapa como diputado de Álava- y el parque junto al que estalló la bomba se dedicó a Jorge Díez Elorza. Al año se inauguró el monolito en su memoria en los Jardines de la Libertad.
La Fundación Buesa ha invitado este año a los ciudadanos a escribir en su web lo que recuerdan de aquel 22 de febrero. Ya son más de un centenar los que han dejado su testimonio. Entre ellos, Iñaki: «Cuando empecé a ir a Vitoria a ver jugar al Baskonia, mi hijo me preguntó quién era Fernando Buesa. Si era un aficionado al baloncesto y por eso le habían puesto su nombre al pabellón. Tenemos que hablar con nuestros hijos sobre lo que ha ocurrido. Siempre será un ejercicio que hagamos desde nuestro punto de vista, pero debemos contárselo».
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