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Miércoles, 19 de febrero 2020
Nací en el año 46 en Bilbao, pero nunca he vivido en Bilbao. Mi padre era ingeniero de caminos; estaba construyendo el ferrocarril de Pedernales a Bermeo y vivía con mi madre en Mundaca, un pueblo, después de la guerra, con muchas carencias: no tenía ... agua corriente. En aquella época lo normal era que los niños nacieran en casa. Pero, en esas circunstancias y siendo el primer parto, mi madre prefirió desplazarse a una clínica.
Debido a las condiciones en que se vivía en Mundaca, mis padres se trasladaron a Vitoria nada más nacer yo. Al año siguiente, consiguieron un piso en Guernica y he vivido allí hasta los diez años. Tengo muy buenos recuerdos. A los diez años me vine a Vitoria. Mis padres se trasladaron aquí y el resto de la vida la he hecho, salvo el período de la Universidad, en Vitoria. Mi familia es vitoriana de las de toda la vida que se dice, pero la relación con Guernica la he mantenido hasta los veinte años.
Tengo muy buenos recuerdos de aquella época, aunque en estos momentos lo encuentro tan cambiado que prefiero quedarme con aquel recuerdo; un lugar donde los niños jugábamos en la calle. Había todavía las huellas de la Guerra Civil con edificios en ruinas. En medio de aquellas ruinas jugábamos y no sé cómo pudimos hacerlo sin rompernos la cabeza. Luego he estudiado en Vitoria el bachillerato y, después, el período universitario en Madrid y Barcelona. Cuando me casé, me establecí aquí, ejerciendo de abogado.
Mi familia ha sido siempre respetuosa con la pluralidad de ideas de todo el mundo. Mi padre formaba parte de una familia muy numerosa, trece hermanos, con diversas experiencias entre ellos en el período de la Guerra Civil. Dos de mis tías quedaron viudas porque sus maridos, militares, hicieron la guerra en distintos bandos y fallecieron. Mi tío Antonio pasó unos años de cárcel y estuvo exiliado diez años, porque en la República era el presidente de las juventudes de Izquierda Republicana. Otros miembros de la familia hicieron la guerra en el otro bando, con experiencias muy complicadas que hemos ido conociendo más de mayores, porque aquel trauma de la guerra causó un cierto impacto y en casa se hablaba poco de política, como era frecuente en muchas familias que querían olvidar lo ocurrido.
El bagaje más cultural, más político, lo adquirí en la universidad. Estudié en Madrid desde el 63 al 67 y luego el 68 en Barcelona. Eran tiempos de convulsión en los ámbitos universitarios. Había actividad de fuerzas políticas democráticas y ese tipo de cosas hace que vayas tomando más conciencia del clima político y social.
Me casé en 1970 y me establecí en Vitoria. Ese mismo año empecé a ejercer de abogado. En los ambientes profesionales y sociales en que me movía, esa inquietud por el sistema político empezó a agitarse en los años de la transición, 75, 76 y 77. En Vitoria no se conocía mucha actividad política. Únicamente la tenían quienes estaban alrededor de familias que habían tenido conexión con algún partido político. Cuando llegó el año 77, un grupo de personas, profesionales de esta ciudad que después hemos acabado en partidos políticos diferentes, como Juan Ramón Guevara, miembro del Gobierno con el PNV, o Joaquín Oficialdegui, que acabó en Eusko Alkartasuna, o los Segura y otra gente, pensamos que era necesario un compromiso de acción política cuando se acercaban las elecciones.
No conocíamos bien cuál era el panorama de partidos que podía presentarse, pero sí teníamos conciencia clara de que aquella era una oportunidad seria para contribuir al restablecimiento de la democracia en España y a que en el País Vasco pudiera funcionar un régimen estatutario de autonomía, del que en Álava había mucha conciencia porque había conservado el sistema de conciertos durante la dictadura. Yo tenía una conexión muy fuerte con la Diputación foral, porque había sido funcionario desde el 73. Este grupo de personas decidimos hacer un compromiso político y contactamos con un partido, luego desaparecido, Democracia Cristiana Vasca. Éramos afines a aquella rama de la Democracia Cristiana que encabezaba Ruiz Jiménez y nos presentamos a las elecciones, conmigo encabezando la lista. Fue un fracaso. Pero las elecciones aclararon cuál era el panorama de partidos que tenían respaldo en la sociedad alavesa. En el 78, deshicimos ese compromiso con Democracia Cristiana y cada cual tomamos caminos diferentes. Desde entonces milito en el Partido Socialista de Euskadi.
A la política, como cualquier actividad, se llega por un conjunto de circunstancias. He conocido a personas que, por ejemplo, están en el Partido Socialista porque estuvieron sus padres o sus abuelos, sobre todo en Vizcaya, donde hay una larga tradición en la margen izquierda. Pero hay muchas personas, y en el ámbito alavés y vitoriano eso es así, que no vienen a la política por tradición familiar, sino por un proceso de reflexión y compromiso. Esto es muy común en mucha gente de mi generación, que teníamos entonces treinta y pocos años y pensábamos que algo había que hacer por este país y algún compromiso había que asumir y que luego hemos ido decantándonos en diversos partidos.
Desde entonces, he ido asumiendo un compromiso político más activo hasta el año 85-86 en que ya empecé a tener responsabilidades muy directas en la política vasca y en la dirección de mi partido. Entré a formar parte de la comisión ejecutiva del partido como secretario de organización. He tenido diversas responsabilidades institucionales: en el 79 como diputado foral, en el 83 como concejal de Vitoria y portavoz del grupo municipal socialista durante la legislatura del 83 al 87. A partir del 84, como parlamentario vasco. Al final del 87, encabecé la lista de Juntas Generales. Luego, como consecuencia de los pactos de coalición, me correspondió la responsabilidad de ser diputado general de Álava, del 87 al 91, y terminada esa etapa, casi sin transición, accedí al Gobierno vasco. Cesé como diputado general a mediados de julio. A la vuelta de las vacaciones de verano se rompió el Gobierno tripartito que formaron después de las elecciones del 90 Eusko Alkartasuna, Euskadiko Ezkerra y el Partido Nacionalista Vasco. Cuando se recompuso en las semanas siguientes la coalición entre el Partido Socialista y el PNV, mi partido me propuso entrar en el Gobierno como consejero de Educación, Universidades e Investigación y como vicepresidente para Asuntos Sociales.
Ejercí estas responsabilidades desde octubre del 91 hasta enero de 1995, fecha en la que cesé al formarse el siguiente Gobierno tras las elecciones del 94.
Siempre he participado de la idea de que el País Vasco tiene necesidad de una política, la voy a definir así, moderada. No porque uno sea moderado o porque la moderación sea una característica que identifique los proyectos políticos. Sé que tiene muchas dificultades expresarlo de ese modo, porque los proyectos políticos, sobre todo en esta tierra, acaban perdiendo los perfiles cuando se expresan en esos términos. Más bien tenemos tendencia a lo contrario, a dibujar bien el territorio en el que cada partido político define su proyecto para que se distinga de los demás y, a veces, la política vasca es demasiado agresiva como consecuencia de ese exceso en definir los perfiles. Pero también, a la vez, la propia situación requiere de entendimientos. No es posible, con la pluralidad que existe en el país, que puedan avanzar los proyectos colectivos si no hay una cierta capacidad, y talante para poderlo hacer, de lograr acuerdos. Por eso, entre el ideal que uno tiene y la política que uno debe de hacer hay que introducir ciertas dosis de moderación en los planteamientos para que las cosas salgan adelante.
Siempre he pensado que el País Vasco tiene que organizarse con un sistema de autonomía profunda en el seno de España y que esa es la mejor fórmula para construir la convivencia. Es ésta una profunda convicción. Cualquier otra fórmula me temo que significaría una ruptura y una fractura social profunda. Naturalmente, preservar ese valor es muy complicado en las circunstancias en que se desenvuelve la política vasca, y requiere hacer ese esfuerzo de intentar buscar a través de la política un modo de construir en común, de hacer el máximo de cosas posibles aunque sean pocas y aunque todavía no hayamos avanzado lo suficiente en ese tema.
Creo que en la sociedad vasca lo que falta es un acervo de valores comunes que todo el mundo sienta como propios, como algo natural, y que no estén sometidos a permanente discusión. Ya digo que hemos hecho muchos esfuerzos por lograr ese ámbito de acuerdos, aunque creo que los resultados son escasos. Todavía hoy seguimos en un perpetuo debate constituyente; hicimos una Constitución en el 78, un Estatuto de Autonomía en el 79, teóricamente dibujamos un marco democrático para organizar la convivencia y resolver los problemas sociales y, sin embargo, ese marco está permanentemente puesto en cuestión en el debate político. No hemos logrado ni siquiera ese consenso mínimo que cualquier sociedad de nuestro ámbito tiene en torno a su sistema básico de convivencia y, sin embargo, quizás por la necesidad de avanzar, seguimos intentando construir acuerdos aunque sea con consensos más en sentido negativo. Al menos estamos de acuerdo en que mientras no haya otra cosa que reúna suficiente consenso, hemos de actuar dentro de este marco. Creo que es un valor básico que compartimos todos los partidos políticos -excepto quizás Herri Batasuna- que, aunque tenga contradicciones, viene a significar que la práctica política hay que hacerla en este marco. Se puede tener otro ideal, pero, en fin, todos los días hay que andar por este camino.
La legislatura 1984-1986, en que se formalizó un pacto entre el PNV y el PSE, y las elecciones de 1986 me marcaron mucho. Participé en la Comisión de Seguimiento del Pacto de Legislatura y en las negociaciones posteriores a las elecciones de 1986.
Recuerdo que los socialistas hicimos la campaña del 86 con un slogan que decía «De acuerdo por Euskadi», con el que queríamos significar dos ideas: la primera, que no podía avanzarse en la política si no había un mínimo grado de acuerdo entre partidos que representaban realidades sociales distintas, singularmente el PNV y nosotros los socialistas, porque en aquella época el PP estaba bajo mínimos; y que era necesario el acuerdo como un modo de hacer la política del país. Habíamos vivido unos años en los que el PNV tenía la mayoría y era todo a la vez, era gobierno y era la oposición, porque había sectores que se oponían a lo que hacía Garaikoetxea. Esta experiencia política acabó mal porque el PNV se fracturó y se produjo una situación complicada que requería acuerdos. Así hicimos una coalición en el 86. No teníamos ni idea de cómo resultaría la experiencia y todo eso hubo que construirlo a partir de muchos recelos previos. Aunque no participé en aquel Gobierno, es una experiencia que he conocido de cerca y me ha marcado.
Se hablaba de la «escuela transferida» para referirse al sistema escolar público, como algo que tenía un tic, porque venía transferido y no podía ser por eso un modelo propio del país, y así había un discurso político que desvalorizaba mucho el sistema escolar público. Ese debate estaba envenenado porque un país no se puede construir de un modo sólido si no tiene un sistema educativo público solvente, eficaz, de calidad, que permita que los ciudadanos, con independencia de sus medios, encuentren la posibilidad de formarse.
Cuando llegué al Gobierno en el 91, el sistema educativo vasco estaba metido en un pleito que prácticamente parecía imposible de resolver (...) En los primeros meses de mi gestión en el Departamento de Educación, nos dedicamos a reflexionar sobre las posibilidades que había de plantear una operación, el «pacto escolar», muy presionada desde el punto de vista político y social por un conjunto de circunstancias. (...) En el plano político fue un acuerdo entre el PNV y el Partido Socialista que fructificó en dos leyes: la Ley de la escuela pública y la Ley de Cuerpos Docentes no universitarios que aprobamos en el Parlamento.
Bueno, la misma semana en que culminábamos la operación de un modo formal y solemne, la Federación de Ikastolas montó una campaña de firmas pidiendo mi dimisión, que depositaron en Ajuria Enea, en su último intento de frenar esta operación. Se saldó con un fracaso por su parte porque la ley obligaba a las ikastolas a tomar una decisión definitiva sobre si se convertían o no en centros públicos. Si venían a la red pública se integraban como un centro público y se resolvían los problemas de su personal, deudas y edificios, en fin, todo este tipo de cosas, y si no, debían funcionar en la red privada con todas las consecuencias, y eso también suponía un esfuerzo por su parte, porque naturalmente los esquemas de financiación a los que se iban no eran tan generosos como los anteriores. Fueron momentos de tensión. Hubo mucha solidaridad dentro del Gobierno, encontramos un procedimiento de trabajo, también con los partidos parlamentarios, y se pudo salir adelante.
Hubo que hacer la operación de integración y las ikastolas plantearon una segunda batalla. Venir a la red pública era renunciar un poco a su propia personalidad. La Federación de Ikastolas no quería que los centros se integrasen en la red pública. Lo que pedían era una negociación de tipo económico para un período transitorio: cuántos años iba a durar la transición y con qué financiación se iba a hacer
Era una negociación muy compleja y afectaba a un mundo que tenía muchas conexiones de tipo partidario, especialmente con el PNV, y se originaron conflictos. No podíamos contar con la solidaridad de nuestros socios, porque si avanzábamos la estrategia en conversaciones con ellos, la otra parte la sabía al día siguiente y así era imposible negociar. Aquello acabó en conflicto, incluso con el propio lehendakari, porque no encontré solidaridad suficiente en el Gobierno. Concluimos al final con un acuerdo de circunstancias. Fue una experiencia negativa.
Durante el tiempo que estuve en el Gobierno me ocupé también como vicepresidente de otra área, mucho más grata porque sintoniza mejor con mis preocupaciones personales, los asuntos sociales. Tenía que buscar la forma de integrar políticas interdepartamentales de carácter social, las políticas de bienestar social, sanidad, educación, vivienda, trabajo... Hicimos una serie de trabajos y reflexiones, que han tenido su fruto. Buscamos un mejor funcionamiento del plan de lucha contra la pobreza, que está articulado en tres niveles, el de las prestaciones económicas que integran el llamado salario social, las ayudas de emergencia social, y un tercer nivel de políticas preventivas de situaciones sociales de marginación (...)
Salí del Gobierno en el 95, la verdad que con alivio. Me desgasté mucho. Creo que en el que participé fue un buen Gobierno. Había una relación personal fluida entre todos los consejeros, más estrecha, como es lógico, con mis compañeros de partido.
Sí, tuvimos en el Gobierno discrepancias básicas en algunas cuestiones que afectaban más a la política que a la gestión. Nosotros tuvimos un diferente enfoque de la política autonómica, en concreto con ocasión del primer debate en el Senado sobre el Estado de las Autonomías. El lehendakari decidió no acudir y nos pareció una mala decisión política, y las diferencias se expresaron en el Consejo de Gobierno. También tuvimos divergencias en el Proyecto de Ley del Banco Público Vasco, que no pudimos resolver en el Consejo de Gobierno, y diferencias de enfoque político en relación con algunos otros problemas que afectaban fundamentalmente al PNV y al ámbito de las diputaciones forales. (...)
También eché en falta la discusión política en el Gobierno. Jamás ha tenido una discusión, un debate, sobre los problemas de la violencia y terrorismo. Nos hemos ocupado de conocer los informes del Consejero de Interior, en la parte que le corresponde sobre el orden público, o de conocer los problemas del funcionamiento de la justicia, pero lo que es el enfoque político de la cuestión, desde el inicio de nuestras coaliciones de Gobierno, desde el año 86-87, fue un asunto que se confió a la mesa de Ajuria Enea, que no se trata en la mesa del Gobierno, sino a nivel de partidos políticos, y yo creo que eso tiene muchas disfunciones que habría que corregir. (...)
Eso ha generado una dinámica de debate político que discurre al margen de la acción de gobierno. Así, lo que centra la información en el País Vasco no es ni lo que el Parlamento discute, ni lo que el Gobierno hace, sino lo que los partidos dicen.
Además, hay problemas más vitales, más básicos; todavía el País vasco sigue siendo un país de pocos consensos y eso es un lastre en la Europa del euro, que va a obligar a cambios políticos. Funcionar con una única moneda en toda Europa en el plazo de dos años, obligará a cambiar muchas de las políticas que conocemos, y si no queremos aumentar la distancia con los ciudadanos, eso tiene que reflejarse en un debate de opciones políticas que ya se van a expresar en las próximas elecciones europeas. En el País Vasco, sin embargo, seguimos perdidos en un debate sobre el ser o no ser del país, qué es Euskadi, qué idea de Euskadi tiene cada cual, y nos perdemos porque no es fácil encontrar una idea en la que coincidamos, no digo todos, pero sí al menos una gran mayoría. Ya no solamente es que apreciemos la libertad y la democracia y digamos ¡hombre! pues no debería haber violencia y terrorismo, cosas básicas que todo el mundo compartiría, sino además qué idea de país tenemos, cómo construimos ese país, por qué camino andamos, ese tipo de cuestiones. En el debate político eso no está claro y yo creo que cada cual funciona con sus esquemas.
Parte del fraccionamiento político del país procede de que ese debate no lo hemos resuelto. Hay una cierta idea en los partidos nacionalistas de que en el ámbito del nacionalismo hay que reproducir todo el espectro político clásico de la izquierda y de la derecha. (...)
El debate territorial es probablemente uno de los que hemos hecho peor, porque no cuadra con la experiencia de la gente. Nos pasamos mucho tiempo discutiendo qué es eso de ser vascos, pero cualquier vasco de los que viven hoy, a finales del siglo veinte, en cualquier ciudad del país, se viste igual que un danés, baila la misma música que un alemán y lee los mismos libros que un inglés. La cultura que estamos viviendo es la misma que se expresa en toda Europa. Los jóvenes se divierten aquí como en cualquier capital europea, se visten de la misma manera, se toman las mismas copas y cuando van a los pubs bailan la misma música. Necesitamos esa visión más global porque estamos en un mundo en el que no nos podemos encerrar nosotros mismos.
En el País Vasco, en fin, con las distancias que existen, no importa mucho ser alavés, guipuzcoano o vizcaíno, importa tener un trabajo y vivir donde a uno le gusta. Se puede vivir en un municipio porque allí estén la familia y los amigos, desplazarse a otro para trabajar o pasar el fin de semana en cualquier otro lugar. La vida de la gente se organiza prescindiendo de límites territoriales. Pero esto no se articula bien en la reflexión política, en parte por los reflejos culturales, en parte también porque el entramado del poder político, distribuido como está, genera ámbitos de influencia muy locales de los que cuesta prescindir. Creo que los dirigentes políticos deberíamos hacer una pedagogía muy clara en el ámbito de nuestros partidos respecto de lo relativo que es el poder que se ejerce en un ámbito de influencia concreto, que no es el mundo, ni el ombligo del mundo, y que hacen falta ámbitos más globales.
Desde los partidos políticos siempre es complicado ceder parcelas de influencia, porque ésta se traduce en clientelas electorales. Sin embargo, actuando de esta manera podemos estar cortocircuitando energías sociales que se tienen que expresar de otra forma porque todo no es política. La política debe tomar las opciones básicas pero también permitir que una sociedad muy plural como es ésta se exprese con toda libertad y haya gentes que puedan hacer reflexiones abiertas, que pueden ser útiles para resolver mejor los problemas. Echo en falta en el País Vasco esto. Los políticos opinamos de demasiadas cosas. La responsabilidad principal que nos corresponde a los partidos es seleccionar personas para que hagan una determinada función, y deberíamos conseguir que nuestros candidatos sean gente más abierta, con una visión más amplia de lo que es el país.
Cualquier persona de mi edad, 54 años, puede recordar a sus abuelos y la época que vivieron, la de nuestros padres, la de ahora y pronosticar la que vivirán nuestros hijos. En la época de mis abuelos costaba ir de Vitoria a Sevilla varios días, hoy cuesta ir de Vitoria a Copenhague dos o tres horas de avión. Hoy, en Europa funciona un mercado único, con una sola moneda dentro de poco. Vamos a construir un gran espacio europeo, que primero se va a articular económicamente y luego políticamente.
Ese proceso tardará más, tardará menos, pero es imparable y además deseable. Todavía se percibe como lejano por los ciudadanos, pero es muy real, y debería servir para cuestionarnos algunas cosas. En un debate que hubo en el Partido Socialista sobre el proceso irlandés, alguien decía lo siguiente: al final la clave en Irlanda ha consistido en que todos los agentes implicados se han hecho la siguiente reflexión: ¿importa mucho ser irlandés o inglés? Que cada cual sea lo que le quiera, porque si Irlanda e Inglaterra están en la UE no vale la pena matarse por si uno es irlandés o inglés, qué mas da, si ya no van a funcionar los esquemas nacionales. Aquí podríamos hacer la misma pregunta: ¿importa mucho eso de ser vasco, o español o europeo? Si la vida se va a desarrollar en un espacio mucho más global, se está desarrollando ya y desde luego nuestros hijos vivirán en esa Europa, ¿por qué matarse por eso? Y él decía, probablemente en Irlanda esta reflexión la ha interiorizado todo el mundo, ¡pero si nos estamos matando por nada!. Y allí se estaban matando, porque había bandas paramilitares por todas las partes políticas intervinientes. También en Euskadi deberíamos hacernos esa pregunta en voz alta... qué importa ser vasco, si da igual. Sea usted lo que quiera, si vamos a funcionar en un ámbito europeo pasado mañana, en la economía, en la política, en las decisiones vitales para un país. No vale la pena matar por eso. Ni matar ni morir por eso.
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