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David GUadilla
Miércoles, 19 de febrero 2020
Era nuestro gran teórico, el que mejor elaboraba el argumentario político frente al nacionalismo. Su asesinato fue una elección muy pensada. Un golpe ideado para ... debilitarnos y destruir el partido». Los recuerdos de Ramón Jáuregui sobre Fernando Buesa son los que se tienen de una persona a la que se admira. «Centrado, metódico y sobre todo, muy leal». De un dirigente vital para el PSE. De un exvicelehendakari. Del único miembro del Gobierno vasco asesinado por ETA. Fue el 22 de febrero de 2000 y con su muerte arrancó una campaña para «liquidar físicamente a los que, según algunos, éramos los enemigos del pueblo vasco». A Buesa le siguieron Juan Mari Jáuregui, Froilán Elespe, Juan Priede y Joseba Pagazaurtundua, todos asesinados en menos de dos años. No fueron los últimos. En 2008 era tiroteado Isaías Carrasco. Eso sin contar los atentados fallidos.
Procedente del mundo de la abogacía, su rigor y capacidad dialéctica pronto le convirtieron en un referente del socialismo. Y eso que en los primeros años de la Transición colaboró con Democracia Cristiana. Pero enseguida se integró en la estructura del PSE alavés. Frente al poder de la margen izquierda en Bizkaia y la impronta del socialismo guipuzcoano, Álava era un territorio casi virgen. Buesa, junto con Javier Rojo, los hermanos Aguiriano y otro puñado de dirigentes logró que el partido se consolidase. Fue una tarea titánica pero que dio resultados. Entre 1987 y 1991 fue diputado general.
Pero Buesa trascendía las fronteras de Álava. Fue elegido parlamentario en 1984. Su dialéctica abrumaba. «Era muy argumentativo, no le valía cualquier explicación». En lo personal, su timidez a veces se confundía con una falta de empatía. Su «alto nivel intelectual» se hacía notar. No solo en las instituciones. A mediados de los ochenta el PSE era un hervidero con posturas a veces enconadas. El socialismo «vasquista», los pactos con el PNV... «Fernando apostaba por el entendimiento con los nacionalistas por el bien del país, pero no era muy partidario de esos gobiernos de coalición. Sin embargo, fue muy leal a la hora de gestionarlos», recuerda Jáuregui, entonces secretario general del PSE.
Su capacidad para el análisis sobresalía. En 1991 llegó uno de los momentos clave en su vida política. Fue nombrado vicelehendakari y consejero de Educación. Era el hombre fuerte de los socialistas en el Gobierno. Que fuese elegido para ponerse al frente de esa cartera lo decía todo. El conflicto para la integración de las ikastolas en la red pública convertía ese departamento en un campo de minas. En mitad de una tormenta política de enormes proporciones, Buesa condujo la nave hacia el acuerdo. «Era tenaz, de unas fuertes convicciones. Cuando entraba en tu despacho a la una sabías que ese día no ibas a comer, pero también que se iba a alcanzar un acuerdo, y que sería inamovible», recuerda Isabel Celaá, por aquel entonces viceconsejera de Educación.
En 1995 sale del Ejecutivo de coalición pero se mantiene como líder del partido en Álava. Tres años después, el PSE y el PNV rompen. Llega Lizarra y la apuesta por la acumulación de fuerzas soberanistas. Buesa se convence, todavía más, de que es necesario buscar una alternativa al nacionalismo. En cierta medida, se siente traicionado y sus mayores temores se confirman. «Se convirtió en un resistente ante ETA y ante aquel nacionalismo que se plegaba ante el terrorismo», subraya Celaá.
«Fue el que mejor planteó la respuesta a Estella», recuerda Jáuregui. Un mes antes de su asesinato, ETA acabó con la vida del teniente coronel Pedro Antonio Blanco García y el PNV optaba por dejar en suspenso el acuerdo soberanista. Pero sin romperlo. A finales del mes de enero de 2000, Buesa se dirigió al lehendakari Ibarretxe en un pleno del Parlamento. «Decían que su política estaba encaminada a la consecución de la paz, y justificaban por ello el Pacto de Lizarra, pero los hechos han demostrado que ha sido un rotundo fracaso, son los únicos responsables de hacer una política sólo para nacionalistas. La paz sólo puede conseguirse entre todos». En la bancada de Euskal Herritarrok estaba Jose Antonio Urrutikoetxea, 'Josu Ternera'.
La paz era su obsesión. Aquel 22 de febrero se desplazó a San Sebastián a primera hora de la mañana para presentar un manifiesto de su partido contra la violencia. Luego se despidió de sus compañeros. «Voy a Vitoria, quiero ver a Nati». Su mujer y sus hijos, su gran pasión. A media tarde abandonó su casa junto a uno de sus hijos y su escolta, el ertzaina Jorge Díez. Caminaron hacia la zona universitaria. El joven se quedó en el campus y se despidió de su padre. Buesa siguió andando por esa Vitoria que amaba. El reloj marcaba cerca de las 16.45 horas y una explosión retumbó en la ciudad y llevó el dolor y la conmoción a Euskadi.
Amenazas de eta Con su muerte arrancó una campaña ideada para «liquidarnos». En solo dos años cayeron Jáuregui, Elespe, Priede y 'Pagaza'.
Decepción La firma del Pacto de Lizarra le convenció aún más de que había que buscar una alternativa al nacionalismo
Consejero de Educación Leal y metódico, uno de sus mayores retos políticos y personales fue la integración de las ikastolas en la red pública
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